1930-2012
Diez años sin Neil Armstrong, el astronauta que cambió el curso de la historia
Ingeniero aeronáutico de formación, modesto y «profundamente humano», siempre renegó de la fama que le otorgó el hecho de convertirse en la primera persona en hollar la Luna
Fue un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad y el acontecimiento que cinceló –sin pretenderlo– el nombre de Neil Alden Armstrong (1930-2012) en lo más alto de las paredes de la Historia. Cuando el 20 de julio de 1969 el comandante de la misión Apolo 11 se convirtió en la primera persona en pisar la Luna fue por decisión expresa de la propia NASA: se supone que la tarea debía recaer en el miembro con menos experiencia –en este caso el piloto Buzz Aldrin– por cuestiones de seguridad. Pero fue la agencia la que, por el gran simbolismo que entrañaba la acción, puso esa especial «carga» sobre los hombros de Armstrong como principal responsable de la nave.
«Carga», en el buen sentido, y también «bendición» fueron algunos de los términos con los que el astronauta más famoso del mundo –junto al ruso Yuri Gagarin, primera persona en viajar al espacio– se refirió a uno de los acontecimientos más importantes de la humanidad (ni que decir tiene de su vida). Fallecido un día como hoy de hace diez años por complicaciones derivadas de una operación de corazón, Armstrong quiso siempre quitarse del centro del plano y atribuir el logro a las miles de personas que lo hicieron posible.
Modesto, reservado y profundamente humano, según quienes pudieron conocerle, el oriundo de Wakapeta (Ohio) encontró desde muy pequeño la que sería su gran vocación: la aviación. Comenzó a estudiar Ingeniería aeronáutica en la Universidad de Purdue (Indiana), sirvió como piloto en la guerra de Corea, servicios por los que fue condecorado; y, tras terminar sus estudios a la vuelta, ingresó en la NASA como piloto de pruebas, donde participó también en la misión Géminis 8 (1966) y sufrió dos accidentes que a punto estuvieron de acabar con su vida.
Además de ser el primer hombre en pisar la Luna, Armstrong se encargó durante esa misión de cambiar el lugar de aterrizaje inicialmente previsto (al no ser el más idóneo) y de llevar a cabo un paseo lunar de dos horas y media de duración. El momento del desembarco «fue especial y memorable, pero solo un instante porque había trabajo que hacer y no estábamos allí para meditar», dijo años más tarde.
Prendado, según recordaría en varias ocasiones, por la vista en miniatura de la Tierra, su recuerdo más vívido y determinante de aquel día, el astronauta también habló sobre la famosa frase, respecto a la que aseguró que «no fue improvisada ni planeada», sino que la idea original «fue evolucionando» conforme el vuelo iba avanzando. «Era solo un pequeño paso, pero entonces me acordé de las 400.000 personas que me dieron la oportunidad de darlo y pensé: va a ser algo grande para todos ellos y para muchos otros que ni siquiera estaban involucrados en el proyecto», aclaró, siempre en su afán de compartir el logro con su equipo. Se calcula que unos 530 millones de personas siguieron en directo el momento por televisión.
Retiro
Tras regresar a la Tierra, Armstrong, Aldrin y Michael Collins, el otro piloto de la nave, emprendieron una gira por 45 países que los elevó a un estatus de celebridad con el que el comandante de la Apolo 11 nunca estuvo cómodo. Tal vez por ello, solo dos años después se retiró de la NASA para vivir en una granja y dar clases de Ingeniería espacial en la Universidad de Cincinnati. Pese a todo, siempre mantendría los lazos de colaboración con la agencia.
Aficionado a la música, contrario al intervencionismo militar de EE.UU. en el extranjero y miembro de los Boy Scouts, Armstrong estuvo casado dos veces y tuvo tres hijos. Una de ellas, Karen, murió en 1962, el mismo año en que ingresó en el Cuerpo de Astronautas de la NASA. Fue el otro eje, si acaso más importante, de los dos que marcaron su vida. Una de las incógnitas que se guardó para sí fue si dejó algún recuerdo de ella durante el paseo lunar. Nunca se lo dijo a nadie. Hay cosas que así deben serlo.
Contra los oportunistas
En 1993, dejó de firmar autógrafos tras descubrir que la mayor parte de los objetos con su supuesta rúbrica que se vendían en la red eran burdas falsificaciones. Hasta su propio peluquero de toda la vida, Mark Sizemore, le cortó un mechón de pelo para venderlo a un coleccionista por 3.000 dólares. Cuando Armstrong se enteró, en 2005, le llevó a juicio y le dio dos opciones: devolverle su cabello o donar el dinero a una organización benéfica de su elección. No le quedó otra que hacer lo segundo.