Cine
'Al otro lado del río y entre los árboles': un asombroso ejercicio de adaptación de Hemingway al cine
La directora Paula Ortiz lleva a la gran pantalla la penúltima novela que escribió Ernest Hemingway
La siempre interesante cineasta española Paula Ortiz lleva a la gran pantalla -de la mano del guionista Peter Flannery- la penúltima novela que escribió Ernest Hemingway, publicada en 1950, y que vuelve al tema del amor en tiempos de guerra. Se trata de la historia del veterano coronel estadounidense Richard Cantwell (Liev Schreiber) que, justo acabada la Segunda Guerra Mundial, decide pasar un fin de semana en Venecia supuestamente para cazar patos. En realidad alberga otras secretas intenciones que tienen que ver con su pasado y con su futuro, pues está aquejado de una dolencia cardiaca incurable.
La película es un ejercicio de melancolía que hiere a la vez que sana. Hiere porque, desde la mirada inmanentista de Hemingway, nos ofrece un retrato crepuscular en el que la muerte y la fugacidad le van ganando terreno a la vida. Pero también sana porque la película desborda belleza en lo formal y en lo oculto: la belleza de una Venecia casi vacía en blanco y negro, y la belleza de un amor imprevisto y luminoso. Como en la película de Visconti, la muerte en Venecia se ve en los mismos edificios y canales que la desmienten. A Cantwell, en el momento que ya no espera nada de la vida, le sobreviene un rayo de belleza en el amor imprevisto que Renata (Matilda De Angelis) siente por él. Un amor que a pesar de ser imposible tiene el sabor de lo eterno e inmortal. De esta forma nuestro protagonista podrá ponerse ante la muerte con la sonrisa de quien ha sido tocado por la vida. Estos sentimientos intangibles se convierten en imágenes gracias a la maestría de Paula Ortiz, de su sensibilidad estética y su honda mirada cinematográfica.
Pero en el corazón del coronel habitan también otros sentimientos, que como terroríficos fantasmas del pasado le persiguen hasta el presente, fantasmas entre los que está su hijo y otros muchos soldados que fueron también sus hijos durante el breve pero interminable tiempo de la guerra. Ahí aparece el Hemingway más antibelicista, y Paula Ortiz pone color en esos recuerdos, impertinentes flashbacks, tintados de sangre y barro.
El desenlace del filme, en cierto modo previsible, nos deja el mismo sabor agridulce que El hombre elefante de David Lynch, cuyo protagonista no sucumbe a un opaco nihilismo, sino que se va de este mundo con la satisfacción, la paz y la alegría de haberse sentido verdadero hombre, amado y capaz de amar.
La puesta en escena se sostiene sobre un triángulo interpretativo que funciona como un reloj: la sobriedad del trabajo de Liev Schreiber, la presencia pura y apasionada de Matilda De Angelis, y la discreta simpleza de Jackson (Josh Hutcherson), principal testigo de la última peripecia vital de Cantwell. Un triángulo envuelto prodigiosamente en la fotografía de Javier Aguirresarobe, que nos ofrece uno de los mejores blanco y negro de los últimos tiempos. Un trabajo magistral que literalmente recrea Venecia, es decir, vuelve a crearla, regalándonos una Venecia intemporal, eterna, espiritual y onírica.
Sin duda una película madura, estéticamente adulta y artísticamente brillante. A pesar de que muchos la pueden considerar demasiado cinéfila –o sea, poco comercial- lo cierto es que es una buena noticia para el cine español. Espero que también lo sea para el lector.