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La vuelta al mundo en 80 días puede verse en Movistar+

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Crítica de series

'La vuelta al mundo en 80 días': le sobran días y le falta audacia

La serie que adapta la novela de Julio Verne y emite Movistar+ falla en el dibujo de los personajes

De las novelas de Julio Verne aprendimos el temblor de la aventura. Mundos exóticos, vidas fascinantes, peripecias imposibles. Esa infancia recuperada que supone viajar durante semanas en globo, acompañar al correo del Zar, sumergirse en el Nautilus o aprender el oficio de robinsón en una isla, ejem, desierta. Por eso es lógico que sus historias regresen cíclicamente a la pantalla: Verne constituye un valor seguro.

En la producción de esta nueva versión de La vuelta al mundo en 80 días han estado implicadas varias televisiones europeas, con la BBC como punta de lanza al emitirla las Navidades pasadas. Aquí en España se puede ver en Movistar+ (van por el quinto episodio al escribir estas líneas). La expectación que despertó la espectacularidad y ambición de la serie ha sido de tal calibre que obtuvo su renovación para una segunda temporada incluso antes de estrenarse. Por ahí llegan las mayores virtudes de este nuevo intento por adaptar las aventuras del millonario Phileas Fogg. Porque La vuelta al mundo en 80 días ofrece una serie familiar con un acabado técnico sobresaliente. Se respira detallismo siglo XIX y fanfarria visual a través de los numerosos países y transportes por los que transita la epopeya viajera. Las secuencias de acción se combinan con momentos de humor y los paisajes asoman tan floridos como los acentos.

Sin embargo, la serie falla en algo tan esencial como el dibujo de los personajes. El gran David Tennant –uno de rostros televisivos británicos más versátiles y solventes– supone un acierto de casting para interpretar al ricachón aventurero. El problema es que los creadores (Ashley Pharoah y Caleb Ranson) han desechado al Fogg meticuloso e impasible de la novela para actualizarlo mediante un personaje patoso y acomplejado. Esta decisión dramática no tiene por qué ser mala; el problema es su ejecución. Porque el cambio de registro del protagonista conlleva falta de carisma y poca credibilidad para superar los muchos obstáculos que la lucha contrarreloj implica.

Para contrarrestar la falta de liderazgo de Fogg, la serie le ubica como un vértice más del triángulo equilátero protagonista. El mítico Passepartout –Rigodón para la generación EGB– gana ingenio y autonomía, mientras que la mayor novedad radica en la periodista Abigail ‘Fix’ Fortescue. Este último movimiento es la mayor desviación de la historia original: aquel detective de Scotland Yard que perseguía caninamente a Fogg acusándole de robo se ha convertido en testigo activo de sus andanzas. Lo que antes era un obstáculo que ponía en riesgo la meta del héroe ahora es una ayuda esencial para el éxito. Menos resistencias acarrean menos dramatismo.

La consecuencia es que la trama alimenta mediante asuntos laterales el conflicto necesario para que carbure una buena ficción. Por ejemplo, en el primer episodio, mientras Fogg demuestra su ineptitud en París, Abigail y Passpartout protagonizan un interludio revolucionario en torno a la Comuna de 1871. En el segundo, a bordo de un tren con una enfática diferencia de clases, es el drama de un niño italiano lo que eleva la presión dramática. Estas desviaciones provocan que el reto viajero quede en segundo plano demasiadas veces y que sea una emocionalidad barata la que se haga con el control del relato.

Es el inevitable dilema al que se enfrenta cualquier nueva adaptación de una historia conocida. ¿Cómo volver sobre una obra tan manida? ¿Qué elementos se traducen al presente y cuáles mantienen el sabor añejo? ¿Trabajar desde el homenaje o desde la subversión? Esta Vuelta al mundo en 80 días no es muy original en su actualización: aplica una mirada catequética a cuestiones sociales y políticas de hace siglo y medio (desde el dinero hasta el colonialismo) y sigue religiosamente la moda de diversificar (Passepartout cambia de raza, Fix de sexo). Más allá de las nobles intenciones que alienten estos aggiornamientos, el resultado queda falto de pegada, plano, previsible. Estirado artificialmente.

Quizá le fuera mejor a la serie si hubiera subido el envite como lo hizo el Sherlock de la BBC. La excelente serie protagonizada por Benedict Cumberbatch y Martin Freeman mantuvo la columna vertebral de la historia, pero se la trajo al presente sin remilgos, jugando con los códigos del original de Conan Doyle, aplicándoles una estética radicalmente contemporánea. Por desgracia, La vuelta al mundo en 80 días se queda a medio camino. Por eso deja un sabor agridulce: regala entretenimiento apetecible para toda la familia y una sugerente clase de Geografía, lo que no supone poca cosa. La pena es que, ante la actual sobredosis de oferta catódica, esta enésima circunvalación del globo requería muchas más millas de originalidad y riesgo artístico para hacerse un hueco. Porque ya lo advertía el propio Verne en el capítulo 13 de su novela: «La fortuna favorece a los audaces».

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