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Aurora boreal en Oregon (EE.UU.), en la madrugada de este sábadoGetty Images via AFP

Así es el estremecedor sonido de una aurora boreal

Aunque durante buena parte del siglo XX se puso en duda su existencia, hoy en día se sabe que, en determinadas condiciones, es posible escucharlo

La fortísima tormenta geomagnética que alcanzó la Tierra este viernes dejó impresionantes imágenes de auroras boreales visibles desde diversas partes del mundo, incluida España. El espectáculo visual que dejan las auroras en el cielo se produce cuando las partículas cargadas emitidas por el Sol interactúan con el campo magnético terrestre, pero lo que no muchos saben es que, además, este proceso puede también emitir sonidos audibles cuando se dan una serie de condiciones y circunstancias ambientales.

El asunto ha sido objeto de un amplio debate durante mucho tiempo, pero un estudio finlandés publicado en 2016 confirmó, contra lo que muchos científicos creían, que esa interacción sí que genera frecuencias audibles, incluso a varios metros sobre el suelo.

Tal y como explica la investigadora de la Universidad de Cambridge Fiona Amery en un artículo publicado en 2021 en The Conversation, el enigma dio el salto al ámbito académico durante las primeras décadas del siglo XX a raíz del relato de poblaciones situadas en las latitudes más septentrionales –donde las auroras son más comunes– que así lo aseguraban.

«Los testigos hablaron de un crujido, un silbido o un silbido silencioso, casi imperceptible, durante las exhibiciones de auroras boreales particularmente violentas. A principios de la década de 1930, por ejemplo, testimonios personales comenzaron a inundar The Shetland News, el semanario de las islas subárticas Shetland, comparando el sonido de la aurora boreal con el ‘crujido de la seda’ o con ‘dos tablas que se encuentran en caminos llanos’», contextualiza en el artículo la investigadora.

«Estos relatos fueron corroborados por testimonios similares del norte de Canadá y Noruega. Sin embargo, la comunidad científica no estaba muy convencida, especialmente teniendo en cuenta que muy pocos exploradores occidentales afirmaron haber escuchado ellos mismos los esquivos ruidos. La credibilidad de los informes sobre el ruido de las auroras de esta época estaba íntimamente ligada a las mediciones de altitud de las auroras boreales», añade.

Como se pensaba que solo aquellas que se 'formasen' más cerca de la Tierra (a menos de unos 80 kilómetros de la superficie) podían ser audibles y a principios de los años 30 se descubrió que normalmente se producen por encima de los 100 kilómetros, muchos investigadores asumieron que sería imposible que algún tipo de sonido discernible de las luces se transmitiera a la superficie terrestre.

Fue por ello que, durante las décadas siguientes, los científicos atribuyeron los relatos a ilusiones auditivas, cuando no directamente a leyendas, y la supuesta aparición de auroras bajas a ilusiones ópticas causadas por la interferencia de nubes.

Cambio de paradigma

Esto cambió, sin embargo, cuando «el principal científico auroral del siglo XX, el noruego Carl Størmer, publicó relatos escritos por dos de sus asistentes en los que afirmaban haber escuchado el sonido la aurora, añadiendo cierta legitimidad al alto volumen de relatos personales». Mientras que uno de ellos dijo que había escuchado un «silbido débil y muy curioso, claramente ondulatorio, que parecía seguir exactamente las vibraciones de la aurora», el otro habló de un sonido parecido a la «hierba quemada o al rocío».

Fue a partir de ahí cuando la hipótesis de los sonidos volvió a cobrar fuerza, si bien no había aún una base científica que explicase el mecanismo por el que se producían estos sonidos.

Al revisar las publicaciones científicas sobre auroras en los años 70, dos físicos descubrieron que, en realidad, la explicación ya la había planteado cincuenta años antes, en 1923, el astrónomo canadiense Clarence Chant.

Explicación

Chant «sostuvo –apunta Fiona Amery– que el movimiento de la aurora boreal altera el campo magnético de la Tierra, induciendo cambios en la electrificación de la atmósfera, incluso a una distancia significativa. Esta electrificación produce un sonido crepitante mucho más cerca de la superficie de la Tierra cuando choca con objetos en el suelo, muy parecido al sonido de la estática. Esto podría ocurrir en la ropa o las gafas del observador, o posiblemente en objetos circundantes, como abetos o revestimientos de edificios».

«La teoría de Chant se correlaciona bien con muchos relatos sobre el sonido de las auroras, y también está respaldada por informes ocasionales sobre el olor a ozono (que, según se informa, tiene un olor metálico similar a una chispa eléctrica) durante las exhibiciones de una aurora boreal», aclara.

Según Amery, la teoría de Chant es ampliamente aceptada por los científicos hoy en día, si bien todavía persiste el debate sobre el funcionamiento exacto del mecanismo que produce el sonido.

Pese a todo, las auroras 'audibles' solo constituyen el 5 % de las que surgen, explica la investigadora, y se escucha con mayor frecuencia en la cima de las montañas, por lo que no se trata de una experiencia precisamente accesible para cualquiera.