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Enrique Solano, presidente de la sección española de la Sociedad de Científicos Católicos y astrofísico del Centro de Astrobiología del CSIC-INTA.

Enrique Solano, presidente de la Sociedad de Científicos Católicos de España, en la redacción de El DebatePaula Argüelles

Entrevista

Enrique Solano (Científicos Católicos españoles): «La ciencia nunca aleja de Dios, al contrario»

El presidente de la SCCE aborda la siempre interesante relación entre ciencia y fe tras la celebración del tercer congreso de la Sociedad la semana pasada

Como cada mes de septiembre desde hace ya tres, la Sociedad de Científicos Católicos de España (SCCE) celebró la semana pasada su congreso anual como punto de encuentro, debate y reflexión de la ciencia desde una perspectiva creyente. Mediante una nutrido listado de ponencias y mesas redondas, los participantes abordaron todo tipo de temas: desde el origen religioso del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) al cambio climático, pasando por cuestiones medulares para la doctrina católica, como la protección del no nacido y el «dilema» de la congelación de embriones humanos.

Para el presidente de la SCEE, Enrique Solano, el balance de las jornadas ha sido «muy positivo». Aprovechando la coyuntura, El Debate charla con él y ahonda en la siempre interesante relación entre ciencia y fe.

–¿Cómo ha evolucionado el Congreso en estas tres ediciones?

–Hemos conseguido consolidarnos y crecer un poquito más cada año. Todo el proceso a nivel internacional es muy reciente, porque la sociedad internacional nació en 2016. Fue la idea de cinco personas, y hoy hay más de 2.300 miembros en más de 60 países. La mayoría de ellos están en Estados Unidos y, de esos 60, el segundo país con más miembros es España, con unos 150. Es por eso por lo que hace tres años se decidió dotar al grupo español de una cierta autonomía, de una infraestructura y de una cierta capacidad económica para poder realizar actividades de interés a nivel nacional. Así fue como surgió la sección española de la Sociedad de Científicos Católicos. En 2022 tuvo lugar nuestro primer congreso en Pamplona, donde nos juntamos unos pocos y nos pusimos cara, ya que hasta entonces no nos habíamos conocido. A partir de ahí echamos a andar, creamos la primera junta directiva, se definieron las líneas de trabajo y cada año hemos ido creciendo un poco más. Desde el pasado congreso [septiembre de 2023] a este, de hecho, hemos aumentado el número de socios en un 50 %, de unos 80 el año pasado a unos 150 este. Son números pequeños, pero hay aún un gran margen de aumento.

–¿A qué se enfrentan los científicos católicos en la actualidad? ¿Lo tienen más difícil que en el pasado?

–Todos sabemos que hay una corriente de opinión que está siempre tratando de minusvalorar y desprestigiar todo lo que lleve el apellido «católico», y con los científicos ocurre lo mismo. En general, estamos acostumbrados a escuchar en los medios de comunicación opiniones de científicos brillantes que manifiestan un rechazo frontal a la religión, y en particular a la religión católica. Es cierto que estas opiniones pueden estar en el extremo de todo el espectro de posturas, y que hay otras más atemperadas. Pero también es verdad que la gran mayoría de nuestros colegas no creyentes no terminan de entender muy bien cómo es posible compatibilizar ciencia y fe católica, ya que a muchos de ellos les parece algo infantil y parecido a creer en las hadas o en el Ratoncito Pérez; algo que en principio no hace daño pero que tampoco comprenden del todo. Otros, a su vez, lo ven como algo irracional, una especie de manía o de superstición, y a esto muchas veces se ha llegado así porque la sociedad en general cree que los científicos católicos prácticamente no existen. Y, precisamente, gran parte de la culpa de esto la tenemos los propios científicos católicos, porque muchas veces no nos manifestamos como tal por diferentes motivos, como por ejemplo por miedo a que eso pueda comprometer nuestra carrera profesional por definirnos de esa manera. Al final, el científico católico se hace invisible, porque no los ves por ningún lado.

–¿Cuáles son los temas científicos más interesantes para un investigador católico?

–Hay muchos. En este congreso se trataron temas muy interesantes, como el abordaje de la disforia de género, el dilema de cómo tratar el componente ético de un embarazo ectópico o el dilema de los embriones congelados. También tenemos un grupo de trabajo muy interesante relacionado con el cambio climático, otro sobre el Sudario de Turín y lo que nos dice la ciencia al respecto, otro sobre inteligencia artificial y sus implicaciones éticas, grupos más relacionados con la astrofísica y sobre cómo debería un científico católico anunciar el Evangelio... Son temas muy diversos los que podemos tratar dentro de la Sociedad.

Si hay una gran mayoría de científicos no creyentes, una parte de la realidad que no se puede explicar se va a quedar un poco hueca

–Una pregunta recurrente, pero necesaria. ¿Cómo cambia el enfoque o perspectiva que pueda tener un científico católico al afrontar su trabajo respecto a otro que no lo sea?

