Fundado en 1910

El taxonomista Pedro Jiménez-Mejías

Entrevista

El revisionismo llega a la nomenclatura científica: «Aplicar criterios morales a algo universal genera discordia»

El taxonomista Pedro Jiménez-Mejías advierte del riesgo que plantea para la ciencia el cambio masivo de nombres por motivos ajenos a los principios que rigen su disciplina

El pasado julio, la celebración en Madrid del XX Congreso Internacional de Botánica concluyó con la decisión de cambiar el nombre de 200 especies vegetales con connotaciones racistas. Concretamente, las plantas y árboles afectados fueron aquellos que contenían el término caffra, un insulto histórico a la población negra de Sudáfrica.

Un mes antes, en junio, un grupo de investigadores publicó un artículo en la revista BioScience advirtiendo del riesgo que supone abrir la puerta a cambios basados en «sentimientos» y no en el criterio universal de comunicación que rige hoy por hoy la nomenclatura científica.

Entre ellos estaba el taxonomista español de la Universidad Pablo de Olavide Pedro Jiménez-Mejías, quien precisamente señala en esta entrevista que «una cosa que se critica de estos reformistas es que son personas que no trabajan esta disciplina, sino que la observan desde fuera sin darse cuenta de lo que dicen porque no lo conocen en profundidad».

Aunque el Congreso rechazó cambiar por ahora el nombre de muchas otras especies con nombres de figuras controvertidas (por ejemplo dictadores, como dichos «reformistas» llevan años reivindicando), no puede descartarse que en un futuro se llegue a plantear la «posibilidad de procesos de revisión en masa para nombres [considerados] ‘inapropiados’», señala el estudio.

El artículo, que recibió el apoyo de 1.500 científicos, no es ajeno a los sentimientos negativos que determinados nombres pueden causar, pero señala que cada caso debe analizarse por separado y sin olvidar las repercusiones que este tipo de cambios puede suponer para el desarrollo fluido del trabajo científico (en el rastreo o consulta, por ejemplo, de millares de menciones de especies en documentos que pueden remontarse al siglo XVIII) y para la ciencia en general.

—¿Cuál es su postura sobre este tema y por qué?

—Lo que la nomenclatura científica pretende garantizar es que la comunicación sea fluida y universal. Si yo digo «plátano», un señor que habla inglés no me entiende, pero si digo «musa paradisiaca», que es el nombre científico, una persona que use el lenguaje científico sabe que me estoy refiriendo al plátano.

Dado que la comunicación es universal, los criterios que la rigen deben ser universales. Por tanto, aplicar criterios morales a algo que es universal es muy difícil, porque nunca va a estar contento todo el mundo. Plantearlo desde una perspectiva donde existen buenos y malos con un sesgo de percepción del mundo occidental, como se estaba vendiendo hasta ahora, es muy facilito: si una persona es racista es mala; si una persona aboga por los derechos de las personas del tercer mundo es buena. Hasta ahí es muy simple. Pero imaginemos ahora el caso de Cristóbal Colón, un héroe nacional español, porque dirigió una gesta que consistió en cruzar un océano. En el imaginario de Estados Unidos, Cristobal Colón es a día de hoy una persona terrible. Y eso desde España nos cuesta trabajo entenderlo, porque ellos argumentan que el genocidio, como ellos lo llaman, del imperialismo europeo se debe a él. Entonces, si el nombre de Cristóbal Colón, a cuyo nombre hay plantas dedicadas, se censura, hay un tremendo desacuerdo. Por un lado porque Colón a todos los efectos es un héroe en España, pero por otro lado se percibe como villano desde ciertas ópticas. ¿Cuál es, entonces, el corte?

—¿Y en el caso de las especies caffra?

—Ese caso se ha revestido sentimentalismo y no se entiende bien. El asunto de los epítetos terminados en caffra (o caffer, ya que como es en latín puede variar la raíz), se debe a que la palabra está legalmente prohibida en Sudáfrica. Es una cosa que se nos escapa, pero para que nos hagamos una idea es algo así como la esvástica en Alemania.

Como está prohibido mencionar o escribir el término so multas o pena de cárcel, es un impedimento a la comunicación. Como eso llegó a ese extremo, ellos propusieron una solución, que era quitar la ‘c’ y en lugar de referirse a Kaffraria (caffra viene de Kaffraria, que es el nombre histórico de una región de Sudáfrica), pasaba a ser «affraria», que es una latinización de «africano». Pero el caso es confuso, porque como se ha vendido desde una perspectiva más sentimental parece que la comunidad botánica estaba más por la labor de acomodar la ética a la nomenclatura, cuando básicamente lo que ha hecho ha sido ceñirse a un caso práctico de daño a la comunicación.

Erythrina caffra, una de las 200 especies cuyo nombre se ha cambiadoFlickr/Tatters

—¿Qué más casos hay?

—Hay nombres que resultan ofensivos, sobre todo en África, y que por ello se ha propuesto su retirada. Por ejemplo, las plantas dedicadas a [Cecil] Rhodes, que fue gobernador de una porción central de Sudáfrica y que promovía el apartheid. De la misma forma, hay una planta muy conocida en jardinería llamada banksia, y que tenía más o menos las mismas tendencias pero con los aborígenes australianos.

Es llamativo porque la mayor parte de todo esto viene a raíz de problemas con el mundo anglosajón, ya que en el momento en el que la ciencia progresa el imperio español está ya en decadencia, si no desaparecido, y poco afecta a nombres o personalidades con nuestra historia y nuestra cultura. Las únicas, en todo caso, serían las plantas dedicadas a Cristóbal Colón, que son aquellas bajo el género Colona, aunque yo creo que nadie se acuerda de ellas. Porque ese es otro problema, que es que tú tienes que percibir un significado en el nombre. Si no lo percibes, y tú lo que entiendes es simple y llanamente una combinación de letras, no puedes hacerte entender.

