Fundado en 1910

Marlene Dietrich

Historias de película

Racista, promiscua y carente de humanidad: la terrible Marlene Dietrich, a ojos de su propia hija

Un relato sobre cómo era la famosa actriz alemana que conquistó Hollywood entre vicios y amantes, a través de su hija que sufrió en sus carnes la «falta de humanidad» y los excesos de su madre

La actriz Marlene Dietrich nunca gozó de buena fama y siempre encarnó la definición gráfica de lo que se bautizó como «femme fatale». Su propia hija, Maria Riva, describió así a Dietrich en las memorias que escribió sobre su madre. Según el relato de Riva, su madre hizo todo lo posible en su vida para suprimir cualquier atisbo de humanidad y bondad común. Nunca mantuvo actitudes cálidas. Nunca se reía y encontraba en sus gélidas miradas cierto poder. Racista, antisemita, promiscua... son solo algunos de los apelativos que dedican los que la conocían a Dietrich.

«Mi madre era como la realeza. Cuando ella hablaba, la gente escuchaba. Cuando se movía, la gente miraba. Nunca hizo cola ni una sola vez, ni siquiera en el control de pasaportes, y siempre se sorprendía al ver a personas normales en lugares llenos de gente como aeropuertos o vestíbulos de hoteles, de lo feas que eran», es una de las descripciones que la hija de la famosa actriz dedica a su madre en las memorias. Dietrich era, a ojos de su hija y de otros testimonios, tan terriblemente egoísta que «rara vez hablaba con nadie», puesto que eso habría significado cierto interés en la opinión de otra persona.

Marlene Dietrich, 1937GTRES

A pesar de la terrible imagen que Riva proyecta de su madre, también sabe apreciar que esa personalidad –tan dañina en lo humano– le convirtió en la estrella de cine que era: «La mirada reluciente, el cuerpo increíble, la mirada hipnótica debajo de esos famosos párpados caídos» fueron su máximo exponente frente a las cámaras en películas como El ángel azul, Shanghai Express o El diablo era mujer.

Eterna inspiradora de imitadores, Dietrich nació en 1901 en Berlín. Hija de un oficial prusiano, Louis Erich Otto Dietrich, que murió asesinado en el frente oriental durante la Primera Guerra Mundial. Su madre, Josephine, era también –dice Riva en su libro– "una mujer fría, fija en sus costumbres, dada a mandatos, dictámenes'. Dietrich se formó en la Academia de Actuación Max Reinhardt instalada en la firme decisión de llegar a ser una famosa actriz de teatro. Para lo que no dudo en enseñar sus largas piernas sobre el escenario de teatros y cabarets.

Pero el sueño de Dietrich de convertirse en actriz siempre estuvo unido a las críticas de su madre, que consideraba a todos los trabajadores del mundo del espectáculo una panda de «ladrones indolentes que tocaban panderetas». A los 22 años, Marlene se casó con el asistente del director Rudolf Sieber en 1923. Rudi, como le llamaba su círculo cercano, pasó inmediatamente a segundo plano. Durante su matrimonio toleró los escarceos de su mujer, que su mujer no se molestaba en esconder demasiado, llegando a recoger las cartas de amor que ella recibía de sus amantes.

Nunca se divorciaron y Rudi terminó exiliado en un rancho de pollos en el Valle de San Fernando. Él también tuvo una amante, Tamara Matul, a la que obligaron a abortar en varias ocasiones para «asegurar que ningún escándalo mancillara la pureza del matrimonio de mi madre», dice Riva en las memorias. La frialdad de Dietrich era tal que tras un intento de suicidio por parte de Tamara, culpó a la propia amante de su marido de su intento de morir.

Marlene Dietrich

Dietrich siempre fue el epítome de una promiscuidad que floreció en la depravación absoluta de lo más sórdido del mundo del espectáculo. Al final, puede que su madre tuviera razón en lo que a su hija y el mundo del espectáculo se refería.

A pesar de su amplio curriculum amatorio, Dietrich tenía una gran fobia que marcaba su día a día: un miedo atroz a los gérmenes. Ella misma se encargaba de fregar los lavabos y fregaderos con potentes productos químicos.

Aunque se convirtió en norteamericana en 1939, los modales de Dietrich siempre tuvieron mucho de nazi. Era terriblemente racista y solo le gustaba el color negro «en la ropa». A modo de anécdota, cuando estuvo ingresada en el hospital se negó a que la atendieran enfermeras negras. No escondía su racismo, de la misma forma que no dudaba en realizar afirmaciones antisemitas: «'Renuncié a mi país por ellos, ¿y ahora qué obtengo? Las tiendas cierran por Yom Kippur», declaró en una ocasión.

Durante la II Guerra Mundial, Dietrich entretuvo a las tropas estadounidenses en el más amplio sentido de la palabra entretener, dando rienda suelta a su promiscuidad con distintos soldados.

En 1953, alejada del cine, Dietrich comenzó a cantar en clubes nocturnos. Mientras disimulaba sobre el escenario, detrás del telón su salud se deterioraba a pasos agigantados. Además, sus vicios no ayudaron en nada: el tabaquismo le provocó arterioesclerosis avanzada que la dejó lisiada tras varias caídas y su alcoholismo y dependencia de los analgésicos empeoraron los síntomas.

Pero todo esto se supo a posteriori, Dietrich se encargó de que nadie conociera su maltrecho estado de salud hasta su muerte: «No se debe permitir que ningún defecto humano estropee la perfección», dejó escrito su hija en referencia a su tapadera. Marlene falleció a los 90 años, en 1992, reducida a una décima parte de lo que su figura imponente fue un día: «Exudando olor a alcohol y podredumbre», escribe con rencor su hija en las memorias de la que un día fue una gran estrella de Hollywood.