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Leo Harlem protagoniza Como Dios manda, que se estrena este viernes en los cinesAtresmedia Cine

Crítica de cine

'Como Dios manda': una oportunidad perdida al servicio de la corrección política

Leo Harlem interpreta en esta comedia a un hombre de ideas tradicionales que entra a trabajar en la Delegación de Igualdad de Málaga

Andrés Cuadrado (Leo Harlem) es un minucioso inspector de Hacienda de ideas tradicionales. Está separado y tiene una hija. Debido a las quejas de una compañera de trabajo y de algunos contribuyentes que se han sentido tratados mal por este funcionario, es destinado temporalmente a la Delegación de Igualdad, Conciliación y Políticas Sociales de Málaga. Allí Andrés entra como un elefante en una cacharrería, pero poco a poco irá modificando sus hábitos y su forma de pensar.

Cuando la comedia española tira de tópicos para construir los personajes y sus tramas, frecuentemente derrapa y se queda tirada en la cuneta. En el caso de Como Dios manda, la guionista Marta Sánchez tenía los ingredientes para haber hecho una película inteligente, que reconciliara posiciones antagónicas en la dinámica del encuentro, pero ha optado por una dialéctica en la que hay un vencedor y un vencido. Todo para mayor gloria de la siempre rentable corrección política. A fin de cuentas, esta guionista se ha curtido en series que han tirado de tópicos y estereotipos, como Los Quién (2011) o Allí abajo (2015), y en comedias de fórmula como Hasta que la boda nos separe (2020) o Todos lo hacen (2022).

En la película que nos ocupa, dirigida por la debutante en el largo Paz Jiménez, la tensión dramática se organiza entre dos polos ideológicos. De un lado, la mentalidad conservadora y retrógrada; de otro, la postura abierta y desprejuiciada de la posmodernidad. No cabe mayor simplismo esquemático. El personaje que representa la mentalidad pasada de moda es ¡cómo no! católico, antidivorcista, machista, racista, homófobo, cuadriculado, inflexible… y funcionario de Hacienda. Frente a él está el resto del mundo: su mujer que quiere el divorcio, su hijo transgénero, y todos sus compañeros de su nuevo destino laboral: la Delegación de Igualdad.

Por un lado la película ofrece una cierta parodia de algunos rasgos de nuestra sociedad: el lenguaje inclusivo, los open spaces laborales, las tecnologías del teletrabajo… y encontramos algunas secuencias divertidas con gags eficaces (aunque la caricatura que se ofrece del sacerdote y de la eucaristía es burda y de trazo grueso, y provoca vergüenza ajena). Pero poco a poco se va revelando una intención muy militante en lo que es la propuesta nuclear del filme: la ideología de género, con un final festivo-hollywoodiense de orgullo gay.

El asunto dramático central, que es la aceptación o rechazo de Cuadrado del cambio de sexo de su hija, podía haber sido el eje de una película que mostrara cómo la acogida y el abrazo al otro no tiene por qué implicar una renuncia a las propias convicciones. Sin embargo, lo que hace finalmente Cuadrado es abandonar sus principios y sucumbir a los encantos del «todo vale».

En definitiva, estamos ante una película que contaba con buenos elementos para ofrecer una comedia inteligente y de cierta hondura, pero que se queda en la superficie de los prejuicios y de los lugares comunes, y de esa forma molestar solo a los que nunca importa que sean molestados.