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Licorice Pizza se estrena este viernes 11 de febrero en los cines españolesUniversal Pictures

Crítica de cine

'Licorice Pizza': escuchen su respiración

Paul Thomas Anderson vuelve a iluminar la pantalla con otra hermosa historia de búsqueda donde esta vez 'El hilo' se vuelve visible

Hay algo inolvidable en el ilusionante envoltorio de Licorice Pizza. Quizá la pura delicia de su nombre, como si fuera aquel Puro Vicio pasado por el alambique secreto de Paul Thomas Anderson. A los discos de vinilo los llamaban Licorice Pizza, pizza de regaliz, por el color. Es bonito. La película es toda así, bonita, desde el título, desde el tráiler, desde el principio y a través de la música como su nombre de reminiscencias.

Y cuando lo abres, el envoltorio, no sabes adónde mirar, aunque mantengas la vista fija, atrapada en esos primeros planos y no tan primeros. A trompicones se va desarrollando un poema visual, un verano, sin que se tenga constancia o más bien credulidad. Hay saltos y vacíos, precipicios, en el tesoro cinematográfico. Los secretos del autor que, por mucho que se busquen, nunca se van a encontrar y sin embargo brillan, jóvenes, como si la luz de un cofre abierto te iluminara la papada y una extraña sensación paralizante y gozosa impidiera inclinar la cabeza para ver qué es.

A pesar de que lo ves. De que lo estás viendo. Da la impresión de que te estás perdiendo algo siempre mientras el regaliz empieza a girar desde la primera imagen. Hay una juventud hastiada y hostil en Alana. Ella va caminando sobre esa fotografía envejecida, con el color de las fotografías en papel de los setenta y de los ochenta y entre las ramas del verano del July Tree. Está buscando algo sin saber el qué. Camina exhibiendo su nihilismo desafiante (ya ha perdido la rebeldía adolescente) y de repente él aparece, el adolescente, asomándose a lo lejos.

La ve y ya es suya. Él lo sabe porque a pesar de que tiene quince años lo sabe todo. Él es Gary Valentine, menudo nombre, y es una mezcla de un amigo que todos hemos tenido y el hijo de Philip Seymour Hoffmann, The Master, entre otros. Él, Gary, no la deja desde que la ve. No la deja y no la dejará nunca. La rodea. Le dice cosas bonitas que hacen desaparecer el hastío y ella sin querer, pero queriendo, se queda, aunque le pide que se aleje: «Oigo tu respiración», suelta implacable. «No somos novios, que te quede claro», le dice para justificar su presencia. Y él sonríe, enamorado.

Y entonces todo comienza y sigue comenzando sin parar como el emocionante preámbulo del primer beso. Uno tras otro. Gary siempre piensa en Alana a pesar de que lo sabe todo sobre ella, y Alana no puede dejar de pensar en Gary porque no sabe nada sobre él y con cada palabra, con cada gesto, la sorprende. Y empiezan a suceder cosas. Cosas de la vida. Ella tontea con otros, inocente y dura. Y él cuida de su hermano pequeño, Greg, Greggo, le llama, el primero a quien dice que se casará con esa chica.

Y la llama por teléfono y lo coge una de sus hermanas y dice que es otro, que es el otro, y, cuando ella se pone, solo se oye su respiración. Y él pone el dedo en los labios para que Greggo, que le observa, no hable, y Alana y Gary se quedan escuchándose sin escucharse y uno abre los ojos, como ellos, y todo es como el silencio del vinilo al girar, justo antes de que suene la canción.

El niño que es (o que no es) Gary solo aparece a través de ella en sus escasas, pero poderosas victorias de las que él ya no puede, aunque nunca ha querido (ni ha pensado en), recuperarse. Ella golpea por él el cristal de la ventanilla de un coche patrulla. Resuenan los Wings y el amor y uno sabe que puede que acabe triunfando, pero no quiere que eso suceda, no aún, para seguir sintiendo la sensación del preámbulo del primer beso.

Sue Pomerantz es una chica de la edad de Gary, que es un ganador entre los quinceañeros. Sue Pomerantz es el nombre de una chica que a todos nos gustó una vez. Y Alana siente celos. Se re-vuelve al nihilismo y se refugia, herida, en la sordidez, aunque solo puede ser, solo tiene que ser la carrerilla definitiva para que este espectáculo al fin acabe como tiene que acabar mientras dudamos, asustados.

Todo está deslavazado, pero en las esquinas y en los atardeceres está la esperanza y la belleza. En el ruido de la calle. En el olor que casi se percibe. En realidad, la belleza está por todas partes. Los protagonistas corren. Gary, Alana, los amigos. Hay una prisa en el correr, por vivir, por encontrarse. Es la vida, o el comienzo de ella, que da vueltas sobre una pizza de regaliz.