Cine
El día en que Ava Gardner salvó a un Sinatra acabado (¿o fue la mafia?)
Su papel en 'De aquí a la eternidad', que le valió un Oscar, resucitó a un artista en caída libre, pero ¿cómo lo consiguió?
Uno de los artistas más venerados de todos los tiempos, Frank Sinatra, también estuvo en el hoyo. Y muy abajo. El arranque de 1953 fue su annus horribilis, que diría Isabel II. Su situación era deprimente, y lo que es peor, parecía irrecuperable. Sus fans habían crecido y desertado. Sinatra, manchado además por sus coqueteos con amigos mafiosos, perdió súbitamente su popularidad. Su programa de televisión fue cancelado. Su turbulento matrimonio con Ava Gardner, de noviembre de 1951, se iba al garete a golpe de broncas. La discográfica Columbia lo despidió después de diez años de contrato. Sufrió un serio problema de voz y las salas de conciertos se quedaban medio vacías con su nombre en los carteles.
Pero 1953 acabaría convirtiéndose en el año de su resurrección. Tal vez el comeback más sonado de toda la historia de las candilejas estadounidenses. Lo salvó una película, De aquí a la eternidad, por la que obtuvo un inesperado Oscar al mejor actor secundario que relanzó su carrera en todos los órdenes. ¿Cómo logró Sinatra, desprestigiado y hasta entonces un actor de musicales y comedias, hacerse con aquel papel dramático? Hay tres tesis: el apoyo de la mafia, la intermediación de Ava Gardner ante la productora o, simplemente, que Sinatra, acabado, era un actor a precio de saldo, salía muy barato. ¿Cuál es la hipótesis más plausible? Antes de contestar conviene comenzar por el principio, viajar a la primera edad de oro de Frankie.
El flaco de Hoboken inventa el fenómeno fan
Expira 1942. Francis Albert Sinatra, un italoamericano huesudo de 27 años, porte atildado, ojos azules enérgicos, orejas prominentes y perfecta dicción de barítono, desembarca por vez primera en el Paramount Theatre de Manhattan. El chaval católico de Hoboken, en la orilla de New Jersey del Hudson, cuyo padrino es el mafioso genovés Willie Moretti –buen amigo de su familia– no es todavía una estrella. Pero faltan solo unas horas para que comience a serlo. El coleguilla, promotor y mentor de Frankie, el astuto George B. Evans, se ha encargado de caldear el concierto de este 30 de diciembre. Ha regalado entradas para que el aforo luzca bien completo. Ha untado con billetes de cinco dólares a algunas bobby-soxers, apodo de las fans adolescentes de Sinatra, para que finjan desmayos de emoción ante su presencia y tonadas.
Las tretas de márketing y la innegable valía del joven portento funcionan. El concierto da que hablar. Al año siguiente, Sinatra firma un contrato discográfico con Columbia y otro con la productora de cine RKO. El 12 de octubre de 1944 cuelga por tres días el cartel de sold out en ese mismo teatro Paramount. Treinta mil fans sin entrada se agolpan en las calles. Incluso se registra una gran trifulca en Times Square con admiradores que quieren acceder al concierto por la fuerza. Sinatra, ahora La Voz, es el dios de la América joven, un nuevo e inmenso mercado para la industria musical. El único hijo de Marty –un bombero y boxeador ocasional llegado de Sicilia– y Dolly –una chispeante activista demócrata y partera abortista– está creando el fenómeno de las fans. Además, el chico empieza a mostrar al mundo lo que aprendió cantando al son del piano mecánico de una taberna de postizo nombre irlandés, que regentaban sus padres en los días de la Ley Seca. Sinatra ofrece luz y diversión para una América alicaída por la II Guerra Mundial, de la que él se ha librado al no superar el test psicológico (aunque eso no vende, así que se oculta y la versión oficial es que ha sido por la perforación de tímpano que sufrió en su parto, el de un enorme bebé de 6,1 kilos que salió con tirones de fórceps que le dejaron cicatrices perennes en el rostro).
Comienzan los tropiezos
Pero las modas van cambiando. Y además Frank comienza a cometer errores. En 1946 todavía es la sensación. Trabaja alocadamente. Se sube al escenario 45 veces por semana y gana 93.000 dólares semanales. Pero no se le ocurre idea mejor que acudir a una conferencia de mafiosos en La Habana, lo que nubla su prestigio.
En 1949, un terremoto emocional sacude su vida de presunto marido ejemplar, padre de tres hijos con su novia de toda la vida, su esposa italiana Nancy Barbato. Ese seísmo se llama Ava Gardner, la actriz siete años más joven y apodada el animal más bello del mundo. «Fíjate en ella, porque va a ser mi mujer», fanfarronea Frank con un amigo en la primera noche en que la vislumbra. Comienza un amor turbulento, imposible por la incompatibilidad de dos caracteres acerados, pero probablemente muy real. En enero de 1990, cuando agonizaba en un hospital de Londres, Ava solo tenía una foto en la mesilla de su habitación: una vieja imagen suya con Frank. Él lloró desconsoladamente al conocer su muerte, salmodiando que «debería haber estado allí con ella».
