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Ignacio del Villar, secretario de la Sección Española de la Sociedad de Científicos Católicos

Entrevista

«Ciencia y religión se complementan bien para tener una visión completa de todo cuanto nos rodea»

Ignacio del Villar, secretario de la Sección Española de la Sociedad de Científicos Católicos, aborda la relación entre ambas esferas

El pasado 9 de abril, el físico y académico de la RAE José Manuel Sánchez Ron aseguraba en una entrevista con el diario El Mundo: «Sé que grandes científicos creyeron y creen en Dios... Yo no lo entiendo bien», una frase que el propio periódico escogió como titular del artículo. Ignacio Del Villar, secretario de la Sección Española de la Sociedad de Científicos Católicos y catedrático de Tecnología Electrónica, plasma en esta entrevista el punto de vista de la organización a la que representa al respecto, y aborda también otras cuestiones sobre la relación entre ciencia y fe.

–¿Qué le respondería a Sánchez Ron?

–Pues le doy la razón en cuanto a que grandes científicos creyeron y creen. Esto encaja con una frase de Heisenberg, Premio Nobel de física: «El primer trago de la copa de la ciencia te hará ateo, pero en el fondo de la copa Dios está esperando».

En cuanto a que el profesor Sánchez Ron no entienda bien que existan científicos creyentes, encuentra su motivación en lo que decía a continuación [de la entrevista]: «La religión no es verificable y la ciencia debe rechazar todo lo que no pueda ser probado». Esta manera de pensar evoca el neopositivismo de primera mitad del siglo XX, con exponentes como Bertrand Russell. Ellos deseaban establecer la lógica como base del pensamiento, fundamentando las matemáticas y luego las ciencias empíricas en ella. Así se podían descartar las afirmaciones metafísicas y sostener que la ciencia lo explica todo.

Pero varios hallazgos dinamitaron el proyecto: los teoremas de incompletitud de Gödel; el teorema de indefinibilidad de Tarski, que demuestra que la verdad es inexpresable usando simplemente recursos lógico-aritméticos; y la constatación por parte de Alan Turing de las limitaciones en la lógica automatizada.

Además, la ciencia depende de presupuestos más allá de ella. No puede explicar la existencia de los objetos que estudia ni el porqué último del ser. También necesita asumir magnitudes medibles (masa, tiempo, campo), y se debe desarrollar con valores éticos no científicos. De ahí que la ciencia, un edificio maravillosamente construido, deba tener puertas que la abran a otras formas de conocimiento diferentes que la asistan, tanto en sus fundamentos (el estudio del método científico es objeto de la filosofía) como a la hora de contestar preguntas del tipo por qué existe algo en lugar de nada.

–¿Puede haber incompatibilidades o puntos de conflicto entre ciencia y religión?

–Incompatibilidades no. Tanto la religión como la ciencia buscan la verdad y tienen que ser razonables. Si una contradice a la otra, una de las dos está fallando.

Conflictos sí que pueden existir debido a que se incurra en un error en el razonamiento. Aunque el que haya conflictos también tiene la parte buena de que se aprende de ellos y se produce un proceso de purificación, como sucedió con el caso Galileo, que no se ha vuelto a repetir. Por cierto, que la ciencia no solo ha tenido conflictos con la religión. El lysenkoismo, un movimiento de corte ateo, negó durante muchos años la genética de Mendel, mientras que la teoría del Big Bang tuvo un gran rechazo inicial porque evocaba la Creación por parte de Dios.

–¿Pueden, por el contrario, complementarse ciencia y religión? ¿De qué manera?

–La ciencia responde más a cómo funciona todo y no va más allá de lo material. La religión se centra más en lo espiritual y lo relativo al sentido. De modo que se complementan muy bien a la hora de tener una visión completa de lo que nos rodea y de nosotros mismos. Esto se nota especialmente en temas frontera como la relación mente-cerebro, la creación y evolución, el origen del universo, de la vida y del hombre…

Lo correcto sería decir que la relación entre ciencia y religión es una historia de luces y sombras donde predominan las luces

–¿Tiene ventajas o inconvenientes el hecho de ser científico y creyente? ¿O es algo que no cambia ni altera el trabajo de un científico?

–El sacerdote belga George Lemaître, el padre de la teoría del Big Bang, decía que investigadores creyentes y no creyentes se comportan de forma similar salvo en que el trabajo del creyente se sustenta fuertemente en que, gracias a su fe, sabe que el enigma del universo tiene solución: el universo es comprensible porque es creado por una inteligencia. Este plus de motivación estimuló a Lemaître en sus trabajos.

Particularmente, no al nivel de Georges Lemaître, también me maravillo cuando desarrollo modelos a partir de sencillas ecuaciones y después compruebo cómo los experimentos cuadran. Además, la ciencia ayuda a que nuestra sociedad progrese y, en línea con el relato bíblico donde Dios encarga al hombre guardar y cultivar la obra que había creado, también me siento colaborador con Dios en potenciar este legado.

–¿Cómo ha sido la relación entre ambas esferas (ciencia y fe) a lo largo de la historia?

–Los norteamericanos White y Draper escribieron un par de obras en el siglo XIX donde describen la historia de una larga guerra entre ciencia y religión. Pero la realidad es diferente. Sin duda ha habido encontronazos: el caso Galileo o los movimientos del creacionismo y el diseño inteligente. Sin embargo, la ciencia ha ido creciendo en el seno de grandes religiones y filosofías: la civilización griega, el islam, el cristianismo… En el caso del cristianismo, los historiadores coinciden en que la ciencia moderna debe mucho a la Edad Media, con personajes como Roger Bacon, Oresme o Grosseteste, todos ellos clérigos. La teoría de la gravitación universal toma su origen en el monje español Domingo de Soto, el primero en demostrar el concepto de masa y de aceleración constante de los cuerpos en caída libre. Por no hablar de que, de los 52 científicos más famosos del siglo XVI y XVII, el 96 %, eran cristianos. Y hoy tenemos en el Vaticano a la Academia Pontificia de Ciencias, por la que han pasado decenas de Premios Nobel. De modo que lo correcto sería decir que es una historia de luces y sombras donde predominan las luces.

–¿Es posible hacer entrar en razón a un científico que no entiende la posibilidad de que haya otros colegas creyentes, como es el caso de Sánchez Ron?

–El problema está en ver la ciencia y la religión de forma dialéctica. Considerar que si una aumenta decrece la otra nos lleva a pensar que sin religión progresaremos más. Pero que alguien entienda mejor cómo funciona una máquina no implica que quien ha creado la máquina deje de existir o tenga menos relevancia. Sigue teniendo el mismo mérito. Lo mismo pasa con Dios. Aunque algún día lo entendiéramos todo, no deberíamos dejar de asombrarnos por todo lo que ha creado. Al revés, eso nos debería ayudar a apreciarlo aún más.