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17 de mayo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Historia de amor

Los cinco días que ha permanecido encerrado en La Moncloa por amor merecen un homenaje. Y me dispongo a escribir de una maravillosa historia de amor que supera con creces la suya con su señora

Actualizada 04:23

Soy disciplinado en mi trabajo. A las 9, después de leer los periódicos, digitales y las noticias, escribo mi artículo diario para El Debate. Si no aguardo a la gran noticia, es por culpa de la gran noticia. Siempre habrá tiempo y días para escribir sobre ella y tratar de analizarla someramente. Por otra parte, que siga o no siga da igual. Le quedan las charos, los jubilados, los nacionalistas y «el mundo de la Cultura», formado por un grupo de zarrapastrosos. Pero en la política internacional, Sánchez ya no está aunque siga estando.
Los cinco días que ha permanecido encerrado en la Moncloa por amor merecen un homenaje. Y me dispongo a escribir, se quede o se marche, de una maravillosa historia de amor que supera con creces la suya con su señora. Un amor imposible que, dos decenios atrás, tuvo lugar en el Parque Natural de Cabárceno. Amor sin intereses políticos o económicos de por medio. Amor puro y duro, apasionado y febril, con un final melancólico, como el de la naranja y el limón de Dodó Escolá.
Juan Hormaechea fue un gran alcalde de Santander. Posteriormente, presidente de Cantabria. Látigo de Isabel Tocino. Gran visionario. Fue el impulsor y creador del Parque Natural de Cabárceno, el zoológico más extenso y abierto del mundo. Eligió la gran mancha de bosque abandonada por los romanos para extraer hierro, semejante a las Médulas del Bierzo. Es uno de los grandes atractivos turísticos de La Montaña de Cantabria. Lo llevó a cabo contra todos, y venció a todos.
En sus primeros años, una alambrada electrificada separaba la primitiva zona reservada a los hipopótamos del prado de un ganadero. Y un hipopótamo se enamoró locamente, sin pedir nada a cambio, de una robusta vaca limusina. Fue un amor correspondido. El hipopótamo, abandonaba el estanque cuando el sol caía, y se plantaba junto a la alambrada en espera de su amadísima vaca. Y la vaca, al advertir la presencia cautelosa y educada de su amado hipopótamo, se aproximaba a su amor paquidérmico y chicoleaban, en sus diferentes idiomas, hasta que el ganadero daba por terminado el coqueteo interracial. Se intentaron besar en vano, porque a la vaca le asustaba el calambre del pastor eléctrico. Pero un pastor eléctrico para una vaca era una minucia para la gruesa piel de un hipopótamo enamorado. Y una tarde, el ganadero alarmado avisó a la guardería de Cabárceno, a Protección Civil y a la Guardia Civil para denunciar que, entre sus reses, pastaba un hipopótamo del río Zambeze que intentaba montarse a su vaca preferida. No describo los detalles de la separación de los amantes porque me falta valor y serenidad para ello. Unos dardos con somnífero se incrustaron en el cuerpo del hipopótamo amante, que fue enclaustrado en el extremo opuesto del parque. La vaca acudía todas las tardes al lugar del encuentro, y al no ver al amor de su vida, entró en depresión, dejó de comer, y falleció de inanición unas semanas más tarde.
El hipopótamo enloqueció, se le agudizó la irritación hasta mostrar una agresividad preocupante y, finalmente, fue sacrificado.
Escribo a las 10:34 de la mañana del lunes 29 de abril. Por ello, nada une este episodio natural, heroico y antirracista con la dimisión o mantenimiento en el poder del político enamorado que ha anunciado su comparecencia ante el universo a las 11 horas del día de hoy. Si no dimite, nos gobernará un presidente atenazado por la agonía del resentimiento. Pero ya es nada, una sombra en trance de vuelo definitivo. Y si renuncia al poder, todavía España tendrá una ventana abierta con vistas a su salvación.
No les deseo a los Sánchez el final del hipopótamo y la vaca.
Sería, por mi parte, una falta de gentileza y cortesía.
Sueño con una España recuperada.
Y antes o después, dimita o no, lo menos malo volverá.
No espero de Sánchez el arrojo de aquel inolvidable hipopótamo ni la honesta decencia de la distinguida limusina, que falleció pobre y honrada por culpa de su amor.
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