Crítica de series
'Apagón' y los dilemas heroicos del fin del mundo
La serie española de Movistar+, una antología de relatos, brilla por su estrategia narrativa
En Apagón el mundo se queda sin electricidad y el drama radica en mantener la proteína y la cordura. Así, en esencia, la última gran apuesta de Movistar+ alumbra una suerte de distopía: un cataclismo cotidiano que, tras la experiencia pandémica global, nos resulta mucho más fácilmente imaginable. En esa plausibilidad siniestra macera el picante de las narrativas que nos asoman al abismo. Porque Apagón quiere que escrutemos las incertidumbres y oscuridades cuando ya no puede conjugarse la palabra normalidad y el contrato social salta por los aires. Y tú, ¿qué harías cuando es imposible ver con claridad (física y moral)?
Apagón no transita una avenida nueva, ni mucho menos: las historias de catástrofes siempre reflejan las ansiedades del momento, ya sea por el miedo a las máquinas, el cambio climático o la escasez de recursos. Sin ir más lejos, una de las series más innovadoras de los últimos años es la francesa El colapso (2019), que suturaba fondo y forma al rodar cada episodio de una sociedad que se desmorona adoptando la incertidumbre dramática del plano-secuencia.
Apagón también opta por una estrategia narrativa que evita la placidez del tradicional relato continuado, serial. Y en esto acierta, ganando eficacia y ritmo. Cada episodio enfoca un ángulo diferente de este apocalipsis energético y posmoderno. Acompañamos la tensión creciente de quienes le atisban las orejas al lobo desde la coordinación de emergencias, sufrimos el caos y la carestía de un hospital de campaña obligado a la oscuridad y al triaje, empatizamos con la solitaria adolescente de una urbanización que ansía mantener su condición de fortaleza, nos enfundamos el poncho de una epopeya lluviosa con aire de western rural e, incluso, le aplicamos una vuelta de tuerca al tópico artístico del locus amoenus en versión multicultural.
Son cinco episodios, pues, que —salvo una excepción— se adecuan al formato de la denominada antología: cada entrega es narrativamente independiente del resto, manteniendo como hilo conductor el paisaje dramático de fondo. El espectador ha de esforzarse en rellenar los huecos narrativos, imaginando cómo tal o cual personaje se las ha ingeniado hasta entonces para sobrevivir sin luz. Esas elipsis andan entre lo más sabroso de la serie, pues fuerza a la audiencia a prestar atención a detalles de puesta en escena —una mirada anhelante desde un balcón, una fría conversación telefónica, una mancha en una bata— que afilan las aristas de vidas pasadas.
'Apagón', una antología con creadores diferentes
Sin embargo, como ocurre en cualquier antología (Love, Death & Robots, Black Mirror) la autonomía de las partes que componen el todo constituye un arma de doble filo: se gana en diversidad estética y narrativa, pero se pierde en regularidad. En Apagón cada relato está comandado por un creador diferente, lo que implica estilos opuestos y preocupaciones temáticas distintas. Hay episodios excelentes, como el tenso acercamiento al abismo del primero (escritos por Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen) y el seco thriller del cuarto (el de Rafa Cobos y Alberto Rodríguez) y otros donde el didactismo o el exceso de exposición lastran el metraje, como el tercero (Isa Campo y Fran Araújo) o el quinto (Isaki Lacuesta).
A pesar de esta desigualdad estructural, la serie sí logra transmitir en todo momento los callejones sin salida a los que se enfrentan los personajes, amplificando así su alcance dramático. Los principios de cada uno lucen muy bien en la teoría, pero su validez se mide cuando ejercitarlos en medio del caos puede costarte la vida. El dilema gris, sucio. En este sentido, el más doloroso y humano —también, de nuevo, por los ecos pandémicos que resuenan en la memoria colectiva— es el segundo, dirigido por Raúl Arévalo, donde solo Guatemala y Guatepeor disputan el partido.
Por tanto, en este mosaico del síncope de una sociedad próspera que dibuja Apagón no son los efectos especiales ni las grandes muchedumbres los que iluminan la energía dramática de la historia, sino las tragedias a escala familiar o íntima. Porque, cuando el hombre está contra las cuerdas, Apagón parece querer testar con sus criaturas aquella máxima de Viktor Frankl: «Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos». Porque quizá ahí, en esa zona de penumbra, radique el verdadero heroísmo.