Por qué los primeros humanos preferían los terrenos escarpados a los llanos para vivir
Un nuevo estudio revela que esa búsqueda fue deliberada y resultó clave para la evolución de la especie
La mayoría de yacimientos arqueológicos con restos de los primeros humanos, los miembros del género Homo conocidos como homininos, se encuentran en regiones montañosas o en enclaves accidentados. Este miércoles, un estudio ha revelado que esa combinación de ecosistemas fue deliberadamente buscada y una elección clave para la evolución humana.
Los detalles del estudio, que ha sido realizado por investigadores del Centro de Física del Clima (ICCP) de la Universidad Nacional de Pusan (Corea del Sur), se han publicado este miércoles en la revista Science Advances.
Utilizando un extenso conjunto de datos de fósiles de homínidos, junto con datos de alta resolución sobre el paisaje y una simulación del clima de la Tierra de 3 millones de años de duración, el equipo proporciona una imagen más clara de cómo y por qué aquellos humanos se adaptaron a paisajes tan duros y por qué nuestros parientes evolutivos preferían ser «montañeses» a «llaneros».
Más variedad de ecosistemas
Las regiones montañosas potencian la biodiversidad porque los cambios de altitud provocan cambios en el clima y en las condiciones ambientales en las que pueden prosperar distintas especies vegetales y animales, una mayor variedad y densidad de ecosistemas y tipos de vegetación llamados biomas.
Esta diversidad de biomas fue un atractivo para los primeros humanos, ya que proporcionaba mayores recursos alimentarios y resistencia al cambio climático, una idea conocida como la Hipótesis de la Selección de la Diversidad.
«Cuando analizamos los factores ambientales que controlaban dónde vivían las especies humanas, nos sorprendió ver que la inclinación del terreno era el dominante, incluso más que los factores climáticos locales, como la temperatura y las precipitaciones», explica Elke Zeller, autora principal del estudio.
Sin embargo, las regiones escarpadas son más difíciles de transitar que los terrenos más llanos y requieren más energía para atravesarlas, por lo que los homínidos tuvieron que adaptarse a los retos de estos terrenos para aprovechar sus mayores recursos.
Paréntesis
El estudio sostiene que esas adaptaciones humanas se produjeron en dos oleadas en un periodo de tres millones de años.
La primera, cuando la adaptación hacia entornos más escarpados es visible para las primeras especies humanas Homo habilis, Homo ergaster y Homo erectus, tuvo lugar hasta hace aproximadamente un millón de años. Después, la señal topográfica desaparece durante unos 300.000 años.
Y la segunda fue hace unos 700.000 años con la llegada de especies mejor adaptadas y culturalmente más avanzadas, como Homo heidelbergensis y Homo neanderthalensis, capaces de controlar el fuego y con mayor tolerancia a climas más fríos y húmedos.
«La disminución de la adaptación topográfica hace aproximadamente un millón de años coincide aproximadamente con reorganizaciones a gran escala en nuestro sistema climático, conocidas como la Transición del Pleistoceno Medio. También coincide con acontecimientos evolutivos como el recientemente descubierto cuello de botella genético ancestral, que redujo drásticamente la diversidad humana, y el momento de la fusión del cromosoma 2 en los homínidos», resume Axel Timmermann, coautor del estudio.
Queda por determinar «si todo esto es una coincidencia o si la intensificación de los cambios climáticos glaciares contribuyó a las transiciones genéticas de los primeros humanos», apunta el investigador.
El modo en que los humanos han evolucionado en los últimos tres millones de años y se han adaptado a los nuevos retos medioambientales es un tema de investigación muy debatido, pero los resultados del estudio muestran «claramente que nuestros antepasados eran habitantes de las tierras escarpadas», subraya.
«Nuestros resultados revelan que, con el tiempo, los homínidos se adaptaron a terrenos escarpados y que esta tendencia fue probablemente impulsada por el aumento regional de la biodiversidad» y que esa adaptación a regiones montañosas fue beneficiosa a pesar de exigir un mayor consumo de energía para escalar esos entornos, resume Zeller.