César Antonio Molina bendice 'La Fortuna': «Fue así»
El exministro de Cultura reconstruye para El Debate los detalles del ‘caso Odiyssey’
Cuando acabó el pase privado de La Pasión de Cristo que Mel Gibson organizó para Juan Pablo II, el Papa dio la bendición al director australiano: «Fue así», elogió.
El escritor y periodista César Antonio Molina, el ministro de Cultura que abrió el melón del llamado caso Odyssey, repite exactamente esas dos palabras tras haber disfrutado los dos primeros capítulos –este viernes 8 de octubre se estrena el tercero– de La Fortuna, la serie de Movistar+ dirigida por Alejandro Amenábar. «Fue así. Al 99%. Todo mi espíritu está ahí». Son casi las doce de la noche de un viernes de octubre y sus palabras están impregnadas de entusiasmo y de emoción. Por el resultado de la serie, en la que matiza que no ha tenido que ver, y también por el orgullo por el trabajo bien hecho que esta ficción ha venido a reavivar.
El caso
Molina, que fue ministro del Gobierno presidido por Zapatero entre el 9 de julio de 2007 y el 7 de abril de 2009, se presta a reconstruir el llamado caso Odiyssey para El Debate, pero matiza de entrada que hay aspectos que, por ahora, son inconfesables: «Yo tengo prácticamente acabadas mis memorias políticas. Por lo de ahora son impublicables, porque la jubilación da para poco –bromea–, pero en el futuro sí podrán ver la luz. Y ahí hay un capítulo dedicado a este episodio. Se resume en lo mismo que contó en el cómic Guillermo Corral». Éste y Paco Roca son los autores de El tesoro del Cisne Negro, la novela gráfica en la que está basada la serie. «Estando en el ministerio, nombré a Guillermo Corral director general de Industrias Culturales. Fue la persona que inauguró esa nueva dirección general. Es un gran amigo y me fue relatando cómo iba escribiendo el texto del cómic, primero, y todo lo que ha ido viniendo después. El cómic está muy bien».
El caso arrancó con una decisión valiente: «Estando en el ministerio, todo lleno de problemas, como cualquier otro ministerio, pero en este caso muchos problemas complejos y de carácter internacional, surgió este asunto. Podría haber pasado desapercibido, pero yo tomé la decisión de que no podía pasar desapercibido. Decidí que era una cuestión de honor para España y una ocasión para reivindicar la importancia de nuestro ingente patrimonio subacuático, que ha estado siempre muy maltratado».
«Lo que yo pensé es que no podíamos dejar que una empresa privada norteamericana, cazatesoros, se llevara el honor, la vida y las pertenencias de unos buques de transporte de bandera española que fueron hundidos por los ingleses sin haber declarado la guerra ni estar en un momento bélico. Recordemos que murieron muchísimos civiles. Hubo 249 víctimas mortales, 249 personas que fueron asesinadas», se extiende.
Tal y como refleja la serie, hubo fuego amigo, manos negras que le querían empujar a ir por otro camino: «Tomé esa decisión contra la opinión de, digamos, otras autoridades que creían en los engaños que la compañía norteamericana divulgaba. Que lo que ellos estaban haciendo era una labor de espionaje, o de servicios secretos, británicos y norteamericanos, y que tenían como pantalla estas excavaciones. Nunca creí en eso. Y se demostró que nosotros teníamos razón en el juicio, allá en Tampa. A ese juicio acudió incluso una representación de la Armada norteamericana que apoyó las teorías del Gobierno de España».
Insiste en la encrucijada que vivió: «Era una decisión tremendamente complicada. Me llevaba a mí a una posición todavía más complicada que la que ya por sí tenía en el Gobierno por creer, y tener la convicción, de que la cultura está por encima de los partidos, de que es una cuestión de Estado y, por lo tanto, yo, como persona de la cultura, era lo que iba a defender».
Vaya si lo defendió. «En el tiempo que seguí en el ministerio trabajamos muy duro. Contratamos a los abogados e hicimos una serie de cosas más. Mi sucesora [Ángeles González-Sinde] dejó que siguiera el caso y el siguiente ministro, que era [José Ignacio] Wert, fue a recoger las monedas. Camino de allí, me llamó y me preguntó en tono humorístico: ‘Oye, ¿qué hago yo con todo esto? ¡En menudo lío me has metido!’. ‘Vas a recoger lo que yo tuve que hacer’, le contesté. Sin duda, es de las cosas que hicimos en el ministerio de las que me siento más orgulloso». Piensa que no tuvo influencia en su adiós al cargo: «Yo no fui llevado al cese por esto, sino por defender a la cultura de España por encima de todo. Esto fue una cosa más. Importante, como se ha demostrado por el resultado real, pero una más».
