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Woody Allen apareció por sorpresa en la gala de 2002

Premios Oscar

Otros diez momentos inolvidables de la historia de los Oscar

Errores, ovaciones, presencias inesperadas, caídas… Las galas han dejado un reguero de anécdotas, a las que se une en lugar privilegiado el bofetón de Smith a Rock

La bofetada de Will Smith ha pasado, sin duda, a la historia de los Oscar. Dentro de décadas, no se recordará la película que ganó esta edición, y quizá incluso se olvide que el agresor se llevó un Oscar justo tras el incidente, pero el guantazo recibido por Chris Rock es ya un momento inolvidable, a la altura de otros diez que recopilamos a continuación.

La apache de Brando

Coppola, Pacino y De Niro subieron al escenario de los Oscar en la madrugada del lunes para celebrar los 50 años de El Padrino. ¿Lo habría hecho Marlon Brando de estar vivo? Seguramente no. Cuando la Academia lo distinguió con la estatuilla al mejor actor en 1972 por dar vida a Vito Corleone, el carismático intérprete envió en su representación a una activista de los derechos civiles de los indígenas estadounidenses, Sacheen Littlefeather. Ataviada de apache, clamó contra el trato que Toro Sentado y demás congéneres recibían en el cine. Alegó que ese era el motivo por el que Brando rechazaba el premio. El actor le había escrito un discurso de 15 folios, pero ella se apiadó de los presentes y solo habló durante poco más de un minuto.

La ovación más larga

Una de las grandes vergüenzas que arrastra la Academia es que Chaplin solo recibió un Oscar de los de competición, y además fue por una banda sonora, en 1973 por Candilejas. Justo el año anterior le habían concedido un segundo honorífico (el primero databa de los años 20, por El Circo). Y fue en esa gala de 1972 cuando se escuchó la más extensa ovación de la historia de los premios: nada menos que doce minutos. Una ovación para intentar tapar un error histórico.

Niven y el hombre desnudo

En las últimas horas mucho se ha elogiado –con razón– la tranquila reacción de Chris Rock tras ser agredido por Will Smith. Mostró un saber estar que no se recordaba desde aquella gala de 1974 en la que el parlamento de David Niven se vio interrumpido por la presencia de un hombre desnudo. Se trataba del fotógrafo Robert Opel, un temprano activista por los derechos de la comunidad LGTBI. Hizo el signo de la victoria y desapareció del plano, que no de la escena. Con su flema inglesa, el actor reaccionó así: «¿No es fascinante pensar que la única risa que puede desatar ese hombre es la que genera cuando se quita la ropa y muestra sus... pequeñeces?»

Las flexiones de Jack Palance

Marisa Tomei era la más secundaria entre las aspirantes al premio a la mejor actriz de reparto en 1993. La nominación se la habían concedido –un tanto exageradamente– por Mi primo Vinny, una película muy menor. Jack Palance, un clásico de las pelis de vaqueros, fue el encargado de dar aquel premio. Tan incomprensible fue que ganase Tomei que durante años se dijo que el actor, quizá bastante bebido, había obviado el contenido del sobre y directamente había adjudicado la estatuilla a la joven. La historia la contó Jorge Aznal hace unos días en El Debate.

Menos recordado, pero igualmente memorable, es lo que hizo Palance el año anterior. Al recibir el premio al mejor intérprete secundario, no dudó en hacer unas flexiones a una mano en el escenario. Quería así demostrar a productores y directores que a sus 72 años aún conservaba la forma física y que no temiesen a la hora de contratarlo.

Cameron, rey del mundo

En la gala de 1998 todas las películas se hundieron ante Titanic. Cuando James Cameron subió al escenario a recoger el premio al mejor director ya sabía que era su gran noche. Tras un discurso tranquilo, se desató en el cierre, emulando a Jack Dawson (Leo DiCaprio) en la proa del trasatlántico, y gritó «¡soy el rey del mundo!». Lo era: aquella noche, su película igualó los míticos once premios Oscar de Ben-Hur.

