Cine
'El milagro del padre Stu': una asombrosa historia real
Mark Wahlberg y Mel Gibson protagonizan una película conmovedora y divertida
Varios ingredientes de esta película han llamado la atención de los cronistas de Hollywood. Por una parte, la reaparición del conflictivo Mel Gibson como actor; por otra, el hecho de que su socia y pareja desde hace seis años, Rosalind Ross, debutara tras las cámaras; en tercer lugar, que el actor Mark Wahlberg, conocido representante del minoritario colectivo de cristianos de Hollywood, estuviera detrás del proyecto y se hubiera reservado el papel principal; por último, el morbo que producía que la Iglesia en EE.UU. no hubiera querido implicarse en el proyecto debido a su lenguaje malhablado y el rechazo de los inversores de Hollywood a meter dinero en una película de temática tan explícitamente cristiana.
Pero al margen de los reclamos periodísticos que pueda tener la película, lo realmente interesante de ella es que nos cuenta con bastante fidelidad la historia real del padre Stuart Long (1963-2014), un hombre ateo que empezó en el boxeo no profesional, y que tras un periplo vital que se nos cuenta en el filme, terminó ordenado sacerdote. Salvando las distancias, esa historia tiene un cierto paralelismo con la vida de Mark Wahlberg que, cuando tenía 16 años, tuvo que enfrentarse a la adicción a la cocaína, y cuando cumplía condena en una cárcel de Boston por asalto con robo y violencia racista conoció al capellán de la prisión y se convirtió.
Dicho esto, ¿qué nos cuenta exactamente la película? Como decíamos, Stuart (Mark Wahlberg) es un joven que se dedica al boxeo de tercera. Vive con su madre, Kathleen (Jacki Weaver), que no hace más que insistir a su hijo para que deje el boxeo y busque un trabajo que le permita progresar en la vida. El padre de Stu, Bill (Mel Gibson), se fue de casa cuando murió su otro hijo, Stephan, y se volvió alcohólico. Su relación con Stu es pésima, y considera que la muerte se llevó al mejor de sus hijos y le dejó al fracasado. Un buen día, después de un combate, Stuart recibe del médico la peor noticia: si sigue boxeando morirá, debido a unos problemas que tiene en la sangre. Tras un rechazo inicial de la realidad, Stu decide dar un giro a su vida e irse a Los Ángeles con la intención de labrarse un futuro como actor de Hollywood, algo que obviamente parece que va a hacerse esperar. Mientras tanto, Stu trabaja como dependiente de una carnicería. Un día, Stu se enamora a primera vista de una clienta mexicana, Carmen (Teresa Ruiz), que es católica practicante y está muy implicada con su parroquia. Nuestro protagonista –abiertamente ateo– hará lo que sea preciso para conquistar el amor de esa mujer. A partir de ese momento, la vida guardará para Stu numerosas sorpresas que irán marcando su destino de una forma que ni él ni nadie hubieran sospechado.
La película, que aborda muchas situaciones muy duras y dramáticas, tiene el acierto de estar atravesada de un gran sentido del humor, sobre todo a través de sus chispeantes diálogos. Aunque ciertamente el tema del filme gira en torno al encuentro con la fe cristiana, es también una cinta sobre las segundas oportunidades, la familia, el perdón, las relaciones paterno-filiales, la superación… de manera que no solo el creyente pueda disfrutar y sentirse concernido por esta historia. Lo que más impresiona es la evolución del protagonista –incluso en su caracterización física–, aunque algunos momentos de su transformación –como el de la decisión de convertirse en sacerdote– podrían haberse desarrollado mucho más.
La cinta también es rica en secundarios, cuyas subtramas permiten hacer más poliédricos los contenidos de la película. Es el caso, por ejemplo, del seminarista que comparte habitación con Stu. Como el joven rico del Evangelio, parece cumplir con todo lo que se espera de un seminarista pero, a diferencia de Stu, el motor de su vida no es el agradecimiento. El secundario que brilla con luz propia es Bill, el padre de Stu, un hombre duro, cerrado, escéptico y lleno de rencor hacia la vida. El insólito cambio de su hijo producirá grietas en el caparazón de cemento de su corazón. Y es que la película va precisamente de eso: siempre es posible el cambio, siempre puede suceder algo que haga nuevas todas las cosas. Porque al verdadero Protagonista del filme no se le ve nunca. Pero está, porque actúa.