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Blanca Portillo y Luis Tosar en un fotograma de la película 'Maixabel', de Icíar Bollaín

Cine

'Maixabel' o cuando la experiencia del perdón rompe los esquemas

Luis Tosar y Blanca Portillo se enfrentan a las interpretaciones más difíciles de sus carreras, las de etarra y víctima de ETA, en una película soberbia sobre el camino a la redención

¿es posible perdonar a quien asesina? ¿Es posible albergar en el corazón una mirada nueva hacia quien tanto daño ha infligido? ¿Es posible que esto exista y que quien lo lleve a cabo sea alguien normal, cabal, una persona de a pie?

La película dirigida por Icíar Bollaín nominada a 14 Premios Goya nos plantea todas estas preguntas. Y nos las plantea a través de su protagonista, Maixabel: pero no a través de un discurso ético, sino a través de una vida, a través de una experiencia. La propia viuda, interpretada magistralmente por la siempre sorprendente Blanca Portillo, se sorprende a sí misma en esta dinámica, se sorprende en acción acogiendo el dolor, la ceguera, la incertidumbre del hombre que tiene ante sí, despojado de todo en lo que creía, desnudo ante una sola verdad: el arrepentimiento.

Esta película cuenta una historia real que recorrió España... y la enfureció o conmovió, o ambas cosas a la vez. Maixabel Lasa perdió en el año 2000 a su marido, Juan María Jaúregui, Gobernador civil de Guipúzcoa entre 1994 y 1996, asesinado por ETA. Once años más tarde, recibió una petición insólita: uno de los asesinos pidió entrevistarse con ella en la cárcel de Nanclares de la Oca, en Álava, en la que cumplía condena tras haber roto sus lazos con la banda terrorista. A pesar de las dudas y del inmenso dolor, Maixabel accedió a encontrarse cara a cara con Jáuregui, a quien interpreta Luis Tosar, y con el resto de personas que acabaron a sangre fría con la vida de su marido.

Esta es una de las grandezas de la película: el mostrar cómo la abogada Esther Pascual puso en marcha un proyecto de justicia restaurativa que sentaba cara a cara a víctimas de ETA y a presos etarras y que fue conocida como la Vía Nanclares. En realidad eran, y así se consideraban, ex etarras, pues se trataba de reclusos que en la cárcel habían abandonado la banda terrorista, cayendo en desgracia y siendo tildados de traidores por sus antiguos compañeros y familiares y amigos y, a la vez, recibiendo el odio de todas aquellas personas a las que su pertenencia a la banda había destrozado la vida. Abandonados y aislados, algunos presos daban el único paso posible: el de la misericordia.

Era imposible que la película, la mejor dirigida por Icíar Bollaín (hasta la fecha), no despertara susceptibilidades. Pero su genialidad de la película es que sabe moverse con sensibilidad e inteligencia en un terreno delicado que despierta numerosas susceptibilidades. Y lo hace siguiendo la misma fórmula que Patria, la novela de Fernando Aramburu: elige dibujar el drama humano de los personajes, tratando de no partir de prejuicios, y evitando una postura política. «Me parecía increíble que hubiera víctimas que tuvieran la capacidad, o la voluntad, de sentarse a hablar y escuchar a los exetarras. Y me preguntó quiénes eran esos hombres que habían hecho ese recorrido, qué viaje habían hecho para ponerse cara a cara con las víctimas a las que habían infligido tanto daño», contó la propia directora en el congreso cultural EncuentroMadrid.

Luis Tosar como Ibon Etxezarreta en 'Maixabel'María Serrano

Según Bollaín, una de las características del proyecto que la tranquilizaban era que se trataba de una historia real: «Es algo que ha ocurrido, que sucedió de una manera, y Maixabel Lasa es un referente de la convivencia en el País Vasco, mucho antes de que su marido fuera asesinado». Ni la directora ni los productores y guionistas se separan jamás de la realidad en el largometraje, excepto para colorearla con tintes dramáticos. Pero nada tiene que ver este amor a los hechos con la equidistancia: en la película queda claro quién es la víctima inocente y quién el asesino cegado por la ideología.

Maixabel no blanquea a ETA. Pero la película tampoco contrapone «buenos y malos», sino que habla de hombres que se juegan la libertad en la vida, y que lo hacen de maneras opuestas. Y aquí está la clave: en la libertad. Precisamente por ello es posible el encuentro entre víctimas y verdugos. «La Vía Nanclares suponía reconocer el daño causado, y hubo muy pocos presos que se acogieron a ella. Suponía desmarcarse de la banda», recuerda Bollaín, que destaca que desde el punto de vista humano es algo excepcional, que no puede darse por descontado.

Entonces ¿qué pone en marcha el proceso de redención? ¿Es un simple cansancio, un hastío vital? ¿Es la soledad al verse presos, perdiendo la vida por unos ideales que, mirados hasta el fondo, no responden a lo que son? ¿O es un verdadero resurgir de las exigencias últimas? Icíar Bollaín, Luis Tosar, Blanca Portillo y el resto del equipo y del elenco solo nos señalan la dirección en la que mirar. Pero a lo alto del monte de Legorreta, donde cada año los amigos de Jáuregui acuden cantando con flores, como se ve en la escena final de Maixabel –imposible no derramar lágrimas llegados a este punto– tiene que subir cada espectador.

En la escena del homenaje, los amigos reales de Jaúregui hicieron de figurantes