Con ustedes, Woody Allen

En 1978, una de las mejores comedias de todos los tiempos, Annie Hall, fue distinguida con cuatro premios principales, entre ellos el de mejor película y mejor director. Los Oscar cumplían medio siglo y se preparó por ello una gran fiesta, a la que no asistió el creador del filme del año. Mientras la gala transcurría, Woody Allen tocaba el clarinete en un bar de su ciudad, Nueva York. Los desplantes del director se sucedieron desde entonces, pese a que la Academia le siguió dando premios –tres como guionista; de hecho, tiene el récord de nominaciones en esta categoría– y bendiciendo con estatuillas a un buen puñado de actores de sus películas. Todo cambió en 2002. Nueva York había sufrido el 11-S el año anterior, y la Academia quiso rendir tributo a la ciudad de los rascacielos. Por sorpresa, como Marshall McLuhan en Annie Hall, Woody apareció ese año tras la cortina. Fue su primera y única vez. Hubo, claro, standing ovation. Los mismos que entonces lo aplaudían de pie, hoy prefieren tenerlo bien lejos.

La revancha de Jorge Drexler

Quizá en Estados Unidos no lo recuerden, pero en España y en Uruguay tenemos muy presente aquel 'momentazo' de la gala de 2005. Para entenderlo, hay que ponerse en antecedentes: Jorge Drexler estaba nominado a la mejor canción por la magnífica Al otro lado del río, creada para la película Diarios de motocicleta. La Academia decidió que en la gala sonasen los temas nominados. Pero, en este caso concreto, impidió que lo hiciese su autor, al considerar que no era suficientemente conocido en Estados Unidos y los espectadores harían zapping al ver a aquel tipo enjuto cantando, además, en castellano. Así que los que pisaron el escenario e interpretaron la canción fueron Antonio Banderas y Santana. La venganza llegó poco después. Prince –nada menos que Prince– abrió el sobre y leyó que el tema ganador era Al otro lado del río. Jorge Drexler recogió la estatuilla, cantó a capella el estribillo de su canción y dijo «chao». Eso fue todo.

El desequilibrio de Jennifer Lawrence

Las caídas son graciosas. En El libro de las ilusiones, Paul Auster cuenta de forma magistral como una buena caída cinematográfica puede rescatar a alguien de las garras de la depresión. Entre los motivos por los que será recordada Jennifer Lawrence estará, sin duda, su caída en el momento más inoportuno, cuando fue llamada al escenario para recoger el Oscar a la mejor actriz principal. Ocurrió en la gala de 2013 y, sí, fue un detalle gracioso. Pero sobre todo nos demostró que hasta para saber caer hay que tener estilo.

Lo curioso es que al año siguiente repitió: esta vez se cayó en la alfombra roja y no llegó a besar el suelo porque se apoyó en la persona que tenía delante.

El selfi de DeGeneres

En la gala de 2014, Ellen DeGeneres propuso un reto: hacer una foto que batiese récords en Twitter. Lo logró. La foto la tomó Bradley Cooper y es historia de las redes sociales. En ella aparecen, entre otros, Brad Pitt, Angelina Jolie, Kevin Spacey, Meryl Streep o Julia Roberts. Fue el primer tuit que superó el millón de retuits en la historia.

Cinco años después, Bradley Cooper volvió a dejar otro momento para la historia. Su actuación con Lady Gaga es seguramente la mejor de la historia de las galas. O al menos la más tórrida.

Warren y Faye dan el cante

Woody Allen dijo que le encantaría reencarnarse en las yemas de sus dedos, pero para hacerlo seguramente elegiría un momento distinto al 27 de febrero de 2017. Warren Beatty era el encargado de leer el nombre de la película ganadora, o sea, el Oscar más importante. Dijo La La Land, y no sorprendió a nadie, pues era la favorita. Mientras los autores del musical agradecían el premio, llegó el alboroto. Beatty se había equivocado. La ganadora era Moonlight. Es el mayor gambazo de la historia de los premios. ¿Qué ocurrió? Pues que al actor le dieron el sobre equivocado, el de mejor actriz. Él se dio cuenta, pero ante las prisas de Faye Dunaway, su pareja en el reparto del premio, le cedió el sobre. Ella leyó, sin más, «La La Land».