Crítica de cine
'El imperio de la luz': un romance atravesado de amor al cine
Sam Mendes dirige esta película con Olivia Colman y Colin Firth que aborda el trastorno bipolar
Sam Mendes es un brillante director y dramaturgo británico que siempre ha indagado en las oscuridades del ser humano, a veces con un horizonte esperanzado. Recordemos títulos como American Beauty (1999), Camino a la perdición (2002), Jarhead (2005), Revolutionary Road (2008) o 1917 (2019) entre otros. La dureza de sus cintas de género dramático se suaviza un poco en El imperio de la luz, más amable y también más comercial. Y en esta ocasión toca un tema nuevo para él: el trastorno bipolar. Además, se basa en experiencias vividas por su propia madre, la escritora Valerie Helene Mendes, que padecía dicha enfermedad.
Estamos en 1980. La protagonista es Hilary (Olivia Colman), que trabaja como subgerente en el cine Empire Cinema, que ocupa un gran edificio de una ciudad costera del sur de Inglaterra. Ella lleva en silencio su enfermedad mental, que en el pasado ya le supuso un ingreso hospitalario. Ahora se siente mejor y empieza a descuidar su tratamiento de litio, con el riesgo evidente de una recaída. Hilary se siente en deuda con el gerente del cine, el Sr. Ellis (Colin Firth), y se somete resignadamente a sus caprichos sexuales. La sórdida rutina en la que vive Hilary parece iluminarse cuando hace su aparición un nuevo empleado del cine, el joven Stephen (Micheal Ward), que se dirige a ella lleno de afecto y simpatía.
La película se mueve entre cuatro corrientes distintas. Por un lado, está el inteligente tratamiento del trastorno bipolar, que demuestra que Mendes sabe de lo que habla. En segundo lugar, encontramos la trama romántica, eje dramático del filme. Por otra parte, un sentido homenaje al cine tradicional, con la magia de sus salas que proyectan películas de celuloide. Aunque no está a la altura de Cinema Paradiso, Un segundo o Los Fabelman, se nota el gran amor de Mendes por ese mundo casi periclitado. En realidad, el cine Empire –con sus salas y recovecos– es un personaje más de la película. Por último, la película ofrece un punto de vista crítico sobre la época Thatcher y el renacer de los movimientos ultranacionalistas y xenófobos, ya que Stephen sufre varios ataques por su condición racial. Tampoco falta el reproche a la cultura del abuso de poder, que encarna el vicioso y adúltero Sr. Ellis.
El guion cuenta con magníficos secundarios entre los trabajadores del cine, entre los que destaca el singular proyeccionista Norman (Toby Jones). El imperio de la luz, haciendo honor a su nombre, está envuelta en una magnífica fotografía de Roger Deakins que le valió la nominación al Oscar. Entre los defectos del filme destaca una cierta sensación deslavazada e irregular, una pérdida de pulso y de ritmo en ciertos momentos. Sin embargo, estamos ante un largometraje valioso, que nos habla de dos perdedores –una enferma mental y una víctima racial– que consiguen que entre ellos nazca una luz donde solo hay oscuridad.