Crítica de series
El último canibalismo de los Roy
HBO Max acaba de estrenar la temporada final de Succession, una de las mejores series de los últimos años
En una escena del episodio que abre esta cuarta temporada, el patriarca Logan Roy comenta con su yerno Tom Wangsbans las últimas maniobras del mercado y sentencia con desdén: «Salvajes. Se comen a los suyos». Esta frase marmolada, declamada con la inimitable gravitas que imprime Brian Cox, podría servir como síntesis de Succession. Estamos ante un drama familiar exuberante, que lleva tres estupendos años declinando palabras antiguas –shakespearianas, según el cliché crítico– como traición, pertenencia, ambición o perfidia. Devoran a los suyos porque ni siquiera tienen claro quiénes son unos y otros: hay demasiado dinero, orgullo y complejos de infancia en juego como para dirimir con claridad el alcance y compromiso de los lazos de sangre.
La deliciosa novedad de Succession era lograr hacer de los yates de lujo y los jets privados un ring frenético, donde las bofetadas verbales y los navajazos desleales vestían Tom Ford, desayunaban beluga y discutían escuchando las burbujas del Moët Chandon. Sin ir más lejos: en el 4.1. (The Munsters) hay una escena donde los Roy, en medio de una tensa negociación de conversaciones cruzadas, trajinan miles de millones dólares como quien mueve calderilla entre sus bolsillos. Ahí es donde Jesse Armstrong, el creador, ha sabido encontrar una autenticidad que concita en el espectador una mezcla de envidia y compasión. Porque sí, al levantar las alfombras de megalujo uno encuentra la misma mierda: la debilidad humana, el pecado, la ingratitud. Los ricos facturan, sí, pero también lloran. Y gritan. Y mienten. Y entran en cólera. Y bromean. El mismo barro con diferente billetera.
Escrita con finura, elegante en la puesta en escena, soberbia en las actuaciones, atenta al detalle, tan divertida como demoledora, Succession emboca su último acto. Los muy cafeteros lamentarán la pérdida prematura, pero no hay duda de que anunciar el punto final es un movimiento muy astuto. En una serie que ha mantenido un nivel medio excelente, hasta el punto de que la crítica siempre la cita como digna heredera de las joyas de la edad dorada de HBO (Los Soprano, The Wire, Six Feet Under), la tercera temporada exhibió muestras de cansancio narrativo. Continuaba resultando salvajemente entretenida, pero las alianzas y felonías entre hermanos que se enfrentan al padre y a otros allegados, como si la familia Roy fuera una gran pista de coches de choque, empezaba a sentirse como una estructura repetida. Así que, en lugar de marear la perdiz y estirar la trama con más tandas de maquinaciones que reubicaran las piezas del tablero, los creadores han decidido coger el toro por los cuernos y afrontar la despedida antes que convertir a sus criaturas en personajes gastados. ¡Un hurra por ubicar la consistencia dramática por encima de la rentabilidad inmediata!
Más allá de la eficacia artística, esta decisión terminal añade a esta temporada la excitación del grumete que atisba tierra. El espectador sabe que las artimañas de Kendall para extinguir al gran dinosaurio serán agónicas porque no hay vuelta atrás, que la posible debilidad paterna de Romulus puede acabar mojando la pólvora de todo el contraataque, que el factor Connor es el as bajo la manga que los guionistas aún no han desplegado a conciencia, que el hilarante Greg (su subtrama en el capítulo que HBO Max ha estrenado en la madrugada del domingo 26 al lunes 27 de marzo es genial) aún es capaz de hacer estallar todo como el Peter Sellers al inicio de El guateque o que, ay, los rescoldos de Shiv y Tom quizá revoloteen cuando los titanes anden pujando a cara de perro con un magnate nórdico.
Esas brasas emocionales son precisamente las que convierten la clausura de Succession en imprevisible. Claro que ha habido entre los Roy escupitajos verbales, frialdades incomprensibles, abusos de poder, jugarretas financieras y puñales familiares. Sí. Pero también ha habido amor y familia, perdón e hijos pródigos, vaciles y camaradería. En Succession lo profesional es indistinguible de lo personal, el trauma del negocio y la dinastía de la cuenta de resultados. Por eso, el espectador anda preparado para despedirse de esta montaña rusa donde, antes de devorar a tu hermano o a tu padre, has de mirarle a los ojos y recordar que, pese a todo, siempre será sangre de tu sangre. Y eso, eso puede cambiarlo todo antes de la dentellada.