Crítica de cine
Un billete para 'Bullet Train', por favor
La nueva película de David Leitch es un viaje entre Tokio y Kioto de dos horas llenas de acción y comedia
Siempre he querido ir a Japón. Entre otras cosas porque soy de Extremadura y en el muy muy lejano oeste español no tenemos trenes tan rápidos como los nipones. Pero ahora hay más detrás de mi afán: si puedo viajar a este país con Brad Pitt, Aaron Taylor-Johnson, Logan Lerman y Bad Bunny me montaría en el Bullet Train de David Leitch y no me bajaría nunca.
Lo último del director de Deadpool 2 es un viaje de dos horas de Tokio a Kioto con un poco de Asesinato en el Orient Express sin el detective Poirot, pero sí tratando de adivinar quién ha matado a quién. Un trayecto un poco más corto de lo que tarda el tren bala real, que recorre una distancia de 454 kilómetros en dos horas y cuarenta minutos. Pero claro, ese rato no se pasa tan rápido como viendo a un Pitt muy al estilo Érase una vez en Hollywood que es, al igual que Ryan Reynolds bajo la máscara del personaje más cómico de Marvel, un antihéroe, pero en su versión zen, que se niega a empuñar a una pistola, pero lleva petardos en el bolsillo.
Todo parece estar en su contra e incluso él mismo afirma y confirma que tiene la peor suerte del mundo. En cada estación, en la que el tren bala solo para un minuto, su personaje, apodado 'Mariquita', hace por intentar apearse, sin éxito. 'Mariquita' es un asesino a sueldo que ha aprendido a controlar su ira en terapia y que prefiere hablar antes que pelear, pero no duda en repartir en cada vagón por el que pasa, incluso en el silencioso. Otros cuatro sicarios van a bordo del bullet train. Y todos con el mismo objetivo: un maletín metálico con una pegatina de un tren en el asa. Va pasando como una patata caliente de unos a otros sin que ninguno sepa que se lo han robado y dejando tras de sí un rastro de muertes, algunas cómicas, otras no tanto, y dos que resultaron no ser.
A bordo del Bullet Train de Leitch viajan también una serpiente, un príncipe, un abuelo, dos padres y tres hijos; historias de rencor, de honor y de amor, que van encajando como los engranajes de la locomotora al ritmo de Alejandro Sanz y la cover de I need a hero, con letra en japonés. Y para cerrar, que nadie se levante una vez empezados los créditos, porque la última pieza que hace que terminemos de dejar de creer en las casualidades, al igual que la manera en que se entrelazan todos los personajes entre sí, es un Limón al volante de un camión de mandarinas.