Llega el 'Annus Horribilis'
Sin duda 1950 es el annus horribilis de la vida de Sinatra. Embarcado en su relación adúltera con Ava Gardner, el 14 de febrero, Día de San Valentín, anuncia a su mujer que quiere divorciarse. Nancy Barbato lo abofetea. En abril de ese año, Sinatra tiene comprometidas cinco noches en el Copa Club de Nueva York. Pero se ve forzado a suspender por una hemorragia en la submucosa de la garganta, que dejará secuelas permanentes en la voz más famosa del mundo. Su arreglista Nelson Riddle siempre sostuvo que la lesión fue el fruto de su enorme estrés emocional de entonces. Su exmujer le reclama en el acuerdo de divorcio un pago de 2.750 dólares al mes. Sinatra, artísticamente en horas bajas y sin blanca, acaba pidiendo a Ava Gardner un préstamo de 19.000 dólares para hacer frente a sus compromisos. Ella pagará también la luna de mil de su efímero matrimonio, sellado el 7 de noviembre de 1951.
A la crisis personal se suma la profesional. Concluida la guerra imperan nuevos gustos. Sinatra empieza a ser considerado material antiguo. Ya no marca el signo de los tiempos. Se ve rechazado por Hollywood e inicia sus residencias en los casinos de Las Vegas para intentar llenar el bolsillo, algo por entonces exótico y poco considerado. George B. Evans, el publicista que lo hizo grande idealizándolo como un joven padre de familia ejemplar –«el chico de la puerta de al lado»–, muere de un infarto con solo 48 años. Frank, ahora adúltero, anticuado y con amistades mafiosas como Sam Giancana, ya no gusta. Es incapaz de llenar las salas de conciertos de Nueva York. A veces los pinchazos son muy dolorosos: en el Chez Paree de Chicago solo logra atraer a 150 personas en un aforo de 1.500. La caída se completa en 1952, cuando lo despiden de Columbia y de la MGM. Las discográficas y Hollywood ya no creen en él. Sinatra está acabado.
O tal vez no.
El matrimonio con Ava se revela enseguida como un imposible: demasiada pólvora emocional bajo un mismo techo. Sinatra simula un par de suicidios por amor, uno con pastillas y otro con un hornillo de gas. Solo cuatro meses antes de divorciarse, la persigue rabioso y derrotado por la noche de Madrid, donde ella lo traiciona con toreros en largas noches de farra. Pero aún así, ella pasa por ser su tabla de salvación. En su apogeo como diosa del cine, Ava intercede para que lo incluyan en el reparto de la película De aquí a la eternidad. El director Fred Zinnemann accede. Sinatra encarna al soldado Maggio, duro y frágil, de escuela de barrio, chuleta y vulnerable a un tiempo. Borda el rol, pues tiene mucho de él mismo, del enjuto cocky little kid de Hoboken (New Jersey), y logra el Oscar al mejor actor secundario. El público vuelve a acordarse del Viejo Ojos Azules. Ha comenzado la mayor operación retorno de un artista en la historia de Estados Unidos.
De aquí a la eternidad cuenta las tribulaciones de un grupo de soldados acantonados en Hawai durante la antesala del ataque a Pearl Harbor. El reparto era sensacional: Burt Lancaster, Montgomery Clift, Deborah Kerr, Donna Reed. Sinatra trabó buenas migas en el rodaje con Burt y Monty y se empapó con humildad y atención de sus mañas escénicas. Con ambos conservaría una relación de amistad. El personaje del soldado Maggio parecía escrito para él, y lo bordó. Pero insistimos: ¿cómo logró el papel? La leyenda negra señala que fue por presión de la mafia italiana a Harry Cohn, el productor al frente de Columbia Pictures. Ese rumor cobró carta naturaleza con una de las más célebres escenas de El Padrino, la de la famosa cita de «le haré una oferta que no podrá rechazar»: el envío al productor reticente, a modo de aviso, de una cabeza cortada de caballo que la mafia deja en su cama. Fred Zinnemann, el director de la película, siempre rechazó de plano esa teoría: «La leyenda de la cabeza de caballo es pura ilusión, una licencia poética de Mario Puzo». Todo puede haber arrancado de las oscuras memorias de un mafioso menor, Johnny Roselli, que en ellas cuenta la historia de la cabeza y Sinatra.
Los biógrafos que más han profundizado se inclinan por el apoyo de Ava Gardner, que habría influido en Harry Cohn sirviéndose de su amistad con la mujer del productor, Joan. El propio Sinatra reforzó además la campaña enviando un telegrama a Cohn pidiendo el papel y donde firmaba como Maggio.
