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'The Responder': un drama policíaco con autenticidad, dolor y esperanza
Martin Freeman brinda una de las mejores actuaciones del año como protagonista de la serie británica que emite Movistar+
«Yo quiero hablar. Pero... pero no puedo. Tengo un lío aquí arriba», expresa Chris Carson señalándose el coco. «Tengo ahora una semana con turno de noche por delante y, me lo veo venir, no aguantaré. Quiero ser un buen poli. Solo quiero hacer el bien. Quiero ser normal». Esta simple conversación del protagonista con una psiquiatra abre la excelente The Responder, un drama policíaco que ostenta todas las virtudes de la mejor BBC (en España por Movistar+): guion cuajado, versatilidad actoral, realismo visual sin fanfarrias, longitud ajustada a la historia y soltura para despeinar el tópico.
Esa escena inicial condensa los muchos logros dramáticos, narrativos e, incluso, estéticos de la serie. Ahí ya topamos con el conflicto principal a portagayola: un tipo, un buen tipo, que anda desquiciado, a un paso de perderlo todo. Su trabajo, su madre, su familia y su cordura, a una crisis de ansiedad del precipicio. Encima se nos presenta como un poli con una semana de jungla nocturna por delante, donde irá encarándose unas veces con crímenes absurdos y otras con gánsteres de altos vuelos; la vida misma.
No obstante, lo que más llama la atención del cold-open de The Responder es el empleo del primer plano, una estética de intimidad agónica. El espectador tiene que frotarse los ojos: es Martin Freeman, el simpático perdedor de The Office, el elegante y bonachón Watson de Sherlock, el aguerrido Bilbo Bolsón de El Hobbit. Su cambio de registro es asombroso. Los planos cortos se regodean en una rabia contenida, en un asco hacia sí mismo que intenta disimular, en una bondad que parece anestesiada en el interior de alguien a punto de derrumbarse. Un cansado arqueo de cejas, un leve tartamudeo o un giro de cuello en señal de vergüenza hacen que Freeman vaya regalando una de las mejores —por matizadas, por intensas— actuaciones del año. No es casualidad que su inestabilidad personal se refuerce con un incómodo pitido; la existencia de Chris Carson se ha convertido en una cotidianidad irritante, superada por los acontecimientos.
Esta densidad psicológica convierte a The Responder en una serie absorbente que, durante sus cinco episodios, hace incansable funambulismo entre la tragedia y la redención. El drama interno de Chris Carson se entrelaza con una trama de heroína robada y persecuciones mafiosas que ensancha el atractivo narrativo. No es un tema ni mucho menos novedoso. Hay decenas de series —algunas tan potentes como The Shield o Luther— que mezclan la hecatombe familiar con un agente de la ley que se mueve por terrenos moralmente pantanosos, manchándose el alma por el camino. Sin embargo, The Responder logra destacar por su admirable autenticidad.
La puesta en escena anda pegada a un Liverpool —con su acento saltarín— que huye de cualquier glamour para aferrarse al bajo fondo, al patio trasero, al edificio humilde, a la comisaría del montón. Además, la proverbial profesionalidad británica regala un puñado de actores secundarios que harían las delicias del mismísimo Ken Loach, con su extravagancia quinqui y sus caras de pub perpetuo. Sin embargo, lo que marca la verdadera diferencia es el dibujo de los personajes. A pesar de una clausura algo atropellada para determinadas historias secundarias, los conflictos de The Responder respiran vida y naturalidad. Por muy atribulada que sea la historia, carece de ese tono afectado, pomposo, que acogota a tanta serie con ínfulas. Aquí uno se cree lo que está viendo. Le afecta, le duele. Quizá la clave de esta verdad que exhala provenga de que Tony Schumacher, su creador, fue policía (y taxista) en Liverpool. Porque se aprecia que para este espléndido primer trabajo televisivo ha mojado su pluma en vida, con todo su dolor y esperanza.