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El zorro ya se ha estrenado en los cines

El zorro ya se ha estrenado en los cinesKarma Films

Crítica de cine

'El zorro': no sin mi padre

Esta conmovedora metáfora sobre el vínculo paternofilial es una pequeña joya

Esta película del austriaco Adrian Goiginger es un excelente ejemplo de cómo el cine es capaz de contar a través de imágenes los procesos más íntimos y secretos del alma humana. En este caso, además, al tratarse de la vida del bisabuelo del cineasta, se nota con qué sensibilidad y reverencia ha sido rodada. A partir de una anécdota tierna pero intrascendente –un soldado que cuida en secreto a un zorrito durante la Segunda Guerra Mundial–, Goiginger levanta una metáfora magnífica y conmovedora sobre el vínculo paternofilial. El comienzo del filme recuerda al de Ciudadano Kane, de Orson Welles: unos padres pobres se ven obligados a ceder la tutela de su hijo ante la imposibilidad real de mantenerle. El pequeño Franz (Maximilian Reinwald), que admira y quiere a su sobrio y distante padre, se rebela ante lo que él interpreta como un gratuito e incomprensible abandono. Esta separación injusta de su familia se convierte para Franz en un trauma que solo podrá superar con la ayuda de su zorro.

La mayor parte del argumento se centra en un Franz adulto (Simon Morzé), incorporado al ejército austriaco que lucha al servicio de Hitler en la recién comenzada contienda. Es en ese momento cuando Franz encuentra en un bosque a un zorrito desvalido tras la muerte de su madre en una trampa. Inevitablemente se identifica con él, lo convierte en su alter ego, y decide cuidarlo incondicionalmente, al contrario de lo que él cree que hicieron sus padres con él. Pero lo que Franz no sabe es que esa identificación será más adelante lo que le permita comprender aquello que su padre hizo por él, para su bien, y que el pequeño Franz no supo entender y lo interpretó como una traición.

Por tanto, no hay que entender la película como una bella historia de un hombre con su mascota, sino como la revelación de un intenso vínculo paternofilial, y la trama del zorro no es más que un catalizador de dicho proceso revelador.

La puesta en escena de Goiginger es detallista y sensible. A pesar del inevitable encuentro con los horrores de la guerra, busca siempre mostrar belleza: en los paisajes, en los encuentros humanos, en las situaciones… brindándonos algunas escenas de gran concepto estético. Estamos ante una película más contemplativa que de acción, más de silencios que de parlamentos, más de primeros planos que de planos generales. Se evidencia el respeto y cariño con el que el director se acerca a la figura de su bisabuelo. Para ello ha contado con una magnífica banda sonora de violines del iraní Arash Safaian y una preciosista fotografía del muniqués Yoshi Heimrath y del austriaco Paul Sprinz.

La interpretación de Simon Morzé es un ejercicio de contención formidable, y muestra un gran don para expresarse con miradas y gestos. Encarna a la perfección a su personaje, amputado sentimentalmente y definido por no encontrar su lugar en el mundo a causa de la ausencia paterna en su horizonte vital. La película es una pequeña joya imprescindible.

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