Dolores Vázquez rompe su silencio con un mensaje a su ex: «Rocío era más mía que de Alicia»
Los tres primeros episodios del documental sobre la mujer que fue acusada de la muerte de Wanninkhof reconstruyen la historia de amor entre la gallega y la madre de la joven asesinada
«Hace 20 años lo perdí todo. Mi libertad, mi vida, mi voz e incluso mi nombre. Nunca he vuelto a ser la misma y nuca lo seré. Pero ha llegado el momento de enfrentarte a tantas sombras y contar por primera vez mi historia».
Así arranca el documental Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhof. La que habla es la gallega Dolores Vázquez. Un jurado popular la condenó por el asesinato de Rocío Wanninkhof a 15 años y un día de prisión en septiembre de 2001. Fue excarcelada a los 17 meses porque las instancias superiores –el Tribunal Superior de Andalucía y el Tribunal Supremo– determinaron que había que celebrar un nuevo juicio, pues había sido condenada con pruebas inconsistentes. Mientras aguardaba por él, la Guardia Civil descubre, en septiembre de 2003, que el ADN del presunto asesino de Sonia Carabantes en Coín, suceso ocurrido el mes anterior, es el mismo que el de prueba aparecida en la escena de crimen de Rocío. Se trata del británico Tony Alexander King. Dolores es absuelta. Se repara así uno de los grandes errores judiciales de la historia de España.
El capítulo 1, titulado Rocío, podría haber llevado como título Rocío y Alicia. Es la madre de la asesinada, Alicia Hornos, la que copa la mayor parte de los más de 50 minutos de metraje. Nace en Jaén, en un pueblecito llamado La Puerta de Segura. «La escuela, poco», revela. Se fue del pueblo a los 19 años. A Ibiza. «Había que ganarse la vida». Allí conoció a su futuro marido marido, Guillermo Gerardo Wanninkhof: «Mi único novio, no mi gran amor. Al principio no me gustaba», cuenta en el documental. Después, sí. Se casaron y se marcharon a vivir a la Costa del Sol. Hace 45 años. Acabó siendo el padre de sus tres hijos: Guillermo, Rosa Blanca y Rocío.
El crimen
El viernes 9 de octubre de 1999, Rocío Wanninkhof va a pasar la tarde a la casa de su novio, Toni, en La Cala de Mijas. Tiene 19 años, los mismos que su madre cuando se fue del pueblo.
Son las diez menos cuarto de la noche cuando la pareja se despide. Ni intuyen que será para siempre. Quedan en la feria de Fuengirola a las doce de la noche. En realidad, él no quiere ir. No tiene dinero. Pero desea que disfrute de sus amigas, así que le miente, y le dice que irá. Es uno de esos momentos de la vida en el que Paul Auster ha basado su literatura: si le llega a decir la verdad, ella se habría quedado en la casa y habría esquivado la muerte. De eso está convencida Charo Trujillo, madre del que era el novio de Rocío. No lo hizo y fue el principio del fin. Toni se quedó dormido mientras meditaba si ir o no a la feria, como le insistía su madre.
A las tres o cuatro de la madrugada, la hermana de Rocío volvió a casa. La aguardaba su madre. Despierta. Inquieta. Preguntó por Rocío. No la había visto. «Yo ni me acosté siquiera. No había pasado nunca», cuenta Alicia Hornos en el documental sobre la tardanza de la pequeña de la casa.
La búsqueda empieza ya el 10 de octubre: «No habían pasado ni las 48 horas, pero me vieron tan mal que me la pusieron», detalla la madre, sobre la denuncia. Se pone manos a la obra. Camina por un descampado cercano a su casa. Aparece su calzado (unos tenis). Un pequeño pañuelo de papel con manchas de sangre. Una colilla de Royal Crown. Un charco de sangre. Un rastro en la arena que indica que un cuerpo ha sido arrastrado. También las huellas de unas neumáticos indican que por ahí ha circulado un coche. «Y ahí perdí los papeles», cuenta la madre de Rocío en el documental. Todo se analizó en el laboratorio de Criminalística de la Guardia Civil. La contestación llega rápido: todo lo recogido pertenece a una mujer excepto la colilla, que ha sido chupada por un hombre. Los investigadores están ante la pista crucial, pero no la saben ver.
