Cine
Por qué 'Vértigo' sigue siendo una de las mejores películas del cine 65 años después de su estreno
La joya incomprendida de Hitchcock ha ganado adeptos conforme sumaba años en el calendario
Pese a que hay películas que, a día de hoy, son consideradas por los altos cargos del cine como clásicas, en su época no fueron del todo aplaudidas. Algunas tardaron años o incluso décadas en hacerse con un hueco en el imaginario popular –Qué bello es vivir, por ejemplo, fue un auténtico fracaso hasta que apareció en la televisión cada Navidad–. Otras, en cambio, ascienden desde su estreno a ese elitista olimpo de Dioses relegado a unas pocas elegidas como Ciudadano Kane.
Entre unas y otras, podríamos situar Vértigo, cuyo viaje ha sido diferente a cualquier otra película en el cine clásico. Tras su lanzamiento, la película de Alfred Hitchcock recibió críticas mixtas y apenas alcanzó en su recaudación los costes de rodaje, siendo un relativo fracaso para el ya apodado maestro del suspense.
El público no quedó impresionado ni con el guion –la historia les pareció poco convincente y descabellada– ni con que el personaje de James Stewart les provocase sensaciones ambiguas. La Academia, en cambio, le dio cierto equilibrio al otorgarle dos nominaciones a los Oscar –menores, eso sí: diseño de producción y mezcla de sonido– que, en la actualidad, nos saben a poco. El Festival de Cine de San Sebastián, por su parte, quiso que Hitchcock se llevase la Concha de Plata y, poco a poco, el thriller de 1958 fue floreciendo a medida que llegaba a nuevas generaciones de amantes de cine.
Ahora, la que ha sido calificada como joya incomprendida de Hitchcock cumple 65 años, esa edad en la que tradicionalmente uno toma la decisión de jubilarse. Al llegar a ella, muchos optan por seguir trabajando. Otros, en cambio, ven desde un prisma de nostalgia sus logros pasados, admirando en silencio su trabajo y anhelando un regreso por todo lo alto como la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses.
Una vez más, a medio camino entre unos y otros, podríamos situar este filme. Si el cine fuera un ser vivo, sólo unos pocos elegidos tendrían el prestigio y la atemporalidad para seguir 'trabajando' hasta bien entrada la séptima década y seguir sorprendiendo en cada visionado. En 2012, de hecho, fue elegida como la mejor película de la historia del cine, destronando así a la que había ocupado el puesto desde 1962: la mítica Ciudadano Kane de Orson Welles.
Parte de su problema –por decirlo de algún modo– no tiene que ver con lo que es Vértigo, sino con lo que no es. No es La ventana indiscreta ni Con la muerte en los talones, Los pájaros, Psicosis, Extraños en el tren o cualquiera de los entretenimientos diabólicamente bien construidos de Hitchcock. Y ahí está su genialidad.
De hecho, es con seguridad la más 'extrañamente normal' de sus películas. Si la radical estructura de Psicosis –al matar a su personaje principal a mitad de metraje– ya supuso un vuelco en los espectadores, la narrativa desgarbada y anárquicamente calibrada de Vértigo la convirtió en un desafío para las audiencias. Principalmente, porque el gran truco con el que juega el director en ella es presentar varias películas diferentes en una.
No es –y a la vez sí– una historia de fantasmas. Es al mismo tiempo un misterio con asesinato de por medio, una tragedia personal y un drama sobre un hombre tan enamorado de la mujer que tiene en su cabeza que no puede distinguir a la que coge en sus brazos.
La historia que utiliza para ello la conocemos de sobra: John Scottie Ferguson (James Stewart) es un detective de policía con miedo a las alturas que es contratado para seguir por San Francisco a la mujer de un viejo amigo, Madeleine Elster (Kim Novak), aparentemente suicida y poseída por el espíritu de su antepasado. Scottie es incapaz de evitar caer perdidamente enamorado de ella y de intervenir cuando se arroja desde lo alto de un campanario.
Un año más tarde y todavía afligido, Scottie conoce a Judy Barton y se obsesiona con transformarla a imagen y semejanza de Madeleine. Bien conocida es la súplica de Barton: «Si dejo que me cambies, ¿será suficiente? Si hago lo que me dices, ¿me amarás?». En una de las líneas más desgarradoras del cine, Hitchcock subraya la incómoda comprensión de que Scottie no es sólo el héroe de la película, ni es sólo la víctima. También es el victimario. En ese viaje traumático es egoísta, narcisista y manifiesta sus problemas internos en todo lo que le rodea (la espiral del moño de Madeline, las escaleras del campanario...) mientras intenta superar su propia crisis de identidad.
Más allá de su resolución final –que no detallaremos por si hay algún rezagado que no la ha visto–, Hitchcock nos hace ver que todos son peones involuntarios de una espiral que no deja de girar; como identidades abocadas a su propio precipicio personal.
Entendemos, entonces, que estar desconcertado por su método, su mensaje, su fotografía y sus colores –se necesitaría otro artículo para hablar del significado de cada uno de ellos– siempre fue parte del plan, como si nos estuviera retando a aprender a mirar su propia realidad. Con razón el crítico Slavoj Žižek dijo de ella: «Va sobre dos personas que han quedado atrapadas en su propio juego de apariencias».