Fundado en 1910

Fotograma de La noche más larga

Cine

'La noche más larga': un thriller adictivo y eficaz

Entretenimiento violento, espectacular y agónico al estilo La casa de papel, Prison Break o 24

La última apuesta española de Netflix contiene todos los ingredientes que se le pueden pedir a una ficción escapista de alto voltaje: adrenalina de incendio y balacera, dilemas que intercambian muertos como cromos, acción frenética para ganar tiempo antes de la hora límite, intriga para descubrir la perversa mente conspirativa, cliffhangers para verdaderos escaladores y personajes bien delineados hasta en el nombre (¡qué demonios, ha de haber un Cherokee, un Jeringa y un Pincho en cada prisión!).

Aunque podría haber ganado en infarto reduciendo el metraje, La noche más larga es, en general, una historia que no se estira: seis capítulos que van directos al grano, en lugar de ocho, diez o trece que habrían arruinado el ritmo. Asimismo, sin olvidar la diversidad racial y sexual que ahora se ha generalizado, los creadores no la emplean para colar un Pisuerga ideológico; no es una serie que pretenda hacernos mejores ciudadanos, sino simplemente una historieta para atornillarnos al sofá y mordernos las uñas. Esto es, un entretenimiento XXL: violento, espectacular, agónico. Adicción narrativa para dormir poquito, presa del «¿por qué no vemos uno más?».

La premisa de La noche más larga es tan simple como efectiva, bien sintetizada en la sinopsis de los promocionales: «Es Nochebuena. Varios hombres armados rodean una cárcel psiquiátrica y cortan las comunicaciones. Su objetivo: capturar al asesino en serie Simón Lago». Que la historia empiece con las vomitivas «hazañas» del tal Lago (un sensacional Luis Callejo, barnizado de siniestra frialdad lecteriana) ubica al espectador ante el espanto, sí, pero los guionistas son muy hábiles estableciendo pronto contrapesos y callejones sin salida.

Es una acertada declaración de intenciones, que emborrona las lealtades del espectador; joroba que todo se vaya a complicar por este gran hijo de perra que debería pudrirse en el trullo, pero nadie dijo que ni la vida ni la ficción fueran justas y hermosas siempre. Porque, claro, una historia que maneja nitroglicerina dramática —y La noche más larga la manipula con astucia— debe asumir que en ocasiones solo queda escoger entre salidas malas y salidas guatepeores.

Para apuntalar esta incomodidad que podríamos denominar moral, los creadores balizan el relato con multitud de rémoras que suben una y otra vez el envite de lo que está en juego. La familia del jefe de prisión, romances entre internos, policías corruptos, psiquiatras turbios, información incompleta que obliga a tomar decisiones erróneas e, incluso, agentes dobles o quizá triples emboscados por la trama. Como en tanto thriller de postín, siempre merodea por el relato alguien que sabe mucho más de lo que dice y otro alguien que esconde muertos en el armario.

¿Que La noche más larga emplea trucos de mano y dispositivos narrativos en la estela de La casa de papel, Prison Break o 24? Sin duda. Pero ahí radica su virtud: es consciente de manejar unos códigos de género y se afana en aplicarlos con oficio y cuajo visual. No aspira a reinventar la rueda, sino a permitir que discurra con la mayor velocidad posible. Este reciclaje alcanza, incluso, al corazón de la historia. La serie creada por Xosé Morais y Víctor Sierra sabe tomar prestado de muchos referentes, combinándolos para aportarles un sabor propio.

Su semilla más clara es la lucha contra el reloj para defender un espacio cercado, que popularizó Howard Hawks en Río Bravo y El Dorado, y revisitó Carpenter en su Asalto a la comisaria del distrito 13. De igual forma, mientras uno contempla el equilibrio imposible de Hugo Roca para liderar la resistencia, le viene a la memoria Celda 211 (también protagonizada por Alberto Ammann) y le sobrevuela el nido del cuco ante los delirios y psicosis de la fauna de Monte Baruca.

La noche más larga apunta hacia una segunda temporada. Como tantas otras veces, emerge la disyuntiva del seriéfilo: ansiar más relato, pero temer su desbarre. Es un clásico: el éxito anima a estirar un concepto que parecía muy medido… para acabar arramblando con las grandezas de la historia. Aquí es un temor muy justificado, porque ni siquiera en Navidad las noches son tan largas como para durar más de quince horas.