La investigación
La UCO, unidad de élite de la Guardia Civil, llega desde Madrid. Treinta efectivos sobre el terreno. ¿Qué tipo de persona ha podido cometer este horror? Eso se preguntan. «Cuando se empieza a investigar cuáles son las cosas que habían aparecido, había elementos que daban a pensar que pudiera ser alguien del entorno de Rocío», apunta Carlos Rubio, exsubdelegado del Gobierno en Málaga, en el muy documentado trabajo de HBO Max. ¿Qué elementos? Pues un pañuelo con el que se había limpiado Rocío. Se piensa que el que te agrede te ha dejado que te limpies, y de ahí se deduce una cierta relación entre víctima y agresor.
El primer sospechoso es Toni, el novio. Intentan que confiese una muerte accidental. Que quizá él la empujó y ella se dio un golpe, y se murió, y él entró en pánico. Lo niega. El foco de la sospecha se aleja cuando se comprueba que no tiene ni carné de conducir.
La policía también piensa en el ciudadano británico Cliff Stanford, que ofrece una recompensa –primero de 10 millones de pesetas y después de 25– a quien aporte datos para resolver el crimen. Rocío había cuidado de sus hijos en esporádicas ocasiones. Se comprueba que no estaba ni en España cuando se pierde la pista de Rocío.
Un Cristo y una Virgen
Veinticuatro días después de la desaparición de la joven, el 2 de noviembre, aparece un cadáver de una mujer cerca de Mijas. El cuerpo, en avanzado estado de descomposición y calcinado, ha recibido ocho puñaladas por la espalda. Pasan unas horas hasta que se confirma que es Rocío. Los periodistas aguardan fuera de la casa familiar. El lamento de Alicia cuando se confirma la peor noticia es estremecedor. «Empecé a gritar, a romper cosas. Tenía un Cristo muy bonito, que me había comprado… Lo destrocé. Le dije: ‘¡Maldito, maldito, maldito’. Después me pesó».
Hay una misa de difuntos. Varios psicólogos estudian los movimientos de todos los asistentes en la iglesia. La investigación apunta al entorno, así que todos están bajo la lupa: «Sospechaban de todos. Hasta de mí», asegura la madre. Las cámaras de la Guardia Civil graban todo, hasta el más mínimo movimiento, y a todos. Se llevan el cadáver de la iglesia. Fuera nieva. «A Rocío le encantaba la nieve», recuerda la madre. La entierran en un nicho. Con su equipación de fútbol, gentileza de sus amigos. La madre mete un peluche de un cerdito rosa y «una Virgen muy bonita».
Un semanario publica que la policía sospecha dos hombres y de una mujer. Un periódico toma el relevo y afina más: es una mujer. Otro diario va más allá: es amiga de la familia. «Sé que el asesinó mató a Rocío por una venganza hacia mí», cuenta Alicia Hornos a un periódico andaluz. El cerco se estrecha. Ya hay cabeza de turco.
Habla Dolores
«Yo no sabía que la mujer a la que se referían era yo», dice Dolores al final del primer capítulo. Cuando lo asume, entra en shock. Tras once meses de investigaciones, la detienen: «¿Cómo lo recuerdo ese día? Pues como una pesadilla».
La meten en el calabozo: «Me apagaban y me encendían la luz. Me decían: ‘Sabían que tengo miedo a la oscuridad’. Yo no tengo miedo a la oscuridad». Sí claustrofobia. «Yo lo que quería ya era que me llevaran al juez. Cuando declaré, no entendía las preguntas. Estaba convencida de que iba a dejar ir a mi casa. Yo siempre he tenido fe en la justicia, pero ese día dejé de creer».
El amor con Alicia
La prensa se ensaña. Carácter difícil. Fría. Calculadora. Agresiva. A su ex, Alicia, de repente le encajan todas las piezas: «Ella no quería a Rocío últimamente. Ni Rocío a ella», sostiene, aún hoy, en el documental estrenado por HBO Max.
No siempre había sido así. Cuando se conocieron, todo fluía: «Los niños eran como si fuesen míos», resalta Dolores. Porque la gallega primero se introdujo en la familia. Y el roce hizo el cariño. «A mí las mujeres no me gustan, pero ella me gustó», confiesa Alicia. No está en ese estado Dolores: «Por mi parte no había enamoramiento», sentencia, seca. «Yo nunca estuve enamorada de ella». Pero, aunque la gallega lo oculte ante su familia, son pareja. Lo serán durante tres lustros. Pero llevan cuatro años separadas cuando ocurre el suceso. Se dice, en la prensa, que a la hija no le gustaba esa relación. La realidad es que se les acabó el amor. Para Alicia, la culpa fue que su ‘suegra’ se interpuso entre ellas.
