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Kristen Stewart suena como una de las favoritas al Oscar a la mejor actriz por 'Spencer'Diamond Films

Crítica de cine

'Spencer': Diana de Gales, entre Ana Bolena y Juana la Loca

'Spencer', la película con Kristen Stewart como Lady Di, se estrena este viernes en los cines

Aunque la publicidad la anuncia como un bio-pic de Diana de Gales, hay que partir siempre del hecho de que se trata de una película de Pablo Larraín. Y eso equivale a decir que gustará mucho a unos y disgustará a otros. Las películas biográficas de este director chileno se alejan mucho del modelo clásico y académico del género. Baste recordar Jackie (2016), que se centraba en unos días de la vida de Jacqueline Kennedy, y que es de sus films el que más se parece a Spencer. A Larraín no le interesa tanto mostrar de forma expositiva una cadena de sucesos, como tratar de penetrar de forma muy personal y subjetiva en el alma del personaje, o mejor dicho, en su infierno interior. A Jaqueline un francotirador le había arrebatado el amor de su vida y a Diana otra mujer le había robado a su marido. Dos esposas arrasadas por el dolor y la injusticia.

Larraín se separa de la literalidad de los hechos y se entrega a la ficción para imaginar el retrato interior del protagonista. Por ello no es de extrañar que algunos hablen de «realismo mágico» para referirse a su cine. La película se define a sí misma en los créditos iniciales como «una fábula sobre una tragedia real». En el guion de Steven Knight lo real se mezcla con lo onírico para construir –o deconstruir– la imagen de una mujer que parecía abocada a morir en vida.

En Spencer el cineasta aísla tres días de la vida de la malograda princesa, interpretada por Kristen Stewart: Nochebuena, Navidad y el día de San Esteban de 1992. Aunque el año no se especifica en ningún momento, ese es el más probable, recién separada –aún no divorciada– del príncipe Carlos. Tres días en que la familia real se retiró a celebrar las fiestas en su palacete en Sandringham, en Norfolk, justo al lado de la mansión del VIII Conde de Spencer, es decir la casa donde nació la propia Diana. 

Para la princesa el plan es lo más parecido a una pesadilla, el encierro en un castillo vigilada por sus enemigos, sola, incomprendida, humillada, y con el único consuelo de sus dos hijos, los príncipes Guillermo y Harry, y de Maggie (Sally Hawkins), su asistente de vestuario. El antagonista, aparte de su marido infiel y el entorno general, es el Mayor Alistar Gregory (Timothy Spall), encargado de vigilarla, controlarla y 'meterla en cintura' en la medida de lo posible. Diana sufre continuos ataques de ansiedad, le desesperan los formalismos y tradiciones familiares, y no es capaz de seguir las normas y protocolos que le imponen. El resultado es el único posible: su autodestrucción.

Su personaje está obsesionado con la figura de Ana Bolena, una mujer que se casó por amor con Enrique VIII, y que luego fue despreciada por este, y decapitada. Diana se identifica con ella. Se siente 'decapitada'. En sus delirios se le aparece o se ve ella misma vestida de la Bolena. Y es que los trajes son un elemento dramático decisivo en el film. Trajes como metáfora de apariencia o trajes como metáfora de identidad. Y en medio su desnudez como icono de su indigencia. Pero en la cinta también podemos descubrir el espíritu de Juana de Castilla, la Loca, cuyo espíritu enfermó a causa del despecho de su amado.

Todo este juego dramático que plantea el film no funcionaría sin la interpretación magistral de Kristen Stewart, que fue ovacionada en el festival de Venecia por su impecable trabajo. Seguramente compita en la carrera de los Oscar. Al margen de su estupenda caracterización, los registros melancólicos que propios de esta actriz son perfectos para el personaje que Larraín quiere transmitir. Stewart se pone a la cabeza de la lista de actrices que han interpretado a Lady Di, desde Naomi Watts (Diana, 2013), a Genevieve O’Reilly (Diana: Los últimos días de una princesa, 2007), pasando por Emma Corrin (serie The Crown). Por otra parte, el personaje está arropado por un diseño de producción que le viene como un guante: las nieblas exteriores, con los colores fríos, la calidez del interior del edificio. Pero en ningún espacio Diana se encuentra en paz consigo mismo. Quizá únicamente en los lugares que le ponen en contacto con su infancia: la casa paterna en ruinas, o la colina del espantapájaros que viste una cazadora de su padre.

Así pues, el cine vuelve a ofrecernos en su altar el sacrificio de una muñeca rota, como hiciera no hace mucho con Marilyn Monroe (Mi semana con Marilyn, 2019), Judy Garland (Judy, 2019) o Romy Schneider (3 días en Quiberón, 2018). Una gran película sobre lo que ocurre cuando dejamos que la soledad envuelta de dolor tenga la última palabra sobre nuestra vida.