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29 de marzo de 2024

Detalle de portada. «Horda» de Ricardo Menéndez Salmón

Detalle de portada. «Horda» de Ricardo Menéndez Salmón

Ficción / Novela

«Horda», un alegato a favor de la palabra y de la risa

La última novela de Ricardo Menéndez Salmón requiere un lector implicado que reflexione sobre la prostitución de las palabras y la dictadura del silencio

Detalle de portada. «Horda» de Ricardo Menéndez Salmón

seix barral / 120 págs.

Horda

Ricardo Menéndez Salmón

El estilo es el hombre, afirmó Georges Louis Leclerc, conde de Buffon. Bien lo comprende el lector cuando se acerca a una escritura que reviste tonos personalísimos, como sucede en esta ocasión. Leer a Ricardo Menéndez Salmón es reconocer al escritor asturiano que, de manera paradójica y extraña, aborda en Horda (Seix Barral, 2021) «el misterio ontológico del lenguaje habitado por las presencias reales», de que hablara el lúcido George Steiner.
Consciente de que la palabra habita en todo ser humano, pues vive con nosotros y nos configura, y sabedor de que el lenguaje es el modo que tenemos de relacionarnos con los demás y arma privilegiada de transformación social, y de que las palabras pueden ser pervertidas por un lenguaje sin sentido y quedar silenciadas por la tecnologización excesiva, Menéndez Salmón escribe una brevísima novela, híbrida de narración y ensayo, con la que nos invita a reflexionar sobre la deshumanización de la sociedad y el empobrecimiento de la palabra: «Las palabras vivían entre nosotros y se las llevaron. Así lo decidieron. Enmudecerlas. Someterlas. Encarcelarlas. No sabemos cuándo sucedió. Solo sabemos que sucedió. Que el don se convirtió en condena. Y que llegó la época del silencio» (63). 

Leer a Ricardo Menéndez Salmón es reconocer al escritor asturiano que, de manera paradójica y extraña, aborda en «Horda»

Estamos ante una construcción ficcional parabólica, circular, distópica, apocalíptica, visionaria, subversiva, ambigua y poliédrica, en la que retoma el escritor algunos de los ejes que vertebran su narrativa, especialmente, Medusa (Seix Barral, 2012) y El Sistema (Seix Barral, 2016).
Con resonancias frankfurtianas la voz narradora presenta la degradación y el estado de barbarie de un mundo dominado por un ejército de niños crueles, herederos de un mundo que ha pervertido el significado de las palabras, en el que la palabra ha sido derogada, pues ha perdido su función comunicativa y no significa ya nada. Los niños se han hecho con el poder y han impuesto un régimen férreo, donde no se puede usar la palabra, han desaparecido las potencialidades expresivas del lenguaje y la escritura, y los libros han sido prohibidos. Tampoco existe la risa. 
Un hombre anónimo transita las calles de este mundo, una nueva caverna platónica, repleta de imágenes y de representaciones icónicas que impulsa un omnipresente dispositivo, denominado Magma: «Las calles estaban sumidas en una luz verdosa, procedentes de los dispositivos conectados a Magma, y un fulgor de acuario hacía que caminar resultara una experiencia cercana a la ensoñación. En realidad, ya nunca era de noche. Las ciudades irradiaban tanta luz que la experiencia del cielo estrellado había desaparecido» (15). 
Entre las sombras del bombardeo visual y la confusión que encierran los permanentes e inagotables estímulos que provee Magma y los simulacros de la realidad en un mundo tecnificado que termina por alinear al ser humano, Él —así se llama el protagonista— camina en compañía de un «bonobo», que es una invitación a reflexionar sobre lo que hemos perdido; y vaga por un mundo desolado y desnaturalizado que suscita el anhelo de un mundo de bondad e iluminado por la risa: «Cuando reía, Él se sentía a un paso de las palabras, iluminado por dentro» (101): “Acaso la bondad fuera el verdadero misterio, el motivo más difícil de explicar en la maraña de causas. Cómo de padres malvados podían nacer hijos bondadosos que a su vez engendrarían vástagos temibles. Cómo de una pérdida podía brotar una ganancia y de un don podía seguirse una desdicha” (101).

La voz narradora presenta la degradación y el estado de barbarie de un mundo dominado por un ejército de niños crueles

Horda requiere una lectura atenta y, posiblemente, sucesivas lecturas, pues son numerosos los temas convocados: la derogación de la palabra y la apropiación del discurso; la entronización de la imagen y las imágenes como sustitutivos de la palabra; el olvido de la ideología como cosmovisión del mundo y del lenguaje como instrumento de conocimiento de la realidad; la tentación de manipular el lenguaje por intereses personales o colectivos y la lógica impersonal que preside la actuación del individuo en la masa; el abuso del poder y la quiebra de la paz social; la obligatoriedad del silencio y el miedo; los estragos que se derivan de la carencia de privacidad e intimidad y de la constante exposición al escrutinio ajeno y los peligros de las redes sociales; la importancia del recuerdo y de la memoria de la palabra; la representación estética del mal y la capacidad liberadora de la risa, entre otros.
Mientras la hibridez de la obra invita a la reflexión filosófica, y la prosa cuidada al goce poético, la estructura fragmentaria y el estilo crepitante pueden ejercer cierto magnetismo sobre el lector y atraparlo en la fatídica pesadilla que surca el relato. Sin embargo, la visión de una mujer que lee un libro en voz alta y ríe con el gozo de la palabra habla de territorios libres, «de mundos irredentos (45) y se convierte en un signo de esperanza que, como la risa, se derrama “como otra forma de lluvia« sobre todo aquel que renuncia a la perversión de las palabras: «Y aunque yo no puedo ayudarle, sí puedo decirle que somos muy pocos, poquísimos en realidad, pero que resistimos a este lado del discurso, a este lado de la alegría, y que confiamos en sobrevivir de día en día, de año en año, pasando la palabra y la risa como lámparas que se entregan de viajero a viajero, una comunidad silenciosa solo en apariencia, guardiana de un mundo que existió y fue castigado» (70).
Horda, un alegato a favor de la palabra y un antídoto contra la barbarie. Se escuchan los ecos, no de la «presencia real», sino de la «ausencia real» del lenguaje que formuló Steiner en Gramáticas de la creación para denunciar el vacío de las palabras cuando estas se convierte en un simple juego formal de espejismos.
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