Pero todavía existe una tercera hipótesis, más sencilla: simplemente Frank estaba de saldo. Con su carrera en declive resultaba baratísimo contratarlo como actor. Actuó en De aquí a la eternidad cobrando el salario sindical básico, 8.000 dólares. Para hacernos una idea de la rebaja que aceptó hay que recordar que ocho años antes había percibido 150.000 dólares por rodar Levando anclas junto a Gene Kelly.
La venganza con la mejor música
Sinatra no sabía leer música y tenía un tímpano dañado. Pero era un melómano que adoraba el jazz y la música clásica (su compositor de cabecera era el inglés Ralph Vaughan Williams). Su oído se mostraba infalible. Era capaz de identificar quién había tocado una nota equivocada en una orquesta de más de medio centenar de músicos. «Sinatra es un perfeccionista», resumió su arreglista de cabecera, el extraordinario Nelson Riddle, quien definió así su arte: «No es solo su intuición musical. Es su tempo, su fraseo... configura las canciones de un modo sorprendentemente acertado. ¡Su gusto es tan impecable! No hay otro que se le aproxime».
El 13 de marzo de 1952, Frank firma un contrato con Capitol Records, que lo recupera de forma cauta, en principio por un año y sin anticipo alguno. Está a punto de comenzar su fase imperial. Sinatra se entrena buceando en su piscina para ganar potencia pulmonar. Se toma sus discos con enorme seriedad, dejando de fumar durante las seis semanas previas a cada grabación. Estudia a conciencia el arte dolorido de Billie Holiday. Dota a su voz de una nueva hondura y, sobre todo, cambia su personaje. Ahora es un trovador más reflexivo y desengañado. Las cicatrices de su relación con Ava Gardner le han enseñado a expresar el desamor. Se abre más al jazz y se convierte en el rey del swing, con discos sofisticados y de ambiciones conceptuales. Inventa el «tierno tipo duro». Se convierte en el icono de una nueva masculinidad cosmopolita para una América adulta, que transita paralela a la América joven que está descubriendo el rock (que Frank siempre detestó). Interpreta con una autoridad antaño desconocida. Completa su puesta en escena con un bourbon, un cigarro y un sombrero. Su maravillosa versión del I’ve got you under my skin, una pieza menor del catálogo de Cole Porter hasta que él la hizo suya, sintetiza sus nuevos poderes.
Sinatra empalma un álbum mítico tras otro. Vuelven los números uno y en 1959 gana su primer Grammy al mejor disco del año con Come dance with me!, que permanecerá 140 semanas en los charts. Pero el nuevo Frank quiere más. Demanda el control de su carrera y exige a Capitol la propiedad de los másteres de sus grabaciones y más libertad creativa. Se enzarzan en un pleito y Sinatra acaba estallando y funda su propio sello discográfico, Reprise, nombre que justifica diciendo que «serán discos tan buenos que la gente querrá repetirlos una y otra vez» (aunque otros dicen que el nombre alude a su represalia –reprisal en inglés– contra Capitol). Con Reprise cumplirá sueños como grabar con colosos del jazz como Count Basie y Duke Ellington. Se atreverá con la bossa mano a mano con Tom Jobim (con La Voz viéndose obligada a susurrar para adaptarse al suave género carioca). Logrará incluso competir con éxito en el mercado pop con Strangers in the night, de 1966, y Something stupid, su éxito con su hija Nancy del años siguiente.
Pero Reprise es un sueño caro y efímero para el cantante. Sinatra funda su compañía cuando todavía le quedan dos discos de contrato con Capitol, que inunda el mercado de grabaciones de La Voz, hasta el punto de que el público ya no acierta a distinguir entre las novedades de Reprise, las de Capitol y las reediciones. En 1963, Sinatra acepta una oferta de Warner por dos tercios de sus acciones en la compañía a cambio de un asiento en su consejo de administración y un botín de muchísimo dinero. La nueva Reprise se abre al rock y ficha a Neil Young, Hendrix, Joni Mitchell, Gran Parsons... En 1976, Warner desactiva el sello que fundara Sinatra. Pero él y Neil Young, los últimos románticos, seguirán grabando excepcionalmente bajo el viejo logo.
La aventura de Sinatra continuará hasta la caída final del telón en Los Ángeles, en mayo de 1998, derrotado por un cáncer de vejiga y un infarto. Atrás quedan 59 álbumes, 297 singles y 58 películas. Cincuenta y cuatro años de carrera que construyeron al mejor crooner de la historia. Un ser humano contradictorio. Ora violento y colérico, ora generosísimo, cordial, caritativo. Defensor a carta cabal de los derechos de los negros y al tiempo capaz de humoradas impresentables a costa de su protegido Sammy Davis Jr. Fervoroso demócrata en su juventud y partidario de Nixon y Reagan en su madurez. Amigo de mafiosos y de presidentes. Capaz de levantar la tonada más anodina para llevarnos a volar con él.