Historias de película
Salvatore Corsitto, el actor improvisado que dio comienzo a la mejor película de la historia
El hombre que interpretó a Bonasera en la prodigiosa primera secuencia de El Padrino no era actor
En los primeros segundos de El Padrino, antes siquiera de que aparezca alguien en la pantalla y mientras escuchamos solo un puñado de notas de la mítica partitura de Nino Rota, caen ante nosotros, con su igualmente mítica tipografía, las letras de Paramount Pictures y, poco después, las del autor de la novela (Mario Puzo) y el título de la película: The Godfather. La película ni ha empezado y ya encontramos dos iconos de la historia del cine: la música y la tipografía de El Padrino. Obra maestra. De principio a fin. Con todas las letras. Y con toda justicia. Como la que pide Bonasera, el personaje que inaugura la película.
En los siguientes seis minutos, los iconos, los hitos, empiezan a acumularse. Porque estamos ante una de las mejores aperturas de una película; una de las mejores escenas en general –no solo iniciales– que ha dado el cine; y los primeros compases de una de las mejores interpretaciones del séptimo arte (Marlon Brando como Vito Corleone), de la misma manera que estamos ante una de las mejores películas de la historia del cine. Acaso la mejor.
En esos seis minutos iniciales de El Padrino pasa a la historia hasta el gato que acaricia Vito Corleone gracias a la improvisación de Marlon Brando. El gato solo paseaba por allí hasta que él lo recogió y lo incorporó a la escena como muestra de que en ella funciona absolutamente todo. En la primera secuencia de El Padrino ya está concentrada toda la película. La importancia de la familia. El honor. La amistad. La lealtad. La justicia. La venganza. América. La educación. El hombre y la mujer. La pleitesía a la figura del padrino...
El hombre que tuvo el honor de abrir la película se llamaba Salvatore Corsitto. Era siciliano. Y no era un actor profesional. Coppola abrió las pruebas del casting a candidatos que no tenían representante. A una de ellas se presentó Salvatore Corsitto. Al cámara encargado de grabar la prueba le llamó la atención lo nervioso que parecía aquel desconocido. Tanto que se trababa al pronunciar su monólogo. Tartamudeaba incluso. Para cualquier otra película, para cualquier otro papel, la prueba de Salvatore Corsitto habría resultado un desastre. Pero para un personaje que debía pedir un favor a alguien como Vito Corleone encarnado por otro alguien como Marlon Brando, los nervios jugaban esta vez a favor. Coppola se decantó por aquel inmigrante siciliano. Y acertó.
Salvatore Corsitto aguanta ese primerísimo primer plano que poco a poco, a medida que la cámara se aleja lentamente de su rostro, se convierte en un primer plano. Y después, en un plano medio para que, como espectadores, descubramos que Bonasera, su personaje, no se dirige a nosotros, sino a alguien que parece muy poderoso. El plano se va haciendo más pequeño y Bonasera, el hombre que se presenta en casa de Vito Corleone en el momento más inoportuno –el día de la boda de su hija–, también.
Bonasera ha acudido a Don Vito para vengar el ataque que ha sufrido su hija y, a medida que él se hace más pequeño, la figura de Marlon Brando, que escucha en silencio al hombre de la funeraria, se vuelve más grande.
El relato de Bonasera, pese a su dureza, es pausado. «Creo en América. América hizo mi fortuna. Y he dado a mi hija una educación americana. Le di libertad, pero le enseñé a no deshonrar a su familia. Conoció a un chico. No era italiano. Iban juntos al cine. Volvía tarde. Nunca dije nada. Hace dos meses, dieron un paseo en coche con otro amigo suyo. Le obligaron a beber whisky. Después trataron de abusar de ella. Ella se resistió. Defendió su honor. Y la pegaron como a un animal. Cuando llegué al hospital, tenía la nariz rota y la mandíbula destrozada y sujeta con un alambre. No podía ni llorar a causa del dolor. Pero yo sí lloré. Y no me avergüenzo. Ella lo era todo en mi vida. Una chica preciosa. Y ya nunca volverá a serlo…».
«Verá, yo fui a la policía, como buen americano –prosigue Bonasera–. Los dos asaltantes fueron procesados. El juez los sentenció a tres años de prisión y dejó en suspenso la condena. ¡Suspendió la condena! Y los dejó en libertad el mismo día. Yo me quedé en la sala como un estúpidos. Y los dos cabrones se reían de mí. Le dije a mi mujer: la justicia nos la hará Don Corleone». Solo cuando Bonasera termina su exposición, comienza a hablar Vito Corleone. «¿Por qué acudiste a la policía y no viniste a mí primero?», le reprocha. Y ahí Bonasera comienza a arrugarse, pero no el actor no profesional que lo interpreta. A diferencia de la prueba que realizó para conseguir el papel, a Salvatore Corsitto no le tembló la voz delante de Marlon Brando.
Salvatore Corsitto tenía 58 años cuando debutó a lo grande en El Padrino (1972). Al año siguiente participó como camarero en un telefilme titulado What Are Best Friends For? en el que aparecía Larry Hagman, el J.R. de la serie Dallas. Y ya. Salvatore Corsitto murió en 1999, a los 86 años, sin desarrollar una carrera en el cine pero con el orgullo de actuar en una de las mejores secuencias de la historia del cine.
«No somos asesinos, a pesar de lo que diga ese funerario», sentencia Vito Corleone una vez que Bonasera ha abandonado la estancia al final de la perfecta primera secuencia de El Padrino. Pasamos de la umbría de esa habitación cerrada, donde en apenas seis minutos ya lo sabemos todo sobre Vito Corleone, a la luz natural y a la alegría del banquete. El de la boda de su hija. Y ese día, Bonasera, Bonasera, lo que no debes hacer es plantarte en su casa y pedir a Don Vito que mate por dinero. Porque te arriesgas a que te pregunte «¿qué hecho yo para que me trates con tan poco respeto?».