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Chicote y Álvarez, en la cocina del Magalia

Chicote y Álvarez, en la cocina del MagaliaLa Sexta

Pesadilla en la cocina

Chicote se enfrenta a un «negrero»: «Vete a reírte de otro que no sea yo»

El chef intenta rescatar del cierre un restaurante de Fuenlabrada, pero se topa con la resistencia de su propietario, un hostelero de la vieja guardia

«Esto va a pique», reflexiona Manuel Martínez, que se presenta como «director» de Magalia. Para entendernos, es el propietario de este restaurante, que abrió hace «24-25 años», pues ha pasado tanto tiempo que no sabe concretar cuánto fue exactamente. Como va a pique ha llamado al señor Lobo de la gastronomía patria. «Yo espero que Alberto Chicote me ayude. Porque los genios se juntan y tienen que colaborar. Él pone sus puntos, yo pongo los míos y podemos llegar a un consenso», piensa ufano Martínez.

El alto concepto que el «director» del Magalia tiene de sí mismo es inversamente proporcional al que tiene de sus empleados. «Me gustaría que fuesen profesionales… Más profesionales», clama sobre sus seis subordinados. Él es de la vieja guardia, y la nueva no le gusta nada. «No hay amor por la hostelería. No hay amor por el trabajo», proclama a los cuatro vientos, antes de contar una nueva batillita sobre aquellos gloriosos tiempos del gremio que tuvo la suerte de vivir.

Altanero y negrero

Si preguntas al otro lado de la barra, el cuento cambia. Javier, camarero, cree que su jefe no asume que tiene 70 años y ya no vale como cuando tenía 40 ó 50 años. Y después está lo de su carácter: «Tiene un genio que parece un ogro. Mucha gente que no viene a raíz de eso. Porque insulta a los camareros, les grita… Como si fuesen objetos». «Nos trata como a esclavos», lamenta.

Más opiniones sobre el personaje. Kevin, ayudante de cocina: «Es un poco altanero». Celedonia, jefa de cocina a la que no se le reconoce esa labor en la nómina: «Es muy negrero», dice del que lleva 21 años siendo su jefe. Lucas, camarero: «Es el campeón de los mentirosos».

Primer contacto

Chicote llega con su camisa de colores y, de entrada, Manuel Martínez, hostelero de la vieja guardia, choca con él.

El chef encuentra grasa en la cocina, pero allí donde no tendría que haberla. «Él se ha basado en que debajo de las freidoras hay grasa. Indudablemente… Debajo de las freidoras no va a haber cacahuetes», afirma el dueño del Magalia. Donde él ve limpieza, Chicote detecta «suciedad y mierda».

El cocinero madrileño mete más las narices y encuentra carne en mal estado.

Chicote: ¿Cómo huele esto?

Martínez: A solomillo.

Chicote: ¿A solomillo?

Martínez: ¿A solomillo?

Chicote: Tienes una jeta. Tienes una jeta.

Al lío.. ¡y vaya lío!

Después van al «lío», que es como el famoso chef denomina a los servicios. Ahí vuelven a chocar.

Chicote: ¿Los calamares van fritos?

Martínez: No, van en burra.

Chicote: Vete a reírte de otro que no sea yo.

El de Carabanchel le busca las cosquillas. Se saca de la manga a tres comensales muy especiales. Son antiguos empleados de Martínez, con los que éste acabó mal. Lo hacen pasar un mal rato.

Tampoco Chicote lo pasa bien. El propietario le manda callar varias veces en la cocina. Lo ha llamado para que le eche una mano, pero no quiero escuchar sus consejos.

Cambio de rumbo

Como siempre ocurre en Pesadilla en la cocina, el dueño entra en razón. Y acaba atendiendo los consejos del famoso chef. Así que el equipo de Chicote reforma el local y la carta. «Vamos a dar el 'do de pecho'», anuncia Martínez, poseído por el espíritu de aquel Caneda que presidió el Compostela. «Vamos a conquistar el barrio», se suma al coro Celedonia.

Pese a tan buena voluntad, el asunto no sale bien de entrada. Descontrol en las comandas. Martínez volviendo a sembrar el caos en las cocinas… Pero al final el servicio se endereza, el menú gusta y a Chicote le falta poco para salir a hombros. Ah, y a Celedonia la asciende Martínez a «jefa de cocina». Es decir, la asciende al puesto que ya tenía. Pero al menos tiene la delicadeza de pagarle como tal. Qué menos, Martínez, qué menos.

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