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Crítica de cine

'Fue la mano de Dios': el Paolo Sorrentino más intimista

El director italiano relata en el filme su propia infancia, marcada por la tragedia, en Nápoles

La última película de Paolo Sorrentino, Fue la mano de Dios (Italia, 2021), es de todo menos Sorrentino. Con esto no quiero decir que sea insustancial. Ni mucho menos. Simplemente que esta vez ha cambiado su forma de hacer cine, abandonando el barroquismo (en ocasiones rococó) que caracterizaba su obra previa.

Se trata de un filme intimista, en el que el director italiano se desnuda ante el público y cuenta su infancia en Nápoles tal como la vivió o, mejor dicho, como la sintió. Una infancia marcada por el acontecimiento más trágico que un joven puede experimentar, la muerte al mismo tiempo de un padre y de una madre.

Sorrentino, a quienes muchos ven como el continuador de la obra de Fellini, reafirma su admiración por este último y le culpa, en el buen sentido de la palabra, de su amor por el séptimo arte. «El cine –dice el Fellini que aparece fugazmente en la película– no sirve para nada, pero te distrae. Te distrae de la realidad porque la realidad es decadente».

Esta sentencia es determinante, pues su asimilación por el protagonista provoca la división del filme en dos. El espectador entra en el cine con la firme convicción de que, como siempre, verá una película, pero en realidad contemplará dos. Una más cotidiana y otra más profunda.

Dos películas en una

La primera, hasta más o menos la mitad, narra la historia de Fabietto (Filippo Scotti), un joven muchacho con los problemas e inquietudes propios de los chicos de su edad, atraído sexualmente por su tía Patrizia (Luisa Ranieri) y apasionado por el fútbol y, sobre todo, por Maradona, cuya posible llegada a Nápoles para jugar en el equipo local le quita el sueño. Esta primera cinta es sencilla, incluso roza la comedia en algunas escenas, y muestra la vida de una familia napolitana de principios de los años 80, con sus más y sus menos. Una familia como otras tantas de las que habitaban por aquella época las ciudades y los pueblos costeros de la región de Campania.

La segunda, mucho más personal, comienza con la silenciosa muerte de sus padres (Toni Servillo y Teresa Saponangelo). Fabietto, desconsolado, rabia de dolor por lo sucedido y comienza un proceso que le llevará, como dijo Fellini, a repudiar la realidad, la nueva realidad que la Parca ha vertido sin piedad sobre él. El joven asomará la cabeza al mundo del hampa y se iniciará en las artes amatorias de una forma un tanto peculiar. Pero lo más importante es que decidirá, tras una conversación con el director de cine Antonio Capuano, y con la finalidad de huir de su realidad y crear mundos de fantasía y sueño, similares a su vida previa, a la primera película de esta doble obra, consagrar su vida al séptimo arte.

Y gracias a ello, gracias a Sorrentino, el cine italiano, como el ave Fénix, ha resurgido de sus cenizas.