—Sin embargo, entiendo que algunos ejemplos, mismamente el de caffra, pueden resultar ofensivos e hirientes para ciertos colectivos.

—El asunto de la practicidad es que la mayor parte de las veces uno tiene que investigar para ofenderse, porque ni Rhodes aparecía siquiera en los libros de Historia de ellos y la mayor parte de la gente no sabe quién es, y otras veces es que directamente la construcción en palabras no se entiende. Si yo te digo «Eucaliptus» tú piensas en un árbol, ¿verdad? Eucaliptus significa «bien cerrado», en referencia al fruto, que tiene una tapadera que está sólidamente soldada con el cuerpo del fruto. Si tú escuchas o lees Eucaliptus, tú lo que percibes es a la planta en sí, no el significado detrás.

—¿Desde hace cuánto se ha abierto paso este debate entre la comunidad científica?

—A la par que los movimientos que se etiquetan como woke, reivindicando sobre todo el reconocimiento del papel de la gente discriminada en Norteamérica. Es una cosa muy anglosajona. Aunque desde casi siempre ha habido un sector que cree que dedicar nombres de plantas y animales a personas no es éticamente adecuado, el asunto tomó fuerza hace alrededor de un lustro.

La mayoría de los firmantes no quiere cambiar nombres del pasado, pero sí evitar los mismos errores en el futuro

—¿Podría establecerse algún tipo de distinción entre este revisionismo de la nomenclatura y el que se ha hecho en España mediante las leyes de Memoria Histórica?

—No te creas que no lo he pensado, y más que por el asunto del franquismo, por un asunto de que la toponimia de forma tradicional suele venir dada por la gente. Es un proceso que es diferente: el nombramiento de las especies dentro de un marco científico viene dado por un sistema que nos rige por arriba, mientras que la toponimia en su origen suele venir dado por las personas. El momento en el que denominaciones de tipo popular son sustituidas por cambios políticos interesados a mí me resulta francamente incómodo. Y por cambios políticos interesados hablo tanto de aquellos que vengan desde la derecha como desde la izquierda.

—¿Qué bando tiene más partidarios en este debate, el de los reformistas o el de los que rechazan los cambios?

—No existen exactamente dos bandos, sino que hay dos formas extremas de entenderlo y luego una amplia gama de grises en el medio. A raíz de la experiencia que yo he tenido haciendo el artículo, donde de los 1.500 firmantes yo tuve conversaciones activas con unos 350, la interacción era muy diversa: había gente que firmaba por muchísimas razones más o menos diferentes, pero el punto en común es que la única forma de no abrir más conflicto era mantener y cuidar lo que había hasta el momento. La mayoría cuando mira hacia el pasado dice: «No tenemos que cambiar». Pero esa misma mayoría, cuando mira hacia el futuro, dice: «Tenemos que ser conscientes y cuidadosos y no repetir los errores».

—¿Qué manifiesta por su parte esa gama de grises que menciona?

—Hay gente que considera que al limitarse la capacidad de nombrar especies porque pueden ofender se está violando nuestra libertad como científicos, que nosotros debemos ser libres de nombrar. Hay también gente que dice que el revisionismo es malo y que los nombres de las especies tienen que estar ahí haciendo honor a quien lo hiciera para demostrar así su momento histórico. Hay gente que te dice que si en determinados casos se prueba o hay pruebas fehacientes de que alguien hizo algo terrible, el sistema de nomenclatura no tendría por qué mantener la dedicatoria, como el asunto del famosísimo escarabajo de Hitler. La unanimidad [respecto al cambio de nombre del escarabajo] es tal que yo mismo pienso que están tardando en cambiarlo. De hecho, no hay ningún problema: todo el mundo está de acuerdo, pues quítalo.

Anophthalmus hitleri, el «escarabajo de Hitler». Fue catalogado así en 1933 en honor al dictador

—En el caso del escarabajo, ¿está usted entonces a favor de cambiarlo?

—Teniendo en cuenta el daño que está haciendo, sí, porque hace daño ya no solamente porque se llame así, sino porque por el hecho de llamarse así se ha convertido en uno de los grandes pilares del debate del revisionismo. Además, precisamente en ese escarabajo sí se percibe el nombre: Anophtalmus, que nadie sabe lo que significa, hitleri, que sí suena rápido.

Por otra parte, el código de los zoólogos permite el cambio. La nomenclatura se rige por códigos, que son como una serie de normas escritas. Con eso, los códigos, tanto el botánico como el zoológico, recogen supuestos que contemplan la modificación. Hay que argumentarlo de forma particular, tiene que haber una serie de acuerdos y tienen que cumplirse una serie de requisitos. Entonces, si alguien elabora el caso y recaba apoyos, muy probablemente el comité de zoología acepte cambiar el nombre. Otra cosa es que se haya pretendido que esto se haga de bulto y en bloque.

—¿Cuáles son, a grandes rasgos, esos criterios?

—Que la comunicación se dañe, básicamente es eso. Siempre que la comunicación se dañe, se procede a cambiar o conservar un nombre.

—¿Cuántos nombres se han cambiado hasta ahora?

–Por criterios científicos, el cambio de nombres es constante, pero las reglas que lo rigen son universales y nadie se atreve o se plantea modificarlas. Otra cosa son los cambios de nombre con base moral, que causarían desacuerdo. Por esa razón se ha cambiado el nombre de esas 200 plantas africanas.

—¿Hay más en proceso de debate?

—No. En el Congreso Internacional de Botánica de Madrid el debate se zanjó, y se dijo que los nuevos nombres solo se pueden someter a revisión a partir de 2026.