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Argentina, 1985 se estrena este viernes 30 de septiembre en las salas de cineA Contracorriente Films

Crítica de cine

'Argentina, 1985': Darín dicta sentencia con otra actuación de justicia

El actor brilla en la piel y en el traje de Strassera, el fiscal que llevó al banquillo a los responsables de la dictadura militar argentina

En Argentina, 1985, la película que recrea el histórico Juicio a las Juntas Militares, no hace tanto calor como en Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962). Y aún menos que en la sofocante sala de Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957). Pero a Julio Strassera, el fiscal que borda Ricardo Darín en el nuevo filme de Santiago Mitre (La cordillera), le entran sudores. No por el calor, sí por la responsabilidad que tiene ante él: llevar a los tribunales a los principales líderes de la dictadura militar argentina con la consiguiente amenaza para su vida y, sobre todo, para la de su familia. Como para que no le apriete el nudo de su corbata.

Aunque Strassera se empeña en disimularlo, siente miedo. Y en su caso, el miedo no es libre. Tanto es así que es él quien, mientras trabaja sin descanso para llevar a la cárcel a los responsables de los crímenes de lesa humanidad, parece prisionero de sí mismo. De su responsabilidad. Y de las circunstancias. Porque todo parece en su contra: desde la premura del calendario para encontrar y trabajar las pruebas necesarias, hasta la configuración de su equipo de trabajo.

Como si de una película deportiva con su consiguiente mensaje de superación se tratase, como si fuera el entrenador de baloncesto al que dio vida Gene Hackman en Hoosiers, más que ídolos– o directamente Scariolo al frente de la Selección Española en el Eurobasket 2022–, Strassera se enfrenta a gigantes con una plantilla claramente inferior. El fiscal adjunto en el que debe apoyarse, Moreno Ocampo, y sus colaboradores carecen de experiencia. El problema es que, en lo fílmico, el problema es el mismo y Darín, colosal una vez más, se queda solo. También una vez más.

Únicamente cuando entra en escena Alejandra Flechner, la mujer en la ficción de Strassera –«pensaba que eras un descreído y sos un héroe», le confiesa–, y el veterano actor Norman Briski –que responde al «¿cómo estás?» de Strassera con un ocurrente «bien, sin entrar en detalles», Ricardo Darín parece encontrar un descanso a la hora de cargar con el peso de la película. Como es humilde, derrocha talento y trabajo y está acostumbrado, ni siquiera eso es un inconveniente para él. El elogio va dirigido al actor, pero aplica también al personaje. El Strassera de la ficción no es sino el Darín de la vida real. Un tipo que trabaja sin descanso que hace fácil lo difícil y mejora a los demás.

Argentina, 1985, la cinta elegida para representar a su país en la larga carrera al Oscar a la mejor película internacional en 2023, no es tanto un filme de juicios –lo mejor, más allá del desgarrador testimonio de una de las víctimas, está en lo que pasa fuera de la sala: en los trabajos preliminares, en la casa de Strassera, que en su hogar deviene en una suerte de Antonio Alcántara–, en los encuentros de Darín con Norman Briski…– como un homenaje a las víctimas de los secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones durante los duros años de la dictadura militar argentina. También como una defensa de la justicia. Y como una aproximación a la figura del héroe. Del humano, del cotidiano, que es algo que se agradece especialmente en estos tiempos cinematográficos de superhéroes. El héroe aquí es una persona que se afana en trabajar para hacer justicia. Así de simple. Así –cada vez más– de complejo.

Con todo, a Argentina, 1985 le falta fuste, tensión y nervio en la dirección para acercarse al techo del cine argentino. A esa obra maestra que es El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009).

En la lista de los mejores héroes de la historia del cine, el American Film Institute eligió en primer lugar a Atticus Finch, el personaje de Gregory Peck en Matar a un ruiseñor. Hay bastante de él en el alegato de Strassera en la voz de Ricardo Darín. En ese público de la sala que lo escucha con admiración y rompe a aplaudir puesto en pie. Ojalá algún día, por alguna película, por su inmaculada trayectoria, el aplauso que reciba Darín proceda del público que asiste a una ceremonia de los Oscar. También eso, de otro modo, sería de justicia.