Antonio Pérez Henares
Antonio Pérez Henares

El extremismo ecologista

Su necesidad se demuestra tan absoluta para mantener el equilibro y al propio santuario en sí que se pretende conservar que se ven obligados a matar animales. Pero ojo a cazarlos, eso no.

Un hombre pasea en el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido

Un hombre pasea en el parque nacional de Ordesa y Monte PerdidoEuropa Press

No ha habido enemigo peor de la Naturaleza que la dupla formada por Walt Disney y el extremismo ecologista.

La ñoñería feroz de los productos de su factoría, con la conversión de los animales en «humanitos» y la imposición de un imaginario colectivo donde los leones son amigos de los jabalíes, las cebras y las gacelas, nadie se come a nadie, todos viven felices en el jardín del Eden y el único malo es un humano cazador, son hoy el doctrinario asumido una gran masa de la población como norma ética y verdad científica.

El ultraecologismo desatado convertido en buena medida en uno de los mayores negocios mundiales, mama en cierta manera de lo anterior, para llegar a concluir, subyace ya en sus proclamas, que lo que le sobra a la tierra es el hombre. Y muy en especial y particular, el hombre de campo y que vive en y del campo. El enemigo es el agricultor, el ganadero, el silvicultor y ya no digamos, en eso la conexión es total, el perverso cazador y ya también el pescador, el de barco y redes y el de caña y rio, metidos ya en el saco de los malos.

El peor cáncer que la naturaleza en sí, el medio rural y la preservación del equilibrio medioambiental pueden tener

El conservacionismo, el ecologismo clásico que aún alienta pero cada vez más aplastado, ha sido una de las grandes aportaciones del siglo pasado y en ese movimiento muchos nos hemos sentido concernidos, lo seguimos estando y habrá de volver a ser el eje, científico y sensato de actuación, cuando los delirios actuales se descubran como lo que son, pesadillas enfebrecidas orquestadas por el sectarismo ideológico y la ignorancia más atroz. El peor cáncer que la naturaleza en sí, el medio rural y la preservación del equilibrio medioambiental pueden tener.

Los referentes y las enseñanzas del buen hacer están ahí, la memoria viva y constante de Félix Rodríguez de la Fuente, el pensamiento y la palabra perenne de Miguel Delibes y el trabajo, sin griterío, con hechos, sobre el terreno, esforzado y fructífero de tantos que si merecen de veras el título de ecologistas, desde el biólogo al cazador que lleva agua a las charcas. Esa es la memoria y la senda que debemos recordar y por donde debemos transitar plantando firmemente cara a quienes lo pretenden usurpar.

El extremismo ecologista no tiene de ecológico sino la apropiación de la palabra y huele que atufa a política y a medro personal. Quizás un día podamos saber, hoy es un secreto y un arcano que nadie parece querer ni descubrir ni descifrar, los cientos y hasta miles de millones que cada año salen de nuestros bolsillos y van a parar a esa pléyade de ONGs,que si son algo no es lo que dicen ser, sino subvencionadas del todo y por todos y donde están «colocados» toda una parva ingente de presuntos amantes del planeta a los que hemos de pagarles por su «amor».

Este ecologismo, derivado últimamente en un animalismo rayano, y sin rayar, en la mas delirante estupidez, es lo que ha subido a los altares del autotitulado progresismo que no es que nos quieran imponer sino que nos han impuesto ya.

Es el ecologismo asfáltico y urbanita, que percibe al campo y al medio rural como una postal a la que ello, desde su altura moral y bondad universal van de vez en cuando a visitar, a relajarse y a gozar de ella. La España Vaciada, le llaman, quienes con su comportamiento y el ataque, este si que muy real, al modo de vida, a la producción y a las labores agrícolas, ganaderas y de cualquier otro aprovechamiento rural, la vacían de verdad.

Es el ecologismo que prohíbe limpiar y dragar los ríos, encauzarlos y asegurarlos junto a sus arroyos, ramblas y torrenteras y que luego sale furioso en manifestación cuando se produce la catástrofe. Es el ecologismo que considera engendros franquistas a los pantanos y aberración diabólica a acueductos y trasvases.

Es el ecologismo que prohíbe cortarle la punta de la cola a los perros pero obliga a castrarlos, o sea cortarles los cojones, a todos. Es el ecologismo que no entiende, en fin, que para comer jamón hay que matar al cochino.

Sus excesos nos los han ido convirtiendo en leyes y sus monsergas sectarias en pensamiento único y de obligado cumplimiento general. Los efectos, sin embargo, son cada vez más nocivos para lo que dicen pretender proteger. Ahí esta la muestra, por ejemplo, de la prohibición de la caza en los Parques Nacionales. El resultado no puede ser peor. Su necesidad se demuestra tan absoluta para mantener el equilibro y al propio santuario en sí que se pretende conservar que se ven obligados a matar animales. Pero ojo a cazarlos, eso no. Que se llame de otra manera, pero caza, ¡jamás!.

  • Antonio Pérez Henares es periodista