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'Black Mirror' expande su horizonte
La serie antología de Netflix regresa, tras cuatro años de parón, abrazando el terror y el true crime
El éxito de Black Mirror (casi) siempre se ha sustentado sobre dos elementos: una premisa tecnológica de inquietante anticipación y un giro de guión en el último cuarto del episodio que obligaba a recalibrar todo lo visto. En dos palabras: futurismo y sorpresa. Del ingenio con el que se cocinaban ambas han surgido sus platos más sabrosos: Be Right Back (2x1), Nosedive (3x1), o USS Callister (4x1), por citar un trío rumbero en temas y estéticas.
Sin embargo, la gran novedad de esta sexta temporada atañe a la escasez del primer concepto: solo dos de los cinco episodios entroncan con la ciencia-ficción. En su lugar, y sin necesidad de gadgets ni simulaciones, este año encontramos el terror paródico, la reflexión amarillista y el reciclaje del true crime; episodios que temáticamente podrían engrosar sin problema la nómina de otras antologías como The Twilight Zone o Into the Dark.
Ojo: esta digresión temática en Black Mirror no es nueva, ni mucho menos. En la primera línea de esta reseña que usted está leyendo emergía un «casi» entre paréntesis: era para recordar que la primera bofetada de Black Mirror fue la de aquella animalada de chantaje presidencial: «gozar» a un cerdo para salvar a la heredera al trono en The National Anthem (1x1). Aquella reflexión sobre las redes sociales y el cotilleo mediático evadía el sci-fi para centrarse en el comentario social en este mundo saturado de pantallas y mirillas electrónicas. Por tanto, la diferencia en esta sexta temporada es de cantidad: que más de la mitad de los episodios escapen de la ficción especulativa… y que dos de ellos se adentren sin complejos en el ámbito de lo sobrenatural.
Si tras cuatro años de parón el gamberro de Charlie Brooker ha encarado el cansancio de la fórmula, es lógico que la tanda se abra con una divertida y ambigua crítica a las propias plataformas de streaming, al propio Netflix para ser más precisos. Es un clásico que cuando las ideas artísticas flaquean, la metaficción entre en el juego, y aquí lo hace con brillantez y risas.
Todas estas prevenciones no implican que la sexta temporada de Black Mirror sea un fracaso, ni mucho menos. Simplemente constatan tanto las limitaciones de un producto que nació hace ya doce años, como su afán por explorar nuevos caminos narrativos. Entre tanto, sigue la sensación de que, desde que desembarcó en Netflix, hay episodios a los que se les alarga el metraje innecesariamente (Demon 79, «Beyond the Sea») y otros que pierden pie con su último giro («Mazey Day»).
Es el talón de Aquiles del formato antología: la desigualdad. Al tratarse de episodios narrativamente independientes, donde –más allá de los easter eggs para los más cafeteros– cada capítulo propone nueva historia y personajes, Black Mirror combina la cal y la arena en proporciones siempre variables.