Downton Abbey es, en todos los sentidos, una serie de época. Una joya de principio a fin. La frase aplica tanto a sus seis temporadas como a cada uno de sus capítulos, desde la sintonía que nos introduce en la historia de la aristocrática familia Crawley y sus abnegados sirvientes, hasta el desenlace de cada episodio que invita, aquí sin trucos ni artificios, a ver el siguiente. Los amoríos no entienden de clases. Los problemas, tampoco. Y menos aún las desgracias, que alcanzan con tanta o más facilidad a la planta superior de la mansión como a la inferior.