–En el trabajo y en el día a día, un científico católico hace exactamente el mismo trabajo que cualquier otro. Quizás la diferencia se encuentra a mucha mayor escala. De alguna manera, un científico católico se sabe el final de la película: sabe que en todo lo que va a estudiar hay unas leyes, un orden y una complicidad porque hay un Creador que ha dado un diseño. Al final, no es lo mismo la visión que puede tener un científico no creyente de que somos una mota de polvo en un espacio infinito gobernado por unas fuerzas inimaginables, que por el contrario pensar que hemos sido creados por un Creador, que tenemos una dignidad infinita y que tenemos un camino marcado para volver a encontrarnos con Él.

–¿Tiene dudas un científico católico?

–Claro, como cualquier católico, pero no pero no porque la ciencia le genere dudas, que es uno de los tópicos que la sociedad ha comprado. No es que la ciencia me diga una cosa y la religión otra y tenga que elegir cuál de los dos caminos tomar. Eso nunca pasa. Sí que puede pasar lo contrario, y de hecho ha pasado, de que un científico que por el motivo que sea no se ha planteado la existencia de Dios, o sea agnóstico, se haya dado cuenta a través de su investigación de la complejidad de lo que está estudiando, del orden que existe en la naturaleza y de la existencia de unas leyes, que es lo que gobierna todo. Y que, al darse cuenta de esa inmensidad, de que hay algo que lo supera, crea que debe haber algo más que haya montado todo esto. A pesar de que la ciencia nunca va a demostrar si Dios existe o no existe, sí que puede ser un camino para acercarse a Él. Pero la ciencia nunca aleja de Dios.

–En el pasado, la mayor parte de los científicos eran creyentes, pero esta tendencia se ha ido reduciendo con el paso de las décadas. ¿Por qué?

–No creo que los científicos se separen mucho de otros grupos de la sociedad. Es decir, lo que sí sabemos es que la sociedad está cada vez más descristianizada. Cada vez encontramos muchos menos bautizos, bodas, comuniones, gente que va a la Iglesia, creyentes… Al menos en Europa y en el mundo occidental. Eso, lógicamente, conlleva un descenso también el número de científicos creyentes. Pero insisto en lo que decía antes: no es que haya más científicos no creyentes porque la ciencia tenga algo que haga que el científico deje de creer; todo lo contrario. Hay menos científicos católicos como también ocurre lo mismo en cualquier otra profesión.

Enrique Solano, presidente de la sección española de la Sociedad de Científicos Católicos

Enrique Solano, durante otra entrevista en El DebatePaula Argüelles

–¿Y qué puede suponer esta secularización creciente del colectivo científico para la propia ciencia?

–Uno de los grandes problemas de la enseñanza universitaria es que normalmente, cuando uno estudia, nunca se le suele dar una visión holística, o sea, una visión de conjunto de lo que está tratando. Un ingeniero, un médico o un biólogo puede ser muy bueno en su campo, pero si solamente estudia su campo se está dejando algo. Tiene que tener esa visión global, de conjunto, de lo que realmente está abordando mediante una serie de conocimientos filosóficos o éticos para poder entenderlo bien. De lo contrario, al final las hojas del árbol no dejan ver el bosque. O al revés: te centras mucho en lo tuyo y no tienes esa perspectiva desde arriba de todo el problema que estás abordando.

Una buena frase que resume esto la dijo san Juan Pablo II, y nos viene a decir que la ciencia ayuda a la religión a eliminar errores y supersticiones. Por ejemplo, los antiguos pensaban que un eclipse era una maldición, un castigo de los dioses, y la ciencia terminaría por demostrar que lógicamente no es así. De la misma forma, la religión ayuda a la ciencia a liberarse de idolatrías y falsos absolutos. Es decir, los científicos tienen en ocasiones tendencia a divinizar lo que es la ciencia, en el sentido de que la ciencia lo puede explicar todo y lo que no explica la ciencia no existe, y eso no es así: la ciencia explica una parte de la realidad, pero hay otra parte, que son las preguntas fundamentales, que la ciencia nunca va a poder abordar. Si hay una gran mayoría de científicos no creyentes, esa otra parte de la realidad que no se encuentra se va a quedar un poco hueca.

–Por último, ¿hay algún científico creyente que haya influido más en su pensamiento?

–No sabría decirte. A lo largo de los años ha habido diferentes épocas. Una figura que me ha atraído más en los últimos años ha sido Georges Lemaître, sacerdote belga de principios del siglo XX que fue precisamente el que postuló la teoría del Big Bang. Fue un científico brillantísimo, uno de los principales cosmólogos de la primera mitad del siglo XX, y de él dijo Einstein que era una de las pocas personas que realmente había entendido la teoría de la relatividad. Para mí es un paradigma de cómo la vocación de científico y la vida de fe se pueden compaginar y llevar en perfecta armonía.

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