Crítica de cine
Tres mil años esperándote: un cuento de hadas para adultos
Una película que utiliza los recursos de las fábulas infantiles para contarnos una historia adulta de amor y soledad
Nos llega de Australia una película de George Miller, un cineasta todoterreno que igual puede dirigir las películas de la saga de Mad Max que las de Happy Feet; igual puede afrontar un hondo drama como El aceite de la vida que una cinta familiar ligera como Babe, un cerdito en la ciudad. En esta ocasión, el realizador australiano lleva a la pantalla The Djinn in the Nightingale's Eye, un relato escrito en 1994 por la autora británica A. S. Byatt.
El argumento se centra en Alithea Binnie (Tilda Swinton), una profesora de literatura que se dedica a estudiar los mitos y fábulas que han ido inventando los pueblos a lo largo de la historia, narraciones que la ciencia ha ido dejando sin sentido una tras otra. Alithea ha empezado a padecer alucinaciones, y se le aparecen personajes mitológicos. Hasta que un día se materializa en su habitación de hotel el famoso genio de la lámpara maravillosa y le ofrece ¡cómo no! cumplir tres deseos. Sin embargo, la profesora afirma vivir sin deseos, pero el genio le demostrará que eso no es posible.
Estamos ante un cuento para adultos que no se parece nada a lo que suele considerarse un cuento para adultos. La razón de su extraña originalidad es que utiliza los recursos de los cuentos infantiles (genios, hadas y demás elementos maravillosos) para contarnos una historia adulta de amor y soledad. Cuando la voz en off de la protagonista, al comienzo de la película, nos anuncia que va a contar su historia en forma de cuento de hadas, nos está diciendo probablemente que hay que entenderla metafóricamente, pero es tal la profusión de detalles con la que se nos cuenta la larga vida del genio de la lámpara maravillosa, que la fábula se impone sobre la realidad generando un pastiche que llena de confusión y perplejidad al espectador.
En la película se nos ofrecen pequeñas pistas que nos hablan de una maternidad frustrada de Alithea, de una consiguiente soledad buscada y un deseo latente, pero reprimido de un amor incondicional y sanador. Estos potentes ingredientes se echan a perder por haber sobredimensionado la fábula del genio, reservándole un excesivo protagonismo.
En cualquier caso, todo el drama de la protagonista se enmarca en una dialéctica entre ciencia y mito planteada desde una concepción reduccionista de la razón. Alithea, como experta narratóloga que ha estudiado todos los mitos en las distintas culturas, ha dedicado su vida a demostrar cómo la ciencia ha ido privando de su función a todos los dioses y héroes míticos de los distintos pueblos.
La ciencia ha desvelado el misterio humano, pero si alguien echa de menos dicho misterio siempre le queda creer en cualquier fantasía, como el cuento infantil del genio. Pero del sentido religioso profundo no se nos dice ni una palabra.
De lo que sí se nos habla es de la fisonomía del hombre contemporáneo, que, como nuestra protagonista, tiene el deseo soterrado, se parapeta en una angustiosa soledad y cercena su humanidad para descansar en una falsa confianza en la ciencia. La película cuestiona esto, pero no ofrece una salida satisfactoria y cierra en falso el drama de Alithea. La fotografía y la puesta en escena son deslumbrantes –aunque vistas muchas veces–, la interpretación de Tilda Swinton e Idris Elba magníficas, y la música de Junkie XL, brillante. Pero, en fin, tres mil años esperando… para nada.