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Raphael, en el Festival de Benidorm, en 1962

'Raphaelismo'

El día en que Raphael empezó a desenroscar bombillas

El primer capítulo del documental sobre su vida retrata a un artista entregado y generoso

«Para mí el pasado no existe, pero creo que ha llegado el momento de mirar a los ojos al que fui», sentencia Raphael al inicio del documental sobre su vida, Raphaelismo, dirigido por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega. Movistar+ lo estrenó anoche.

Ya están disponibles los cuatro capítulos, pero esta crónica tiene el objetivo de abrir el apetito, así que solo hablaremos del primero de ellos, el titulado De la niñez a los asuntos.

Una niñez que arranca en Madrid, a donde su familia llega procedente de su Linares natal cuando Rafael es un bebé de nueve meses. Se instalan en la casa de una tía del futuro artista, en el barrio de Cuatro Caminos. Viven de la sastrería familiar. El chaval crece feliz en aquellas calles. Canta en misa los sábados y domingos. Pero lo que lo cambia todo es su afición por el teatro, que le vale un bofetón de su madre el día que vuelve de la función a la una de la mañana. Fue la primera y la última vez. Porque el niño le dijo que, aunque hubiese más castigos, él lo iba a hacer todos los días. Y cumplió.

Da un paso más cuando entra en la escuela de canto del maestro Gordillo, en 1959. Ahí conoce a Paco, al hijo de su maestro, un hombre que será clave en toda esta historia.

Raphael es retratado en el documental como un hombre humilde, al que vemos repartir juego y mérito entre sus colaboradores. Se citan especialmente tres, los que lo impulsaron en sus inicios, Paco Gordillo (manager), Francisco Bermúdez (representante) y Manuel Alejandro (compositor): «Los cuatro mosqueteros», dice el artista cuando le muestran una foto en la que posan los cuatro juntos.

Raphael, en un autocar, camino del Festival de Benidorm 1962

No aparecen todos a la vez en su vida. Primero, ya está dicho, llega Paco. Es el que lo acompaña en los festivales radiofónicos. También en el Festival de Benidorm, cita clave. Todos los participantes son trasladados desde Madrid en un autocar. Todos cantan de camino, salvo uno. Al llegar se van todos de fiesta nocturna, menos uno. A la mañana siguiente se van todos a la playa, salvo uno. Ese uno es el que gana. Es, de todos ellos, el que más quería triunfar. Lo mueve un pensamiento fijo: sacar a su madre de Carabanchel, su segundo hogar el Madrid porque, cuando muere la tía, les invitan a marcharse.

Es el 23 julio de 1962. El artista entonces llamado Rafael canta Llevan. Gusta cómo entona. Gustan sus movimientos, más propios de un cantante de copla. Gusta hasta cómo viste, con un traje que se ha hecho él mismo. Ese día, en ese escenario, nace uno de los gestos más característicos del andaluz. Lo cuenta, en el documental, el periodista musical José Ramón Pardo: «Ha ganado un chico que se pasa la canción desenroscando bombillas».

El cheque para el ganador es de 100.000 pesetas. «Ese premio de Benidorm –cuenta Raphael en el documental– significa mucho más que conseguir mi primer objetivo como artista. Significa sobre todo dar la entrada de una nueva casa, sacar a mi familia de Carabanchel y pagarme, por única vez, una portada de la revista Primer Plano».

Aparece entonces el segundo mosquetero. En un local nocturno, llamado Picnic, conoce a Manuel Alejandro, que toca el piano allí todas las noches. Raphael le pide que le escriba canciones. «Le debo todo. Yo era un niñato», cuenta en el documental Alejandro, el hombre que, en el futuro, escribirá un buen ramillete de clásicos para el de Linares.

La primera gran gira de Raphael, ‘Noches de ronda’

Raphael pasa a actuar en salas de fiesta, con Manuel Alejandro al piano. La primera en la que triunfa es el York Club, donde levanta a la gente de sus asientos. Son locales enfocados al ligoteo, y nada tranquilos, en los que las copas vuelan por encima del piano. En el York es donde lo ve por primera vez Francisco Bermúdez, y entra así en escena el tercer mosquetero: en realidad, ya lo tenía en su «escudería», pero no le hacía demasiado caso porque no se había parado a escucharlo.

Raphael se harta de ese tipo de locales y decide que, tras haber levantado al público, lo que desea ahora es sentarlo, para que lo escuche atentamente. Nace así la gira Noches de ronda, donde el de Linares se presenta como «La voz de humo». Va todo el equipo en un autocar, a recorrer España. El artista sostiene que al primer bolo van solo seis espectadores. Lo da todo en el escenario. «¿Pá que te esfuerzas?», le preguntan los suyos. «Para que vengan mañana», contesta, más chulo que un ocho. Y habrá más de seis, y más de ocho, de ahí en adelante: «Hubo una crítica y al día siguiente ya hubo 266», recuerda Raphael en el primer capítulo.

A esa gira se la conoce entre los «raphaelistas» como «La tournée del hambre». Porque la respuesta del público es desigual, los gastos resultan elevados y cuesta cuadrar las cuentas. Raphael llega a actuar en Miranda de Ebro tras dos días sin comer. La gente, entusiasmada, pide bises. Paco Gordillo le pide que vuelva al escenario: «Tengo hambre», contesta el andaluz. Y su manager le compra en el bar de enfrente un plato de judías.

Raphael, en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid, el pasado año

El primer capítulo se cierra donde se abre, en el Teatro de La Zarzuela, en Madrid. Allí donde un Raphael ya curtido por el hambre demuestra, un 3 de noviembre de 1965, que los artistas de la llamada canción ligera también pueden conquistar los escenarios más nobles. En aquella jornada de éxito rotundo su caché crece para siempre.

Ha nacido el mito, ese marcará a varias generaciones de españoles, que aparecen retratadas en Raphaelismo en las voces de músicos como Miguel Ríos, Víctor Manuel, David Bisbal, Enrique Bunbury, Iván Ferreiro, o de periodistas como Iñaki Gabilondo, Pedro Piqueras o José Ramón Pardo.