Crítica de cine
'Broker': de delincuentes a familia improvisada
Hirokazu Koreeda (Un asunto de familia) dirige una muy recomendable cinta sobre la maternidad
El prolífico director japonés Hirokazu Koreeda dirige su primera película coreana, y lo hace volviendo a uno de los temas que mejor domina: las relaciones familiares. La verdad (2019) trataba de las relaciones madre-hija; Un asunto de familia (2018) hablaba de los lazos no biológicos dentro de una familia; Después de la tormenta (2016) se centraba en una familia rota que buscaba reencontrase, al igual que Milagro (2011); Nuestra hermana pequeña (2015) volvía a los vínculos no biológicos, lo mismo que De tal padre, tal hijo (2013); Still Walking (2008) indagaba en los secretos familiares y Nadie sabe (2004) profundizaba en las relaciones fraternas. Y suma y sigue. Koreeda es el mejor bardo oriental de la familia. Y su mirada positiva compensa el pesimismo del cine occidental sobre ese tema.
En Broker la protagonista es una joven, So-young, que, agobiada por sus terribles circunstancias y por su negro futuro, decide abandonar a su bebé en la puerta de una iglesia. El niño acaba en manos de un traficante de bebés, Sang-hyeon, que se dedica a venderlos ilegalmente a parejas que no pueden tener hijos y que, por alguna razón, no desean entrar en los cauces oficiales de adopción. Varias tramas policiacas van a ir rodeando a los dos personajes entre los que va a ir naciendo una singular relación en torno al bebé.
La película pone el foco en la maternidad y en un concepto original de familia. La maternidad, aunque presentada de forma problemática, lo hace de forma positiva, y So-young, a pesar de verse obligada a abandonar a su hijo, rechaza la cultura del aborto de forma contundente. Respecto a la familia, Koreeda muestra un modelo sin vínculos biológicos, como un núcleo humano de unidad en el afecto y mutua ayuda. Lo que empiezan siendo relaciones interesadas y tensas se acaban transformando en lazos de afecto y vínculos verdaderos.
La cantante surcoreana Ji-eun Lee interpreta magistralmente a So-young, una madre coraje que, sin embargo, se ve empujada a no ejercer su maternidad. Por su parte, Song Kang-ho encarna al traficante Sang-hyeon, un villano entrañable con vis cómica, en esa tesitura tan típica de los actores coreanos que son capaces de integrar lo ridículo con lo terrible en un solo personaje. Pero los secundarios son tan ricos en matices como los protagonistas. Las dos agentes de policía que investigan el tráfico de bebés, y que se van dejando cambiar por lo que sucede; Dong-soo, el cómplice de Sang-hyeon, que está marcado por su infancia huérfana; o el travieso Hae-jin (Seung-soo Im), un niño hiperactivo que se cuela en el grupo deseoso de establecer vínculos.
Todo este abanico de personajes va tejiendo una singular experiencia de familia, ya que en ellos nace paulatinamente una conciencia de responsabilidad de unos sobre otros. Delincuentes y policías se convierten en manos de Koreeda en seres humanos que se van purificando y dilatando su corazón. El final de la trama puede no convencer a todos, pero si se piensa despacio es un final realista, positivo pero no peliculero ni hollywoodiense. La puesta en escena es ágil, dinámica, y dosifica escenas duras con otras entrañables, escenas cómicas con algunas de gran calado dramático. Una película muy recomendable.