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'La casa de papel' y la apoteosis del 'remake'
Seis meses después del final La casa de papel, Netflix asegura un entorno dramático familiar a los espectadores con La casa de papel: Corea
Triangulando el blanco, el negro y el rojo, acompañado de una música épica y un montaje infartado, emerge el eslogan: «Una nueva y atrevida visión del mayor atraco de la historia». Así se publicita La casa de papel: Corea: haciendo muy consciente su genealogía. No parecía necesario remarcar la condición de remake, puesto que por el tráiler ya pululan los trajes de faena, las icónicas máscaras, la espectacularidad del asalto, un Profesor que tiene todo calculado al milímetro y su némesis policial. ¿Por qué, entonces, exhibir el reciclaje como reclamo? Pues precisamente porque La casa de papel: Corea supone la apoteosis de la relectura.
Remakes, reboots, adaptaciones y reimaginaciones ha habido siempre. Desde la exitosa versión americana de The Office hasta la bellísimamente siniestra Hannibal, pasando por éxitos israelíes de los que solo los seriéfilos más cafeteros podían seguir el rastro (Homeland o Euphoria), la televisión siempre ha trajinado un tiovivo de préstamos dramáticos y formatos globales. La novedad de los últimos años tiene que ver con la multiplicación de contenido que las plataformas han habilitado. Así, hay universos que andan en expansión permanente, como el de Star Wars con su porrón de series en Disney+, o linajes que exploran historias pasadas y futuras, como ocurre con La casa del dragón (HBO) o Los anillos de poder (Amazon Prime). Incluso en los últimos tiempos se han puesto de moda las continuaciones tras un larguísimo lapso (Twin Peaks, Blade Runner, Cobra Kai). Un ecosistema vasto, caótico e iterativo.
La promoción de La casa de papel: Corea es un síntoma agudo de estos tiempos catódicos que habitamos. La audiencia anda tan empachada de contenidos —hay más de 4000 series disponibles para visionar en España, según contaba Mikel Labastida el otro día— que ya no es la novedad u originalidad lo que se blande como reclamo. Al contrario: para hacer que el espectador pose sus ojos sobre ti, la estrategia pasa por asegurarle un entorno dramático familiar, conocido.
Este salto cualitativo con las «narrativas de la repetición» lleva fraguándose mucho tiempo. Ante la competencia tan salvaje que existe en la jungla del streaming, parece que muchas plataformas están confiando su visibilidad a un universo narrativo que permita al espectador ahorrarse el esfuerzo inicial de construir un mundo nuevo. Por ahí se puede explicar este reciente gusto exacerbado por la saga, el universo narrativo y el crossover: como si fuera una manera de prometerle que no errará el tiro con la inversión de tiempo.
Más allá del debate sobre la (falta de) originalidad, la profusión de derivaciones diegéticas conllevan nuevos retos estéticos. Como siempre ha pasado en los remakes, parte del placer del texto proviene del diálogo implícito entre el original y la copia, o entre el fragmento y el todo. En La casa de papel, por volver al caso concreto, salta a la vista el eco de lo evidente: los rasgos asiáticos de los actores, el trueque entre la madrileña Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y la Casa de la Moneda de una Corea unificada, o las diferencias paisajísticas y arquitectónicas entre Occidente y Oriente. Más allá, el visionado de La casa de papel: Corea permitirá comprobar cómo se modifica la toponimia en los personajes, qué canción emblemática sustituirá al Bella Ciao y hasta qué punto la tensión política entre Seúl y Pyonyang espesa la trama del atraco perfecto. El disfrute de una serie ahora reclama retrovisor y puzzle.
Hay un tópico que siempre corretea por las conversaciones en torno a segundas partes y remakes: el original siempre es mejor que la copia. Pero no, no es necesariamente cierto. Piensen, tanto en cine como en televisión, en el Batman de Nolan, el Dune de Denis Villeneuve, el Battlestar Galactica de Ron Moore, o el Buffy de Joss Whedon; todos ellos muy superiores a su versión audiovisual previa. Son ejemplos muy variados, donde el material primigenio puede ser un cómic, una novela o una película convertida en serie. ¿Será aplicable el tópico a la nueva variación de La casa de papel? Ya podemos constatar lo más inédito: que una misma cadena/plataforma rehaga una historia… ¡tan solo seis meses después de haber terminado de emitir el relato original!