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The Quiet Girl se estrena en los cines este viernes 24 de febreroLa Aventura

Crítica de cine

'The Quiet Girl': el prodigio del cine irlandés nominado al Oscar

El excelente debut en la dirección de Colm Bairéad opta al Oscar a la mejor película internacional

Ambientado en 1981, el argumento de The Quiet Girl se sitúa en una aldea irlandesa. Cáit (Catherine Clinch) es una niña que vive –o sobrevive– en medio de una familia numerosa, con escasos recursos económicos y con un padre mal encarado que es incapaz de sacar la familia adelante. La madre está embarazada de nuevo y ella y su marido deciden enviar a Cáit una temporada a casa de unos parientes que viven junto al mar: Eibhlín (Carrie Crowley) y su marido Séan (Andrew Bennett). Así que, de la noche a la mañana y sin mucho preámbulo, la niña se ve separada de su familia y viviendo con un matrimonio algo mayor al que no conoce y que regenta una granja con ganado. Cáit y sus temporales padres de acogida tendrán que hacer un camino -nada automático- de conocerse, aceptarse y vincularse mutuamente, pero en ese camino se esconde un secreto que dificultará seriamente las cosas.

Con esta historia, basada en la novela Foster (2010) de la escritora irlandesa Claire Keegan, debuta en la dirección Colm Bairéad. Rodada en gaélico, Bairéad pone el listón muy alto para empezar su carrera cinematográfica. Lo que aparenta ser una historia sencilla y lineal, es en realidad mucho más que eso. En la película hay pocas palabras pero se dicen muchas cosas y hay diversas capas. La cinta trata de la naturaleza de la familia, del amor conyugal, de la fuerza intangible de los secretos, de los vínculos, de la resiliencia, de la pureza infantil… y lo consigue a base de silencios, miradas, gestos, acciones. Sin discursos ni reflexiones autocomplacientes. Para lograrlo Bairéad cuenta con la complicidad decisiva de Catherine Clinch, la actriz de doce años que debuta también con su papel de Cáit. Realmente esta niña es un prodigio cinematográfico que ha llegado a absorber la película hasta convertirse ella en la película misma. Los demás personajes van a girar en torno a su presencia como satélites que reciben de ella su luz.

La fuerza y genialidad de esta película no está en la temática que, lejos de ser original, se ha tratado muchas veces en el cine contemporáneo. Su grandeza reside en la perspectiva moral del director, que ha optado por dirigir a la historia una mirada alejada de lo que viene siendo habitual en el cine dramático. Si últimamente las películas subrayan los elementos más sórdidos y destructivos del drama que se cuenta, Colm Bairéad da protagonismo a la dimensión más humana y luminosa de los personajes. No censura ni esconde su mal y su dolor, pero los sumerge en la pureza y bondad que habitan en ellos. Por ello, a pesar de lo agridulce del argumento, la película reconforta al espectador.

Así pues, estamos ante una sorprendente ópera prima que sugiere una muy prometedora carrera, tanto para el director como para la actriz. Una opera prima que destila autenticidad y verdad, y que confirma lo que ya sabemos: que no es el dinero, la tecnología y el marketing lo que hacen buena una película, sino la mirada inteligente y profunda de un director que sabe ver lo que merece la pena ser visto.