A posteriori, trascendió que la compañía norteamericana había inflado el valor del tesoro. Por sus intereses bursátiles tasó en 500 millones de dólares (unos 431 millones de euros) el cargamento de monedas de oro y plata que expolió fundamentalmente de Nuestra Señora de la Mercedes, la fragata española procedente del Perú que fue hundida por un buque inglés en octubre de 1804 frente a las costas de Cádiz. Pero el exministro, el valor del tesoro es casi lo de menos dentro de todo este asunto: «Estas cosas no se hacen por dinero. Si así fuese nos pondríamos a la altura de los ladrones. Y nosotros no somos ladrones. Se trataba de recuperar nuestro patrimonio y la memoria de toda la gente que había muerto injustamente y sin motivo. Eso ya era mucho». Y era dar un puñetazo en la mesa: «Esto no se puede hacer. Nuestra historia no se toca».
En la serie, la empresa ve las orejas al lobo y ofrece un acuerdo. Molina nunca se planteó aceptarlos. «Nos propusieron muchos acuerdos… Muchos. Tanto la empresa como, digamos, otras instancias norteamericanas. Pero eso tampoco lo voy a contar ahora porque son asuntos espinosos…», zanja misterioso.
El elenco
El actor vasco Karra Elejalde, ocho años más joven que César Antonio Molina, coruñés del 52, da vida al ministro en La Fortuna. «En cuanto a mi actor, mejor representación imposible. Porque es un gran actor y, además, hizo nada menos que de Unamuno [en Mientras dure la guerra, también de Amenábar], así que más no se puede pedir». No da importancia a que se sobreentienda que el ministro es vasco, pues no hay rastro del cadencioso acento gallego, pero sí aprovecha para reivindicar su ADN, atlántico y no cantábrico: «Para mí era muy importante este tema precisamente por ser gallego, por haber nacido y pertenecer a una ciudad oceánica, presidida por la Torre de Hércules, lo que influye en la manera de ser. Probablemente un ministro de Soria, con todos mis respetos hacia Soria, que es una ciudad a la que amo profundamente, entre otras cosas porque se rodó allí Doctor Zhivago y por Machado, pero a lo mejor esa persona lo hubiera dejado pasar, por no tener en los genes la mar oceánica, pero para mí es algo esencial».
Por exigencias del guion, su aspecto físico no se corresponde con el del ministro de la serie: «Como siempre pasa cuando una historia se escribe o se rueda, pasa por la mente de otras gentes. Nadie tienen un realismo de tal calibre como para reflejar exactamente que sucedió. Mi personaje es representado con barba, con gafas y fumando, y yo jamás he tenido barba, jamás he fumado en mi vida y no utilizaba gafas en aquel tiempo». Son licencias que comprende y tolera.
Además de a Errejalde, también alaba la labor de un director cuyo trabajo siempre ha apreciado: «A Amenábar le tengo una gran estima y admiración. Es un grandísimo director. De hecho, cuando yo era ministro, fui invitado a Malta al rodaje de Ágora. Pero finalmente no pude ir. Por una cosa o por otra, no he coincidido con él, ni tampoco con el actor. Me encantaría coincidir en algún momento y charlar, no solo de la serie, sino de cualquier otra cosa», pone en bandeja.
El realismo
De la trama da la serie le gustan determinados momentos realistas en los que se siente reconocido. Algunos son muy personales. Como cuando Errejalde suelta una frase que tiene el sello de Molina: «La cultura es el petróleo de España». O como esa conversación con el Guillermo Corral de ficción (al que da vida el actor Álvaro Mel) en El Retiro en el que el ministro confiesa su amor al cine.
Pero, más allá de personalismos, lo que más le agrada es que Amenábar reivindique a los trabajadores públicos. «Todo esto lo tuvimos que hacer con los funcionarios. Con los funcionarios y con otra gente que yo había elegido para otras direcciones generales. Me gusta que la serie sea un reconocimiento a la gente que trabaja silenciosamente por sacar adelante este país en cualquiera de sus frentes».
Otros aspectos no son tan reales. En la serie se celebra también un encuentro entre los representantes del Estado español y el abogado norteamericano que llevó el caso en el que éste ensalza el valor de la memoria e insta al ministro a mover ficha. «Sucedió al revés. En la reunión real, yo dije lo que dice el abogado en esa escena de la serie. No fueron los norteamericanos los que nos dijeron por dónde había que tirar. Eso nosotros lo teníamos muy claro desde un primer momento».
El legado
El legado del caso Odiyssey no fue solo un tesoro, un cómic y una serie. «En las reuniones anuales de ministros de Cultura y Educación iberoamericanos yo planteé que se tendría que legislar esta cuestión en todos los países marítimos de América, que no se permitiera el expolio por parte de empresas piratas. De ahí salió, por ejemplo, que Colombia parara una serie de excavaciones subacuáticas de navíos españoles en la época en que los colombianos también eran españoles. México, Chile y otros nos escucharon», se congratula Molina.
También cambió la legislación de la Unión Europea. «En los consejos de ministros en Bruselas logramos que se aprobase lo mismo. Que se protegiesen los pecios y que se persiguiera a aquellas personas que trataron de saquearlos para venderlos y sacar beneficios. Ahí el papel de Francia y el de Italia fue fundamental».
¿Y en España? «Logramos que entre las comunidades autónomas, la Armada española y el Ministerio de Cultura se elaborase un mapa de los lugares donde están los barcos hundidos para poder proteger todo eso», recuerda orgulloso.