Crítica de cine
'Fatum': un thriller que encoge el corazón
Juan Galiñanes firma un potente debut como director de largometrajes con esta combinación de thriller y drama
El gallego Juan Galiñanes debuta en la dirección de largometrajes de imagen real –antes había dirigido un filme de animación– con una historia potente y muy bien llevada. Aunque se trata de una película coral, el núcleo lo constituye un duelo moral entre dos personajes. Sergio (Luis Tosar) es un padre de familia a punto de romper su matrimonio a causa de su ludopatía. Pablo (Alex García) es un francotirador de los GEO, angustiado porque su hijo, ingresado en un hospital, necesita un trasplante urgente de corazón. Sus vidas se van a cruzar fatídicamente el día que unos atracadores a mano armada irrumpen en una casa de apuestas en la que se encuentra indebidamente Sergio con sus dos hijos. Una serie de fatales casualidades (fatum) van a llevar a los dos hombres al límite de su conciencia moral. Los principales secundarios son la mujer de Sergio, Lidia (María Luisa Mayol), llena de resentimiento hacia su marido; Marta (Pepa García), la mujer de Pablo, que trata de ser buena madre y esposa; y Costa (Elena Anaya), la jefa de Pablo, que intenta protegerle. Entre todos tejen un conflicto humano denso y de envergadura, sobre la base de un muy trabajado guion.
La película marida espléndidamente el thriller con el drama de alto voltaje, y a pesar de que el guion pueda parecer rebuscado por todas sus conexiones y trenzados improbables, lo cierto es que la puesta en escena lima esos posibles escollos y hace funcionar el filme a la perfección. Aunque hay muchos personajes en juego, están suficientemente desarrollados como para hacerlos creíbles como seres humanos. Por otra parte, el ritmo propio del thriller, subyugador, no impide que se filtren eficazmente los dramas morales de los personajes, que suponen la verdadera columna vertebral de Fatum. Se nota que Galiñanes, montador antes que director, y curtido en el mundo de las series televisivas, maneja muy bien el sentido y el pulso del montaje. En este caso, la montadora gallega Lu Rodríguez pone el broche de oro al excelente tempo del filme.
La película pone sobre la mesa muchas cuestiones de interés: si el fin justifica los medios, hasta dónde llega el peso de la culpa, qué se puede o debe llegar a hacer por un hijo, y las dudas sobre qué es lo correcto en cada circunstancia. El guion de Galiñanes y Alberto Marini huye de maniqueísmos y trata de no juzgar a sus personajes, invitando continuamente al espectador a tomar posición.
Más allá de lo ya expuesto hay algunos pilares más que sostienen el filme. Uno de ellos es, sin duda, la interpretación de unos actores de primer nivel, apuntalados por unos magníficos secundarios. Otro es la música del también gallego Manuel Riveiro, muy escasa en presencia, pero muy oportuna en las escenas más intensas; y, por supuesto la fotografía fría del iluminador habitual de Rodrigo Sorogoyen, el madrileño Alejandro de Pablo. Resultado: una buena y sólida película, que deberá estar entre las favoritas de los Premios Goya 2023.