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La traición de Huda

Crítica de cine

'La traición de Huda': un retrato descarnado del colaboracionismo palestino en Cisjordania

Es una producción palestino-egipcio-holandesa que no hace ninguna concesión al enemigo. De hecho, a lo largo de toda la película nunca se va a hablar de Israel o de los judíos, sino de las «fuerzas de ocupación»

El conflicto judeo-palestino se ha llevado innumerables veces al cine desde las dos ópticas. Aunque también ha habido muchas películas que han tratado de tender puentes y abrir espacios de encuentro. Uno ejemplo de esto último fue Paradise Now (2005), de Hany Abu-Assad, el mismo director de la cinta que hoy nos ocupa. Sin embargo, La traición de Huda es una producción palestino-egipcio-holandesa que no hace ninguna concesión al enemigo. De hecho, a lo largo de toda la película nunca se va a hablar de Israel o de los judíos, sino de las «fuerzas de ocupación». El argumento se desarrolla en Cisjordania y se centra en un tema poco tratado: el colaboracionismo.

Huda (Manal Awad) es una mujer palestina que regenta una peluquería la cual, en realidad, es una tapadera. Ella ha sido reclutada por el Mossad, y su misión consiste en extorsionar y chantajear a alguna de sus clientas para obligarlas a hacer de informadoras para los servicios secretos israelíes. Reem (Maisa Abd Elhadi) es una antigua clienta y amiga de Huda. Un día que va a lavarse la cabeza, acompañada de su bebé, Huda le echa droga en el té, y cuando ha perdido el conocimiento le hace unas fotografías desnuda con un hombre contratado para la sesión. Cuando Reem recupera la consciencia, Huda le enseña las fotos y le informa: si no trabaja para los judíos, harán llegar las fotos a su celoso marido. Arranca así una trama de dilemas morales que se complicará enormemente cuando un líder terrorista palestino descubra la traición de Huda. De esta manera, la pobre Reem se verá por un lado empujada a trabajar para el enemigo, y por otro será un objetivo prioritario de los terroristas palestinos, que la consideran una traidora.

El veterano director Hany Abu-Assad nos ofrece así un intenso thriller de hondura moral que muestra la espiral de mal y violencia que impera desde hace décadas en Oriente Medio. Aunque el film se posiciona claramente en un bando, muestra valientemente como esta espiral malévola afecta a todos por igual y acaban pagando el pato los más inocentes e indefensos. Todos los personajes parecen condenados a cumplir un destino que les viene impuesto por las circunstancias y en el que ninguno puede ser feliz. Quizá por ello la película, sin duda de gran interés, resulta muy desazonadora y desesperanzada.

Como otras películas que nos llegan de la órbita cultural musulmana, nos muestra a unas mujeres heroicas, verdaderas supervivientes en un mundo que las tiende a considerar de segunda categoría. La puesta en escena es vibrante, afilada, aderezada por la fotografía oscura y deliberadamente claustrofóbica de Ehab Assal y Peter Flinckenber. La cinta fue bien acogida en los festivales de Toronto y de Valladolid.