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Cine

'El teléfono del señor Harrigan': Stephen King, en busca de la madre perdida

La adaptación del breve relato de Stephen King está disponible en Netflix

La madre. Su inesperada muerte, su inexorable pérdida y su insufrible ausencia. Estos son, aunque no lo parezca a primera vista, los núcleos narrativos de El teléfono del señor Harrigan, adaptación cinematográfica de un breve relato de Stephen King, dirigida por John Lee Hancock y disponible desde este mes de octubre en Netflix.

Aunque, de entrada, da la impresión de que son otros los temas abordados de modo principal en esta película, en realidad el hilo conductor es la muerte de la madre del pequeño Craig (Jaeden Martell), niño protagonista del filme, y las consecuencias que tal deceso le acarrea a la identidad de este chico y a su desarrollo vital. Ciertamente, ni la intensidad con la que la tecnología nos atenaza en la actualidad, ni la aparente avaricia del señor Harrigan (Donald Sutherland), ni el deseo de venganza son elementos suficientemente explicativos de la trama argumental. El filme de la Blumhouse Productions resalta con más ahínco que el relato escrito por King el tema de la muerte de la madre, que está presente desde el primer minuto. King retoma el tópico de la muerte materna, igualmente y de modo más explícito aún, en su última novela, Cuento de hadas (2022).

ADVERTENCIA: ¡SPOILERS! No sigas leyendo si vas a ver la película.

De manera muy reseñable, en determinado momento del devenir fílmico se nos revela que Craig no iba nunca a poner flores en la tumba de su madre, al contrario que su padre, que iba cada semana. La explicación la da el propio niño: si acudía a visitar el cementerio donde estaba enterrada su madre, «era como si aceptaba que se había ido para siempre». Y este es, precisamente, el elemento desde el que se ha de leer toda la película: Craig solo acaba visitando la sepultura de su madre al final, cuando por fin acepta la muerte de su madre a través de la aceptación de otra muerte, que era la del señor Harrigan.

Harrigan era un hombre inmensamente rico, pero retirado de los negocios. Tras su jubilación, el anciano Harrigan se trasladó a Harlow, el pueblo de Craig y, gracias a que ambos iban a la misma iglesia, se conocieron. Entonces, ocurrió uno de los hechos trascendentales de la vida de Craig: el señor Harrigan lo eligió a él como ayudante. «¿Por qué me eligió a mí?». Esta pregunta es paralela a la que, de modo igualmente solemne, le dirige el viejo magnate a Craig: en el fondo, «¿por qué vienes por aquí?». Estas cuestiones flotan en el aire durante toda la película y solo conforme se van acercando los últimos compases del argumento se van resolviendo para el espectador. En efecto, el anciano y el niño en cuestión son dos identidades truncadas en busca de sentido en la figura de un modelo o mediador que les pueda aportar respuesta a su carencia de «ser».

Craig es el modelo de Harrigan y Harrigan es el modelo de Craig. Aunque en ambos casos de modo diverso, ambos necesitan el «ser» del otro debido a una carencia que es en ambos la misma y que Craig solo descubre en Harrigan al final: la ausencia de la madre. Había en casa del viejo magnate un armario misterioso que el curioso niño siempre quiso inspeccionar y nunca le fue permitido. Solo después del fallecimiento del anciano puede Craig visitar de nuevo su mansión y resolver el enigma del armario, donde guardaba objetos de su madre: «Sus secretos son mis secretos. Por eso me eligió […]. Su madre murió cuando usted era pequeño, como la mía».

Craig creyó ver en Harrigan a la madre a la que perdió trágicamente en plena infancia. De algún modo, quiere reencarnarla en él pues, verdaderamente, de la misma manera en que se negó a dar por muerta a su madre al no visitar su tumba, también renunció a dejar ir al señor Harrigan cuando este falleció. No en vano, cogió su teléfono móvil y lo introdujo furtivamente en su traje de difunto al acabar su funeral. Y no solo eso, sino que siguió enviándole mensajes y llamándolo al móvil después de muerto.

La compleja madeja argumentativa de esta película, que desdibuja el asunto principal (es decir, la muerte materna), solo se desenreda cuando Craig acepta la muerte de Harrigan. En esa misma escena, en el propio cementerio, el niño hace lo que nunca había hecho hasta entonces: ir a visitar la tumba de su madre y llorar ante ella.

La identidad de Craig fue quebrantada hasta tal punto por el fallecimiento de su progenitora que, en su desesperación por reencaminar su identidad en crisis, el niño huérfano va a empezar a delirar, al identificar a su madre en otras figuras humanas que le puedan aportar la identidad que ella se llevó consigo al morir prematuramente. Así, los SMS y las llamadas que supuestamente recibe del difunto señor Harrigan no hacen sino ejemplificar a la perfección el delirio de necesidad identitaria de Craig. Hasta que el chico no acepta que, en el fondo, debe dejar ir al fantasma de su madre, no se libera de su trauma.

Puede decirse que Craig nunca entendió los enigmáticos mensajes de texto que recibió de Harrigan; solo a última hora se da cuenta de que, en el fondo, los SMS quieren decir que debe ponerle fin a la negativa a aceptar responsabilidad en su vida y que debe dejar de extraer su identidad de personas indeseables, como el señor Harrigan, que nunca le enseñó a Craig virtud alguna. El anciano codicioso solo lo instruyó en el arte de la venganza y del odio al enemigo: «prométeme una cosa: cuando te cruces con tus enemigos, los despacharás con la máxima celeridad». El anciano avariento solo fue un personaje que, con sus consejos y ejemplo, llevó a Craig a perpetrar asesinatos que, en su delirio de imitación, él creía cometidos post mortem por el sobrenatural señor Harrigan.

En buena medida, podría interpretarse que fue su madre, desde un primer momento, quien le escribía los mensajes del difunto magnate a Craig, si bien en su inconsciente, no de modo real por supuesto. Nunca hubo mensajes reales de Harrigan; antes bien, Craig se arrepiente de la imitación de un modelo indigno como era el viejo ricachón y de haber visto en él a su madre. De hecho, la última frase que se pronuncia en la película es «lo siento mucho, mamá».

Harrigan y Craig eran almas gemelas, atravesadas por la misma carencia de identidad, derivada de la pérdida de la madre. El problema es que el anciano capitalista, hasta el final de sus vidas, intentó llenar de odio y de riquezas tal vacío y, por ese camino, trató de perpetuar su legado en la persona de Craig, a quien instruyó como al hijo que nunca tuvo. Pero Craig abjuró de ser hijo de Harrigan cuando vio que él no podía ser su madre; así murió Harrigan en Craig. En definitiva, aceptar la muerte de Harrigan y la de su propia madre son una y la misma cosa, pues Harrigan nunca fue, a los ojos de Craig, otra cosa que la madre que siempre anduvo buscando y nunca pudo encontrar.