'La Sirenita' o cómo surcar los mares de la nostalgia sin hundirse

Cada vez que Disney decide rehacer uno de sus queridos clásicos, un coro de escépticos no duda en alzar la voz para preguntarse: ¿por qué? Al menos la mitad de sus versiones recientes han sido colosalmente decepcionantes para la audiencia, convirtiendo las piedras angulares de la infancia colectiva en ciertos desencantos que amenazan empañar los recuerdos de la original.

Pese a ello, la nostalgia compensa y gana con creces a la posible desilusión para que estos cuentos de hadas se adapten en liveaction a las audiencias contemporáneas. El flashback a La Sirenita parece más que justificado por su importancia para el estudio. Ariel no es un simple dibujo animado más, sino el que marcó el renacimiento de su animación en los años noventa, dando lugar a una serie de éxitos como Aladdin, El Rey León, La bella y la Bestia o Pocahontas.

El principal peligro al que se enfrentaba la versión actual era la de ahogarse en un déjà vu constante. ¿Hasta qué punto es justificable que un remake se parezca plano por plano a su original? Independientemente de su opinión, el término medio nunca será suficiente para todos. Habrá quien desee ver hasta el más mínimo detalle representado, mientras otros esperan una revisión que les aporte alguno nuevo, diferente y digno de su predecesora.

Por suerte para ambos, Rob Marshall, artífice de musicales como Chicago o Into the Woods, consigue cierto equilibrio en ese tira y afloja para homenajearla sin caer en la réplica simple. El marketing en torno a la película te haría creer que es una revisión audaz que prioriza un esquema moderno, moral e, incluso, feminista. Sin embargo, Marshall no reinventa tanto como parece. Se apega a la historia para mantener la pureza de su espíritu, pero entiende cuándo omitir o incluir cambios sutiles. Bombardea con imágenes y guiños similares –o prácticamente idénticos–, pero los adapta a las sensibilidades de nuestro tiempo con cierta inteligencia.

Bañar el metraje con aire caribeño, dar un bagaje personal al Príncipe Eric para ser algo más que el objeto de deseo de la sirena u otorgarle una motivación a Úrsula más allá de la malicia innata proporciona un doble fondo del que carecen sus originales. Claro que esto sucede gracias a que las interpretaciones de Jonah Hauer-King y Melissa McCarthy cumplen con lo que exigen. A ambos ya les habíamos visto antes. A él, en la versión de la BBC de Mujercitas interpretando a Laurie, y a ella, con su papel estelar de Sookie en Las chicas Gilmore.

Ahora, afrontan un nuevo registro con números musicales bastante notables, aunque mucho más en inglés que en su versión doblada. Si Pobres almas en desgracia ya era un clásico de Alan Menken, la innovación de Aguas indomables es digno de competir con el resto de números musicales de la película. Con permiso, eso sí, de Bésala y Bajo el mar, cuya espectacularidad efectista funciona a la perfección.

De hecho, de las tres nuevas apuestas de Menken con letras de Lin Manuel-Miranda, la dimensión sonora de la de Eric es la única que logra mantenerse a flote. Sin palabras, por el contrario, con el innecesario rap y melodía de ascensor de cierta gaviota animada.

Lo mismo sucede con el Tritón de Javier Bardem, ese rey «republicano» que no sostiene con demasiada agudeza la corona. También con las hermanas de Ariel, que no van más allá de lo anecdótico, y con Sebastián, Flounder y Scuttle, un trío cómico que intenta despuntar a lo largo de las dos horas y cuarto de metraje sin demasiado éxito.

Quizás, en parte, porque la esencia de la versión animada queda entorpecida al antropomorfizarla por ordenador. Una desafortunada decisión que baila entre ciertos momentos de calidad inerte bastante endeble y otros donde la tecnología CGI es capaz de transmitir la grandeza del reino submarino, así como la inquietud aventurera de Ariel.

Es ella, en realidad, la que les salva de un posible naufragio. Su familiaridad en Parte de él nada de forma teatral por la pantalla en una experiencia casi interactiva, rogando aplausos espontáneos por la interpretación de Halle Bailey. Irónico, por otra parte, que su elección generase tanta controversia mientras su director defendía que un personaje ficticio no le pertenece a nadie. Si Hans Christian Andersen la imaginó nórdica y con el pelo rubio, y Disney, pelirroja para desmarcarse de la sirena de Daryl Hannah en 1,2,3… Splash, la versión de Bailey nos reconcilia con los estigmas y mantiene la suspicacia y valentía de esa joven alimentada por una curiosidad sin límites.

Similar en su viaje, la Ariel de Bailey resulta entrañable, honesta y consistente, una dinámica que también comparte con Eric. Afortunadamente, sus respectivos carismas permiten que la sensación final sea muy positiva olvidando, por un lado, esas partes que menos convencen y siendo capaz, por otro, de defender sin miedo esa voz nostálgica que intenta convertirse en propia.