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02 de mayo de 2024

Cartas al director

Cachondeo de género

Un día más se levantó de la cama con una seria indisposición intestinal, pero no había otra y tenía que coger el coche para ir a trabajar. El trayecto se le hizo eterno y durante el último tramo, el que hacía a pie desde el aparcamiento hasta su lugar de trabajo, sudó lo que no está escrito. Llegó a la puerta del wáter en tiempo de descuento y se la encontró cerrada. Por eso no le quedó otra que gritar a los cuatro vientos un «¡cambio de género!» y entrar a toda prisa en el aseo de las señoras.
Unos cambian de género para poder aliviarse en condiciones y no tener que volver a casa para cambiarse de ropa, otros para ganar un jamón en una carrera femenina, algunos más para ascender en el escalafón o para cambiar de destino profesional, los más desaprensivos para disfrutar de una condena penitenciaria con buenas vistas o para conseguir una sentencia atenuada tras ser detenido por agredir a una mujer, unos pocos para batir todos los récords habidos y por haber o para colgarse una medalla inmerecida.
Más de uno dirá que todo esto es un disparate y que no hay por dónde coger esa ley trans de nuestro progresista Gobierno. Pues toda su indignación se queda corta cuando hablamos de infantes a los que se les consiente «cambiar de género» porque sí, sin tener en cuenta su inmadurez física y psicológica, su fantasía desbordante o el deseo de ser amados que anida en su corazón.
Y ahí tenemos a esas familias, a esos equipos directivos y de orientación, y a todo un claustro de maestros plegados a las ocurrencias de un chiquillo de seis años que desea ser un hada madrina. Y, dejando a un lado el sentido común y las evidencias científicas, activarán un protocolo que obligará a los miembros de la comunidad educativa de ese centro escolar a tragar con ruedas de molino y les impedirá llamar a las cosas por su indiscutible nombre. ¿Cómo es posible que gente con formación cierre sus ojos al entendimiento y a la verdad y se deje llevar por una corriente ideológica sin retorno? Como diría mi abuela, «pero ¿estamos locos o qué?». O más bien tendríamos que decir que estamos sometidos por el pensamiento único y sobrados de cobardía y de tibieza.

Jesús Asensi Vendrell

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