Crítica de cine
'Un año, una noche': un viaje a la mente traumatizada de las víctimas del terrorismo
Isaki Lacuesta dirige una interesante película que explora el trauma de las víctimas del atentado en la sala Bataclán de París
La Sala Bataclán de París es un teatro construido en 1864 y sito en el bulevar Voltaire, del XI Distrito de la capital francesa. La noche del viernes 13 de noviembre de 2015 tenía lugar un concierto del grupo norteamericano de rock Eagles of Death Metal. En mitad del espectáculo irrumpieron en la sala cuatro terroristas islámicos armados de kalashnikovs y dispararon sobre el público hasta asesinar a unas ochenta personas. Otras fueron capturadas como rehenes. Aquel atentado conmovió al mundo, máxime cuando estuvo acompañado de otros atentados simultáneos en París que se cobraron un total de ciento treinta vidas.
El español de Daimiel Ramón González y Mariana, su novia argentina, se encontraban en dicho concierto y sobrevivieron al atentado. La experiencia traumática que vivieron llevó a Ramón a escribir una novela, Paz, amor y death metal, que se publicó en Tusquets en 2018. Solo unas semanas después de ver la luz, el productor Ramón Campos compró los derechos de la novela para que la llevara a la gran pantalla Isaki Lacuesta, famoso documentalista que también tiene en su haber brillantes incursiones en el mundo de la ficción.
Un laberinto temporal
La cuesta se aleja de una narración cronológica de aire documental, como puede ser Arde Notre Dame (J.J. Annaud, 2022). No se centra en el asalto al Bataclán, esbozado a base de fueras de campo y un montaje impresionista, sino en las huellas psicológicas del trauma en los protagonistas, que aquí se convierten en Ramón (Nahuel Pérez) y su novia francesa Céline (Noémie Merlant). La película muestra diversas formas de afrontar las vivencias. Concretamente Céline ha optado por la vía de la negación, ocultando en su entorno que ella era una superviviente del Bataclán. Pero eso, lejos de evitar la crisis emocional, únicamente la pospone. Ramón por su parte se entrega a su ansiedad, deja de trabajar y se abandona a sus reacciones.
El director tiene la habilidad de servirnos la historia en un laberinto temporal en el que pasado y presente se confunden de la misma manera que fantasmas y realidad conviven en la mente de los protagonistas. El espectador acaba sucumbiendo a la confusión, propiciando así un eficaz recurso de identificación con los personajes, al estilo de El padre, de Florian Zeller (2020). La película nos recuerda que no sólo son víctimas del terrorismo los que fallecen en sus atentados, sino todas aquellas personas anónimas que arrastran duras secuelas de por vida. Y lo hacen ante la aparente indolencia de los que les rodean, convencidos de que aparentar normalidad soluciona las cosas.
Pero también encontramos en el filme una propuesta arriesgada: el suceso terrible puede ser ocasión de un cambio positivo en la vida de las víctimas, la oportunidad de una mirada nueva sobre la propia vida.
Un año, una noche tiene tanta fuerza visual como dramática, sin llegar a ser una cinta excesivamente comercial o complaciente. En ningún momento deja de ser una película de Isaki Lacuesta, es decir, una película de autor. Para conseguir sus propósitos ha contado unos actores que hacen muy creíble la historia, acompañados por sólidos secundarios como Quim Gutiérrez o Natalia de Molina. El trabajo fotográfico de Irina Lubtchansky contribuye sin duda enormemente a pintar ese cuadro impresionista que Lacuesta despliega ante nuestro ojos. Una película sumamente interesante.