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Doce huérfanos puede verse en Movistar+

Crítica de cine

'Doce huérfanos' une el deporte y la superación

Ty Roberts es el director de este filme estadounidense de este 2021 que puede verse en Movistar+ 

Al norte del estado de Texas, cerca de Dallas, hay una ciudad llamada Fort Worth. Está ciudad fue castigada duramente en los años treinta, pues a la pobreza generada por la Gran Depresión, se añadió lo que se llamó el Dust Bowl –cuenco de polvo–, un periodo de sequías y tormentas de arena que arrasaron con la forma de vida de los lugareños, tradicionalmente ganaderos. Esta situación dejó numerosos huérfanos que fueron acogidos en el Masonic Home, un orfanato al sur de Fort Worth fundado en 1889. La película de Ty Roberts nos cuenta unos sucesos reales ocurridos a finales de los treinta, y que se recogen en el libro de Jim Dent Twelve Mighty Orphans: The Inspiring True Story of the Mighty Mites Who Ruled Texas Football (2008).

Vayamos pues a la película. El orfanato vive días duros debido al régimen explotador y tiránico que ha impuesto el corrupto director Frank Wynn (Wayne Knight). Los chavales viven sin esperanza ni autoestima, solo consolados por la bondad del médico, el Doctor Hall (Martin Sheen), entregado al alcohol desde que quedó viudo. Pero un día llega el matrimonio Russell, Rusty (Luke Wilson) y Juanita (Vinessa Shaw). Ella va a dar clases de inglés y música, y él va a ser el entrenador de fútbol americano, además de enseñar Matemáticas. Rusty, al darse cuenta de la situación en la que malviven los chicos, comprende que el equipo de fútbol debe ser el lugar donde estos huérfanos puedan recuperar el amor a sí mismos y el gusto por la vida.

Así pues estamos ante una película de superación a través del deporte, que es casi un género dentro del cine de Hollywood. Y como casi todos los títulos de esta índole, representa –en lo bueno y en lo malo– los ideales de la antropología americana. El profesor encarna los ideales del New Deal, el proyecto ilusionante de Roosevelt. El optimista eslogan de Querer es poder. Esta filosofía de la autosuficiencia, ciertamente ilusa y poco realista, se entrelaza en el film con una historia positiva de paternidad, de abrazo y fe en el otro, de compañerismo. A estos ingredientes, imprescindibles en el género, se añaden las historias de superación de Rusty y del doctor Hall. El primero no ha superado los traumas de la Gran Guerra, el segundo es un alcohólico. La experiencia con el equipo de fútbol les permitirá hacer también su propio camino de sanación y superación. Se trata por tanto de una educación bidireccional. Los adultos ayudan a mejorar a los chicos, y los chicos a los adultos.

Sin duda lo más profundo de la película tiene que ver con el hecho de que una persona puede reconstruirse realmente cuando encuentra una mirada que le acoge, le afirma y le valora. Los muchachos del equipo, maltratados por la vida, por la sociedad, por el director del centro, y a veces por sus propios padres, han acabado interiorizando una mirada negativa y derrotista sobre ellos mismos. Solo el encuentro con una mirada que les ve tal como ellos son, es capaz de rescatarles de su desamor y devolverles la fe en ellos mismos.

¿Y quiénes son los antagonistas de esta historia? Además del director Wynn, los ejecutivos de la Liga Interuniversitaria, con oscuros intereses, harán lo posible para sacar de la competición a los Mighty Mites, como eran conocidos, y que se puede traducir algo así como poderosos chinches. En esta lucha entre los descartados y el sistema, será decisiva la intervención de quien encarna todos esos ideales americanos descritos: el mismísimo Franklin Delano Roosevelt.

La puesta en escena es muy clásica, como no podía ser de otra manera, y a la convincente interpretación de Luke Wilson se añade la entrañable presencia de dos grandes veteranos de Hollywood, el citado Martin Sheen y el gran Robert Duvall, con un pequeño papel. Más histriónicos resultan los malos del film, el susodicho director del centro y Luther Scarborough, el entrenador del equipo rival, interpretado por Lane Garrison.

En definitiva, una cinta familiar –si excluimos a los más pequeños–, positiva, reconfortante y con indudables valores. Pero también extremadamente yanquee