Entrevista
Ana Crespo, presidenta de la Real Academia de Ciencias: «Uno de los retos de este siglo será envejecer bien»
La bióloga, primera mujer en presidir la entidad desde su creación en 1846, atiende a El Debate tras su nombramiento
La bióloga Ana Crespo (Santa Cruz de Tenerife, 1948) es desde este miércoles la primera presidenta de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, institución en la que ingresó hace doce años y de la que hasta ahora era secretaria general.
Fundada en 1847 bajo el reinado de Isabel II, la entidad que preside es, en palabras de Crespo, «una de las pocas instituciones de tradición científica autónoma e independiente de criterio que hay en España». Entre sus labores está «asesorar en las tomas de decisión a quien nos lo pida cuando la materia científica sea determinante», «ocuparnos del Diccionario de términos científicos en español» y «divulgar la ciencia», una tarea, esta última, más centrada ahora mismo en desmentir bulos que en pleno siglo XXI siguen enturbiando el más básico consenso.
—¿Qué bulos son esos?
—Nosotros en la página web tenemos una colección de vídeos que prueban cuestiones como que el hombre sí pisó la Luna, que en España sí hay una comunidad científica solvente, competitiva y que se encuentra entre las doce primeras del mundo, o que la evolución es una interpretación de un hecho real que se conoce perfectamente.
—¿Se ha puesto metas u objetivos para su mandato?
—Sí. Emprender cosas que sean realizables, no meternos en proyectos que no se puedan abordar aunque nos gusten mucho y renovar periódicamente el diccionario de términos científicos en español. Creemos mucho en el español; no en que hay que publicar en español, ya que un científico tiene que ser leído por la mayor parte posible de su comunidad, sino en que el idioma no se quede atrás y no haya que importar términos en la medida de lo posible.
—Ustedes asesoran al Gobierno en materia de ciencia. ¿Cómo calificaría la política científica en España?
—La política científica española tiene un buen trazado que se remonta a la primera ley de ciencia [de 1986] y que le permite moverse como en cualquier otro país europeo, pero también adolece de los mismos problemas. Nosotros, en la última Conferencia General de la Academia, dijimos que la asignatura pendiente es la transferencia de conocimiento. Esa primera ley creó complementos de productividad y unos mínimos de competencia en la investigación, pero luego se empezó a pensar que, aunque había crecido mucho la productividad, faltaban instrumentos para llegar a la excelencia. Ahí hay algo que todavía no funciona. Y además, creo que la regulación legal merece una relectura y una simplificación normativa que facilite esa transferencia.
La cultura de «podemos hacer ciencia y hay que hacerla» no está todavía extendida en España
El segundo problema es la falta de financiación. No creo que sea la única dificultad, como a veces parece, porque la comunidad científica está produciendo a tope en relación con el dinero que recibe. Pero no se trata de vivir así, con tanto voluntarismo, sino de que haya unos números que sean acordes con los porcentajes que se dedican en otros países.
—¿Hay interés por la ciencia en España?
—No mucho. La cultura de «podemos hacer ciencia y hay que hacerla» no está todavía extendida. España ha tenido que resolver muchos problemas en el siglo XX, pero a esto no ha llegado aún.
—¿Cuáles cree que serán los desafíos científicos del siglo XXI?
—A lo mejor es personal, porque es mi campo de investigación y uno de mis mayores intereses científicos, pero uno de ellos creo que será desentrañar cómo funcionan exactamente las simbiosis entre los distintos organismos. Otro, igual también sesgado, envejecer lo menos posible. No aumentar la vida de cualquier manera, sino aumentarla bien. Por último, el problema del cambio climático no es que sea un problema científico, sino que tiene que estar permeando en todas las acciones de la ciencia. A fin de cuentas, es un riesgo global, ya que no solo afecta a la especie humana, sino también a las demás.