Crítica de cine
'El comensal': el duro relato del asesinato de Javier de Ybarra por ETA
Ángeles González Sinde dirige y adapta el libro de Gabriella Ybarra, nieta del hombre secuestrado y asesinado por ETA en 1977
Los horrores de ETA cada vez están más presentes en el cine y en las series. Afortunadamente. Porque España es muy pobre en memoria histórica cinematográfica en comparación con otras filmografías, como la francesa o la estadounidense. Algunas producciones han abordado directamente la cuestión de ETA como banda terrorista (Días contados, Yoyes, El desafío: E.T.A, E.T.A.: El final del silencio, La línea invisible…), pero otras se centran en las consecuencias humanas del terror para víctimas, y también para verdugos (Patria, Maixabel). El comensal, de Ángeles González-Sinde, pertenece a este segundo grupo, pero desde una perspectiva intergeneracional –algo que también se apuntaba en la trama de la hija en la película de Icíar Bollaín, Maixabel–. El guion está escrito por la directora a partir de la novela autobiográfica de Gabriela Ybarra, nieta de Javier de Ybarra, secuestrado y asesinado por ETA en 1977. La película cambia los nombres –Ybarra es sustituido por Arriaga–, pero no las biografías.
La película juega con tres tiempos entreverados. El primero se desarrolla en Bilbao y se centra en el relato del secuestro de Arriaga (Iñaki Miramón), en 1977, durante las elecciones que llevaron a Suárez a la presidencia del gobierno. En ese relato, el punto de vista preeminente es el del hijo mayor de Arriaga, Fernando (Fernando Oyagüez), de 25 años, que debe asumir la responsabilidad familiar ante sus hermanos pequeños, ya que su madre había fallecido dos años antes.
El segundo nivel temporal es apenas apuntado y se ubica unos años después, cuando Fernando, ya casado y con una hija pequeña, Icíar, decide irse a vivir a Madrid con su familia, ante la presión de ETA.
Por último, el tiempo que se ubica a principios del siglo XXI, y que se cierra en 2011 con el cese de la lucha armada de ETA. En este relato, el punto de vista central es el de Icíar (Susana Abaitua) que con 25 años tiene que lidiar con el cáncer terminal de su madre Amalia (Adriana Ozores) y con la psicología impenetrable de su padre, Fernando Arriaga (Ginés García Millán). Este es el punto de vista de Gabriela Ybarra, autora de la novela.
Con estos mimbres se teje un retrato del trauma de los personajes. Un trauma no digerido por Fernando, que prefiere censurar a toda costa cualquier recuerdo del pasado. Y el trauma, menos agudo, de Icíar, a quien se le priva de conocer una parte importante de su historia, lo que le genera pesadillas y ataques de ansiedad. La enfermedad y muerte de Amalia, y el duelo que implica, hacen revivir en padre e hija el sentimiento de pérdida tan fuertemente reprimido.
Frente a un dolido Fernando, incapaz de afrontar y, por tanto, de curar, sus heridas, se yergue con fuerza la figura de su padre, un cristiano profundo que fue a la tortura y a la muerte con esperanza, con fe, sin rencor. En las cartas que mandaba a sus hijos solo les pedía que rezaran y les tranquilizaba contándoles que él vivía de la oración. De hecho, lo único que Arriaga se lleva al secuestro es un rosario y un misal.
A diferencia de Maixabel esta no es una película sobre el perdón. Al contrario que su padre, Fernando no consigue mirar desde la fe aquellos acontecimientos, y por ello se niega a mirarlos y prolonga su dolor sin horizonte. Sin embargo, Amalia, también religiosa, le ha enseñado a su hija Icíar a descubrir la belleza del mundo en medio del dolor. Por ello Icíar encarna a una generación que necesita saber, no para alimentar el rencor, sino para vivir con esperanza.
El comensal es una película muy interesante, con momentos llenos de emoción, y con un retrato impecable y positivo de lo que es un cristiano cabal. No trata de vender recetas o ideologías. Es una historia de personajes complejos, humanos, sin maniqueísmos, y por ello es una cinta llena de autenticidad. Propone volver al pasado, pero no para quedarse en él, sino para mirar al futuro.