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Avatar: el sentido del agua se estrena en los cines este viernes 16 de diciembre20th Century Studios

Crítica de cine

'Avatar, el sentido del agua': la espectacular, radiante y carísima pecera alien de James Cameron

La cinta sumerge al espectador en el mar de los Na’vi y las maravillas del nuevo ecosistema extraterrestre

¿Se acuerdan ustedes de la pecera-salvapantallas de los 2000? Pues podría considerarse el protogermen de Avatar: el sentido del agua. James Cameron coge ese simple y aburrido, pero hipnótico, aquarium de Windows y, gracias a sus propios avances tecnológicos, lo lleva a su máximo exponente conocido en esta segunda parte de la saga. Le da la profundidad y extensión de una luna extraterrestre. Lo llena de asombrosas criaturas, que incluso hablan por medio de subtítulos. Y vuelve a crear relaciones simbióticas entre todas ellas y los Na’vi, la población autóctona ya presentada en sociedad hace 13 años. Pero por encima de todo, lo impregna de luz. La misma luminosidad que conocíamos por Avatar en flora y fauna se amplifica bajo los reflejos del mar de Pandora y se expande fuera de la propia pantalla para disfrute del espectador. Siempre que deje en la entrada la mirada crítica y se preste a disfrutar. Si en Avatar, Cameron presentó el universo que había creado virtualmente desde cero, en El sentido del agua se deleita en su creación explorando especies, ecosistemas y la evolución genética de sus propias criaturas.

Cameron nos arrastró por la tundra de Pandora en la primera entrega. Ahora en la secuela, Avatar: el sentido del agua, nos sumerge en un mar que, al igual que en la Tierra, encierra cruciales y misteriosos secretos en sus profundidades. La cinta que se estrena este viernes es algo más que tres horas de belleza sensorial. Una demostración de poderío económico y tecnológico que busca llegar al espectador por medio de los sentidos, dejando a un lado cualquier intelectualismo. La trama, al igual que en la primera, puede resultar irrelevante a pesar de que navega en temas tan complejos como la identidad familiar, el colonialismo y el mestizaje, la evolución genética, la muerte de un ser querido o el ecologismo new age. La mayor crítica a la que se enfrentó Avatar fue la simpleza de su trama principal y podría ocurrir lo mismo con El sentido del agua. Lejos de intentar crear un guion más sesudo y complejo que la primera entrega, Cameron disimula juntando muchos temas a la vez sin llegar a centrarse en ninguno en especial. Pero lo hace sin vergüenza. Con la cabeza bien alta por dirigir su trabajo más hacia los ojos y oídos que al lóbulo central del cerebro.

En esta segunda parte de Avatar conocemos a una nueva raza de Na’vi que, los Metkayina, por la adaptación genética al medio marítimo, tienen unos antebrazos que podrían ser remos, su cola es más robusta y su color de piel es más cercano al verde que el azul eléctrico al que estábamos acostumbrados. Esto, unido a que los hijos de Jake Sully tienen cinco dedos y no cuatro por su origen sintético-humano, provocará ciertas tiranteces en la convivencia. El elenco se refuerza con nombres como Kate Winslet, que interpreta a una líder de esta nueva raza Na’vi acuática. Los créditos así lo aseguran, aunque apenas se identifica a la actriz en su personaje más allá de la voz. Zoe Saldaña –junto con Sigourney Weaver– es, en cambio, una de las caras más reconocibles debajo del intrincado CGI que los convierte a todos en seres gigantes y azules a los ojos del espectador.

El sentido del agua se divide en dos partes muy claras: una que bebe del cine documental donde, gracias a la tecnología 3D y la imaginación, la sala entera bucea y conoce en primera persona asombrosas criaturas; la otra, un frenesí de acción y de artesanía digital que, en formato 3D, te hace brincar en la butaca. Es en esta última hora donde Cameron despliega la artillería pesada para simular por ordenador una trepidante y explosiva traca final que no permite ni pestañear. Con referencias a Alien, a Titanic y a Liberad a Willy escondidas a la vista de todos.

Si para los espectadores ha pasado mucho tiempo desde aquel estreno que revolucionó los cines, para los Na’vi también. El amor de Jake Sully y Neytiri, por quien abrazó la naturaleza Na’vi hasta hacerse uno de ellos, sigue tan fuerte como en la primera entrega. Tienen cinco hijos, tres biológicos y dos adoptados. Una de las adoptadas es Kiri, una adolescente interpretada por Sigourney Weaver que es hija del avatar de la doctora Grace Augustine, también Sigourney Weaver. Sí señores y señoras, a sus 73 años, Weaver se convierte en su propia hija adolescente alien gracias a la magia del cine y de Cameron. El otro adoptado es Miles ‘Spider’ Socorro, el hijo humano del beligerante coronel Miles Quaritch. Mientras Spider se convierte en una suerte de Tarzán, sustituyendo monos por Na’vi, su padre vuelve a ser el malo de la película, en esta ocasión convertido en avatar. Entre la dinámica familiar, las amenazas externas y su compleja, así como intensa, relación con la naturaleza, los protagonistas gestionan muchas emociones durante toda la película.

'Avatar: el sentido del agua', una película única en su especie

Entre adversidades, los cinco hermanos deberán reforzar sus vínculos familiares y sociales. Así como encontrar su propia identidad personal. Aunque todo eso pasará a la par que la pantalla se llena de animales y plantas espectaculares. Jake Sully y Neytiri deberán hacer frente a los que amenazan a su familia, en un camino que no estará exento de sufrimiento. Y Pandora deberá resistir, una vez más y no será la última, el embiste de la codicia y ambición del ser humano.

Avatar: el sentido del agua no cuenta una asombrosa historia inédita. Sus tramas han sido exploradas de todas las formas y colores posibles en el cine. No tiene personajes complejos ni giros de guion inesperados. Pero, a pesar de todo esto, es una película única en su especie que presenta, como nunca nadie lo había hecho, un universo nacido de código informático. Desde las montañas que desafían a la gravedad hasta los peces espada que surfean con su cola, todo ello con ese puerto de conexión que permite a los Na’vi, y al espectador por medio de ellos, intimar con la naturaleza de Pandora. Cameron ha creado un universo y lo muestra orgulloso.