Carácter difícil. Fría. Calculadora. Agresiva. Y lesbiana, aunque esta palabra no se dice. Se habla de «amiga íntima».
Pasan los años. La pareja se separa. Se produce el crimen. Avanzan las investigaciones y a Alicia le comunican que la sospechosa es Dolores. La llama por teléfono. La acusa de ser la asesina. «Rocío era como una hija para mí», se defiende la acusada.
Antes de ser detenida la citan en el cuartelillo. «Me machacaron con ‘tú has sido’, con que tenían testigos, que tenían huellas y tenían de todo. ‘Te van a caer 30 años’, cosas así». O esta otra frase, la que más recuerda: «Cuando terminemos contigo no te va a creer ni tu abogado».
¿Por qué?
¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué la detienen? De entrada, por dos indicios.
Una asistente de Dolores, Tatiana, asegura haber visto cómo acuchillaba un pasquín con una foto de Rocío al grito de «¡este es mi problema, este es mi problema!». La gallega lo niega. Dice que la mujer no entendía bien el español, que ella intentó explicarle con gestos lo que estaba ocurriendo, pero jamás llegó a usar un cuchillo.
También porque un coche como el suyo pasó por el lugar donde se encontró el cuerpo de la joven unos días después. La gallega lo niega. Pero después recuerda que se lo había dejado a un familiar de la víctima. Ese error lo pagará muy caro. Es tomado como una mentira. Miente, ergo es una mentirosa en general. «La gente, la sociedad, no quiere ver nunca la verdad, solo quiere ver el morbo», sentencia.
Entra en prisión. «Soñaba con los cerrojos. Me ponía los oídos llenos de papel higiénico para no escuchar, y las horas no pasaban». Y los gritos, inolvidables: «Me llamaban de todo. ‘Bollera’, ‘lesbiana’».
Ida, llega a preguntar a su abogado si es posible que ella sea la asesina pero haya desarrollado amnesia. No. Esa noche estuvo en su casa. Cuidando a su madre. Cuidando a la hija de una sobrina.
Aparecen más indicios, «conjeturas», según el abogado de la gallega, Pedro Apalategui. Fibras del cadáver se corresponden, presuntamente, con unas de una prenda de Dolores. Eso se filtra. Pero resulta que no. Que era mentira. A todo esto, la segunda víctima de este caso, la presunta asesina, sigue en prisión provisional.
El juicio
El tercer episodio, último de los disponibles por ahora, se centra en el juicio. Dolores está deseando que llegue. Pero, cuando llega, entra «temblando».
«Veo el jurado enfrente. Y los miro uno a uno. Y me vine abajo. ¡Poner esa responsabilidad en un jurado tan joven! Me asustaba. ¡Que ellos tuviesen que decidir sobre mi vida!», recuerda la acusada.
Todas las cámaras la apuntan. «Sesiones el foco tan cerca. Me sentía desnuda. Como si fuese un bicho raro».
Lo más duro es el interrogatorio con el fiscal. Hasta la pregunta 35, no le plantean nada sobre el asesinato. Todo tiene que ver con su relación con la madre de la fallecida. Quieren que la gente crea que está despechada.
Alicia va en esa línea. En el documental, asegura que, «unos meses antes de lo de Rocío», Loli timbra en su casa a las cuatro de la mañana y le pide que reanuden la relación. Pero ella se niega. Según Alicia, esta fue la respuesta de la gallega: «Pues te voy a dar donde más te duela». «Eso es mentira», rebate de forma inmediata Dolores en el tercer episodio de la serie documental.
También defiende que es mentira que la asesinada hubiese querido separar a su madre de la acusada. «Ella sabe muy bien que el ojito de derecho de Rocío era yo. Rocío era más mía que de Alicia», sentencia en la que, sin duda, es una de las frases de Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhof. «Rocío ya no quería a Loli», sostiene, a día de hoy, Alicia.
«No tenemos una prueba concluyente», llega a admitir el fiscal en el alegato final. Así es. Pero ello no es óbice para que el jurado popular la condene. Cuando escucha el veredicto, Dolores piensa en su madre. ¿Y Alicia? «La odiaba a muerte. La sigo odiando a muerte», cierra la madre de Rocío el tercer capítulo de la serie documental.